Ni Tan Perra, Ni Tan Santa

Capítulo catorce:

Si eres feliz mintiéndote, allá tú.

 

El propósito de vida de Sean no ha de ser otro más que el de hacerme enojar. Enserio, el chico tiene un don natural para que me hierva la sangre y termine por sacarle matando de donde sea que nos encontremos. Ocurrió ayer.

Interrumpió el primer beso que me daría con Evan, dejándolo de ese modo como que nunca nuestros labios se hubieran rosado porque tenía expectativas muy altas que ese "piquito" no puede considerarse uno; fue como comer arroz con queso, insípido.

En sí no me molestó que hubiera llegado interrumpiendo la escena sino que se hubiera sentido con el derecho de reclamarle a Evan por tenerme de la forma en que lo hacía y de esa manera inició otra: La lucha en donde el trofeo al parecer eran mis dos brazos.

Parecía una pelota rebotando a los lados, porque mientras Sean me sostenía de uno de mis brazos para, a según él, protegerme de un atrevido chico que se quería propasar conmigo, a Evan también le dio por sostenerme del otro para que volviera a su lado. En resumen, terminé siendo el juguete del tira y afloja.

Lejos de emocionarme porque dos chicos se pelearan por mi o de sentirme feliz por el pensamiento de que Sean estuviera celoso, me sentí como uno de esos postes en el cual un perro alzó su pata y orinó en el para marcar territorio , pero al ver que otro pensaba hacer lo mismo terminó mostrando sus dientes rabioso por la situación.

Exploté y pedí que se largaran pero ninguno hizo caso a mi petición, pues alegaron que eran mis amigos; así fue como terminé excediendo los cupos de amistad que tenía, lo que eran tres terminaron por ser cuatro.

¡Que bonita vecindad! , todos somos amigos.

Para calmar la situación agradecí a Evan por la salida y pedí se retirara porque debía hablar con Sean de algo importante, pero sé que entendió que había puesto a éste por delante de él y eso me hizo sentir un poco mal, más cuando vi la fina línea en que se convirtió sus labios. Hasta quise que alguien me agarrara de los cabellos y estampara mi cabeza un sin fin de veces contra el suelo para ver si dejaba de ser tan estúpida al no poner por delante en mi vida a quien parece tenerme de prioridad en la suya.

En ese momento no me arrepentí, pero minutos después cuando Sean me dijo a qué había venido me di cuenta que había tomado una decisión errada, pues el motivo de su visita no era otro más que yo fuera a hablar con su novia y decirle que entre nosotros no había pasado absolutamente nada. Maldito cobarde, él me estaba pidiendo que mintiera y yo no pensaba hacerlo porque no soy una mentirosa. Estarán pensando: le mentiste a Elvira, pero déjenme decirles que esa vez no cuenta.

Me irritó tanto su pedido que terminé lanzándole mi celular en la frente y me adentré a casa. Supongo que como era tarde en la noche no quiso molestar el día de ayer, pero ahora como era temprano en la mañana se encuentra llamando mi nombre mientras toca la puerta esperando que le abra.

— Sé que estás ahí Bradley, ábreme. — Pide.

No pienso hacerlo; no deseo verlo.

Sigo viendo la tv en lo que espero a Ellen. Finalmente hemos decidido tomar unas horas de nuestro tiempo para un día en familia, en el cual mi abuela no va a estar porque le dio pena cancelar la tarde de té con las chismosas de las vecinas.

Inevitablemente llevo mi vista hacia mi vestimenta y no puedo evitar bufar. Hay algo horrible en salir con Ellen y eso era que tenías que ir glamourosa en toda ocasión y para ella la palabra glamour significaba dos cosas: Vestidos y tacones. Eso era lo que traía puesto yo, un corto vestido azul tallado a mi figura y como calzado unos enormes tacones negros.

Las únicas veces que puedo salvarme de los molestos vestidos que no hacen más que subirse cada que camino es cuando nos acompaña mi abuela porque ella viste siempre de pantalones largos, así que yo también puedo usarlos; no pasa lo mismo con los tacones, esos sí son obligatorios.

Tacones resonando por las escaleras hacen que mi vista viaje a ellas, ahí viene bajando Ellen con un sensual vestido rojo y unos enormes tacones que hacen juego con el.

—  ¿Qué es ese escándalo? — pregunta al llegar al último peldaño de las escaleras.

— Ha de ser algún vendedor de enciclopedias.

La veo asentir con su cabeza antes de dirigirse a la puerta, pero apenas llegando a ella la detengo.

—  ¿Y ahora qué te pasa?

—  Bien, es Sean. — la veo rodar los ojos y cruzar sus brazos- No le abras, no quiero verlo.

—  ¿Y cómo se supone saldremos entonces?



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En el texto hay: juventud, desamor, amor

Editado: 05.07.2019

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