Ni Tan Perra, Ni Tan Santa

Capítulo diecisiete:

Prométete no ser tan estúpida.

 

Abro mis ojos. Cuando estos se adaptan a la luz me es imposible no reparar en el lugar donde me encuentro, es una habitación, pero no es la mía sino una que hasta ayer era desconocida.

La cabeza me duele, mis ojos se sienten pesados y siento como si me hubiesen pasado un tractor por encima mientras dormía. Jesús, si apenas con diecinueve años ya me siento oxidada no me quiero imaginar cómo será cuando tenga los treinta, pero capaz a esa edad ya esté usando bastón.

Intento levantarme pero es inútil, siento que la cama me atrae nuevamente hacia ella. Ya vencida hago memoria en traer a mi cabeza los acontecimientos de ayer o, mejor dicho, de hoy en la madrugada.

Evan, Evan, Evan. Ayer todo para mi giró alrededor de él y hoy, pues hoy no sé sobre quién lo haga. Tal vez alrededor de la tierra.

Ayer no hubo precisamente tierra, sino muchos besos y caricias. Lamentablemente todo tiene final y el nuestro lo propinó Mandy al hacer un escándalo cuando nos encontró de forma cariñosa. Terminó separarándonos a nosotros, pero por lo menos a ella le costó su estadía en el lugar por haber alterado el orden público o algo por el estilo. Junto a ella se fue Abby.

Pero tuvimos otro inicio. Luego del club Hannah vio conveniente quedarnos a dormir en casa de su hermano ya que era la más cercana. No me negué a ello, tampoco me negué a dormir en su cama, él menos se negó a devolverme los besos que le daba, pero sí que puso resistencia a que pasara más que eso entre nosotros.

¡¿Quééééé?!

Escucho la puerta del baño abrirse y mi primera reacción es cerrar mis ojos y hacerme la dormida. Sonará estúpido lo que voy a decir, pero ahora no quiero verlo. Por alguna razón desconocida me siento molesta con él, tal vez es el hecho de sentirme rechazada. Maldición, pensar de esa forma hasta logra herir mi orgullo.

Minutos pasan; gavetas se abren, se cierran y es cuando siento la cama hundirse que abro mis ojos para encontrármelo observándome. Huele delicioso, mis fosas nasales detectan el olor a crema para afeitar y alguna loción mezclada con lo que ha de ser su olor corporal. ¿Es que existe alguna regla de que todos los chicos guapos deben oler bien? si es así es injusto, más injusto aún cuando yo ahora he de oler a demonio.

— Buenos días. — resoplo al verlo con esa sonrisa que hace que sus ojos se achinen un poco.

Me levanto de la cama sin responder y voy directo al baño. Mi cara es un desastre cuando me miro en el espejo, por lo mismo hago una limpieza exhaustiva que no deja rastros del maquillaje de anoche. 

Busco en la repisa un cepillo de dientes nuevo, pero como lo pensé no encuentro. No me gusta lo que haré, pero el hecho de que ya hemos compartido gérmenes hace que cepille mis dientes con el de Evan. Estoy lo suficientemente molesta con él que hasta me cruza el pensamiento de pasar su cepillo por el retrete, pero como soy lo suficientemente madura no lo hago y termino saliendo del baño sin hacer alguna travesura.

Lo veo sentado en la cama, con sus brazos sobre su pecho pero con una sonrisa cínica en su rostro. Ahora todo lo que quiero es irme, pero para ello debo encontrar mis zapatos, tal vez cuando lo haga le lance uno en la cara y hasta le haré una estatua en su honor si le saca uno de los dientes incisivos a quien todo lo que hace es sonreír.

— ¿Por qué estás molesta conmigo?

Porque me negaste sexo. Cristo, hasta en mi cabeza se escucha sucio, pero es tan simple como eso. Claro que no pienso gritarle mi enojo en voz alta.

— No estoy molesta, solo quiero irme a mi casa para no volver a ver esa horrorosa cara que tienes.— lo intenté, en serio intenté no sonar molesta, pero claro que se escuchó de esa forma y obtengo como respuesta que él ria. Eso hace que mi furia se acreciente y termine caminando hasta donde se encuentra— Se puede saber qué es tan gracioso.

— ¿Sabes que cuando estás molesta tus mejillas se inflan?— no digo nada porque es algo que ya sé.— No es muy amenazador que digamos.

— Así como no lo es tu pene.— mascullo por lo bajo, pero al verlo reír sé que escuchó.

Estoy por retomar mi búsqueda cuando lo veo levantarse y siento sus brazos rodear mi cintura.

— No me digas que estás molesta porque no pasó nada entre nosotros — siquiera puedo responder a eso — Te lo dije ayer, quiero que estés en tus cinco sentidos cuando pase algo entre tu y yo. Ayer estabas ebria y aunque quería hacerte mía me obligué a ser un caballero.

Pestañeo, si lo pone así tiene lógica, pero ¡¿quién necesita un caballero cuando todo lo que se quiere es un hombre?! Sí, los caballeros nunca estaban demás, pero a veces terminan sobrando.



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En el texto hay: juventud, desamor, amor

Editado: 05.07.2019

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