Ni Tan Perra, Ni Tan Santa

Capítulo veintitrés

: Cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad.

 

Mi vida es tan trágica como la de un chicle pegado debajo de un pupitre o la de un moco de la pared.

El día de ayer nuevamente recibí una flor de la cual venía adherida una nota. Me hice la valiente y fui al parque donde me habían citado aun cuando mi instinto de supervivencia me decía que podía correr con la suerte de Salmon y estar en un verdadero peligro. Pero no hubo nada peligroso en un anciano que usa dentadura postiza y camina con bastón, porque eso fue todo lo que encontré: al señor Hilish sentado en una de las bancas del lugar.

Si no hubiera tenido la cabeza fría en esos momentos no dudo que habría reaccionado de la peor manera al acercármele y empezarle a gritar que era un viejo rabo verde, por suerte recordé todas las veces que me saludaba sin mostrar otras intenciones más que amabilidad de su parte y caminé hacia él para que me explicara lo que debía ser un malentendido. Lo fue, en realidad aquellos pequeños detalles no eran para mí sino para mi abuela. Concluyendo, la B no era de Bradley sino de Baley.

Estaba tan ensimismada en el hecho de que por primera vez me habían regalado una flor que me olvidé por completo de que en mi casa habían más personas con la misma inicial de mi nombre. Es así como mi vida ha de ser la más triste porque ni una misera flor he recibido.

El señor Hilish me mira con complicidad y yo lo saludo afablemente. El pobre se creyó el cuento de que lo ayudaría con mi abuela, podría hacerlo, pero sería invertir tiempo en algo que no dará resultado porque si hay algo que siempre le he escuchado decir a Baley eso es que no tiene pensado rehacer su vida ya que podía vivir lo que le queda de ella con el recuerdo de mi abuelo. Igualmente, me dio pena decirle la verdad, así que por los momentos lo dejaré vivir de ilusiones hasta que él mismo se diera cuenta de todo y la burbuja de realidad explotara en su rostro.

Olvidado el tema, me dispongo a irme a la universidad. La primera clase es tan aburrida que en vez de prestarle atención a lo que dice la profesora me dedico a ver por la ventana a las porristas ensayando su rutina. A  una distancia considerable de éstas estaba el equipo de baloncesto practicando pases, pero ni porque practicaran toda la vida lograrían mejorar; ellos son malos y lo demás era cuento, porque cabe resaltar que el 99% de los partidos terminaban perdiendo y el 1% restante empatando. Sí, como que son realmente buenos y eso no se le podía discutir.

Entre divagues la hora se va y la clase termina. Estoy por salir del salón cuando Sean me intercepta y no permite que salga. Si doy un paso hacia la derecha él también lo da y si doy uno a la izquierda igualmente imita mi movimiento.

— ¿Bailamos?

— No te hagas la graciosa— noto un tono de molestia en su voz— ¿Se puede saber qué le hiciste a Elvira para que estuviera llorando?— ruedo los ojos tanto que si se pudiera no dudo en que hubiera visto mi propio cerebro.

Debí imaginarme que se trataba de ella.

— Elvira, Elvira, Elvira, ¿tu boca no es capaz de reproducir otro sonido que no sea el asqueroso nombre de tu novia?— piensa hablar, pero hago que se calle y continúo— Me harías un enorme favor si desaparecieras de mi vista. No quiero escucharte, pero lo que más estoy odiando en estos momentos es verte porque me dan unas ganas inmensas de matar. Créeme cuando te digo que si pudiera te arrancaría la traquea con una de mis manos y luego me encargaría de meterte tu propia lengua en el trasero. Hasta agradecería si te murieras ¡me tienes harta!— exploto y en respuesta me mira asombrado.

— Yo no...

— Vete a la mierda Sean.— salgo disparada del salón.

Dios, ¿te lo llevas o  te lo mando?

Estaba más que enojada. La maldita de Elvira lloraba más que una caja llena de pollitos; es más, hasta creo que lo hace porque está en su naturaleza, así que él no puede asumir que soy la culpable de todo lo que le pase porque no es así. Además, mi mundo no gira en torno a ella como para invertir mi tiempo únicamente en su sufrimiento.

Camino escaleras abajo cuando veo a la llorona subiendo. Sus ojos están levemente rojos y hasta parece que de ellos saldrán chispas cuando la tomo de uno de sus brazos. Ella se zafa de mi agarre tan bruscamente que segundos después tengo que ser testigo de como cae escalón por escalón hasta llegar al final de ellos. Hubiera corrido alarmada si lo hubiera hecho de una altura considerable, pero unos catorce escalones no son lo suficientemente peligrosos como para matar a alguien, así que me quedo parada en toda la escalera pensando seriamente en que esa chica tiene un grave déficit de calcio en las piernas. Cuando no andaba llorando, andaba cayéndose por la vida.

Muchas personas me miran y no hacen más que murmurar, con eso me es difícil no notar que la culpa me la han atribuido a mí y que por más que me defienda no me creerán, principalmente porque a la mayoría no les importa la verdad cuando lo único que les interesaba era algo de que hablar.

Le dejo a la suerte lo que le pase a la chica y me voy a mi próxima clase que sé será aburrida, y al igual de aburrida esa las siguientes serán peores.



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En el texto hay: juventud, desamor, amor

Editado: 05.07.2019

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