Nibiru 2.0

3

— Despacio, Bebé, con cuidado...— Mew guiaba a Gulf, sosteniéndolo de la mano hasta el borde del risco— Bienvenido seas a la cima del Monte Hermón. Fue nombrado así en homenaje al Monte Hermón de Urantia, es decir, de la Tierra, donde fue nuestro primer contacto con ustedes, los humanos...

—¿Por qué...me dices Bebé?

Mew lo miró fijamente.

—¿Estoy utilizando mal esa palabra? ¿Te estoy insultando de alguna manera? Perdón, conozco tu lenguaje, en teoría, pero...

Gulf sonrió.

—No, no...— dijo— Por el contrario, aunque ya no soy un niño, muchas veces me siento como uno, y me gusta que me digas así. En tu boca suena muy dulce...

Mew se mordió el labio al ver que Gulf se sonrojaba. 

Se sentaron uno abrazando al otro muy cerca de la orilla. La vista que se abría ante ellos era majestuosa: un mar de neblina púrpura cubriendo cual manto infinito todo el valle plateado que se extendía varios miles de metros a los pies de aquella cadena montañosa de picos planos y revestidos de un blanco níveo.

Cada vez que Mew movía sus largos y finos dedos en el aire, frente a los ojos atentos de Gulf, como si estuviera ejecutando los acordes de una música celestial, distintas partes de aquella niebla violácea vibraban y se corrían por algunos segundos, dejando al descubierto parte de plata y oro de la ciudadela principal de Nibiru, que comenzaba a despertar junto a la salida de tres soles.

—¿Por qué son tres soles...si en este sistema sólo tenemos uno?

—Aquel es el sol local, el que tú conoces, aquel otro, brilla como un sol pero es nuestra luna, Draconis, y el que brilla a su izquierda con la luz más intensa, es nuestro sol central, Alción. Alrededor de Alción, el sol central de nuestra galaxia, gira nuestro pequeño sol. Esta alineación no se da muy seguido. Por eso quise traerte. Nibiru  recibe la luz de estos tres soles juntos, sólo por pocos minutos y una vez cada veintisiete mil años.

La voz de Mew sonaba como una melodía, como si en vez de hablar estuviera cantando. Y cada vez que abría su boca y pronunciaba una palabra el aire alrededor de ambos parecía llenarse de...

—Magia...— susurró Gulf, quien ya hacía mucho tiempo había dejado de deleitarse con el paisaje y tenía clavada su mirada en aquellos ojos azul- violáceos que no dejaban de mirarlo con dulzura— Tú eres Magia...— volvió a decir Gulf y se acercó más a aquellos labios platinados.

Cuando sintió la textura de aquella boca en la suya, acabó por olvidarse de que había viajado dos días y una noche completos en una nave extraterrestre y que ahora estaba sentado con un alienígena púrpura en un planeta con magníficos anillos, prácticamente al otro lado del sistema solar.

El beso se hizo más intenso, y las respiraciones se agitaron. Mientras Gulf se animaba a ser más atrevido con su lengua, comenzó a deslizar su mano por el pecho de Mew. Pero cuando llegó a su estómago, se detuvo de pronto.

—¿Qué? ¿Por qué dejas de besarme..., Bebé?

— ¿¡Es que acaso estos trajes alienígenas no tienen botones...o cierres...o algo!? ¿Cómo te lo quito?

Mew reprimió una carcajada. Y al ver que Gulf se estaba avergonzando otra vez, le susurró que cerrara los ojos y contara hasta tres...

Cuando Gulf volvió a abrir sus ojos, aún avergonzado, le bastó sólo un segundo para darse cuenta de que ambos estaban completamente desnudos, y sentados uno encima del otro.

Y la vergüenza fue reemplazada por el deseo y volvió a besar a Mew como si temiera que fuera la última vez...

 

 

 

 




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