—¡Ya sal de mi cabeza! — gritó Mew enojado— No tienes derecho a espiar mis recuerdos.
—Me di cuenta de que estabas recordando y sentí curiosidad. Lo lamento...— el ser gris de penetrantes ojos negros y tan pequeño como un niño, lo miraba desde el otro lado de los barrotes luminosos.
Cargaba una bandeja con un cuenco a rebozar de algo de textura oscura y pegajosa.
— Ya te he dicho que no tengo hambre.— la voz de Mew ahora sonaba cansada— Y perdóname, hermano, no tenía que haberte gritado.
El pequeño ser gris emitió un sonido, mezcla de quejido y gruñido.
—Sí, lo sé, te van a castigar si creen que no me has alimentado. Dámelo.
Una parte de los barrotes pareció esfumarse en el aire y Mew recibió el cuenco. Cerró los ojos y reprimiemdo una mueca de asco, se vació todo el contenido en la boca. Casi sin respirar lo tragó y le devolvió el cuenco al ser que ahora parecía mirarlo con tristeza.
—Si probaras el puré de papás, nunca más querrías comer esto.
El ser emitió un silbido lastimero.
— No te preocupes, por mí. Yo me lo busqué...— dijo Mew tratando de consolarlo, consciente de la tristeza que aquel gris estaba experimentando por su causa.
—¡Así es! ¡Te lo has buscado!— una voz los hizo sobresaltar.
Un ser humanoide, de rasgos reptilianos, alto, vestido con el uniforme de Apono Astos, la nave en la que servía el Comandante Mew, y que también había estado urgando en secreto en su mente cuando éste recordaba a Gulf, se les acercó y los miró con detenimiento —Hemos llegado al asteroide asignado. Y soy el responsable de dejarte allí.
—Haz lo que tengas que hacer...— balbuceó Mew.
—Sólo dime Comandante...¿por qué? Te conozco desde hace cientos de años. Nos formamos juntos en la Academia Interespacial. Me has salvado la vida tantas veces en nuestras misiones que ya ni recuerdo cuántas fueron. Ganaste tantas medallas que pasarán siglos antes de que alguien sea capaz de alcanzar tu récord.Todos estábamos seguros de que pronto tu carrera alcanzaría la cúspide: una nave propia. Estabas tan cerca de comandar tu propia nave. ¿Por qué perder todo eso, Comandante? ¿Realmente esa criatura humana, salvaje y frágil, lo vale?
—Ninguna nave, ninguna medalla, ningún descubrimiento o exploración espacial me hubiera hecho ni la mitad de feliz de lo que Gulf me hace... Nuestras razas, la tuya, reptiliana, la mía, Arturiana, la de los grises, llevamos generaciones como exploradores, buscando, descubriendo, terraformando mundos, dando nuestro propio ADN como regalo de evolución. Pero hace generaciones que nos perdimos en nuestra soberbia. Nos autopercibimos dioses creadores pero nos olvidamos que alguna vez, en un pasado remoto, fuimos sólo insignificantes criaturas, como ellos, como los de Urantia- Tierra. Y olvidamos que si evolucionamos y nos convertimos en esos dioses creadores de universos como lo somos hoy fue por la tecnología y la guía que alguien más compartió con nosotros. Fue porque hubo Alguien que se conmovió con nosotros y nos amó... Por eso creo que esa Ley de no intervenir es sólo un acto de soberbia...
"Ya estamos en la órbita del asteroide"
Una voz metálica resonó en toda la nave.
Los dos seres miraron a Mew.
—¿Qué es eso...que tienes en el rostro...Comandante?
—Lágrimas...Se llaman lágrimas. Alguien me dijo que si pasas un tiempo en la Tierra, tarde o temprano, las derramarás...—Mew se secó la cara. Se paró erguido y dijo haciendo un saludo jerárquico a su superior— Estoy listo para mi exilio, Señor...