Nibiru 2.0

6

Mew había caminado kilómetros interminables. Era una suerte que aunque no tuviera zapatos su parte reptiliana le diera un cuerpo resistente. No había dejado de derramar lágrimas silenciosas desde que se había dado cuenta de Dónde estaba. Miraba el cielo nublado cada tanto, balbuceando un gracias conmovido. Le debía la vida a ese reptiliano serio y malhumorado, que a pesar de las rivalidades de sus razas habían encontrado la forma de ser amigos, a pesar de todo y de todos.

 

Mew había acelerado el paso cuando pasó cerca del Cartel de bienvenida al pueblo. Antoine-Hills , en letras rotas le hizo acelerar el corazón. Y cuando por fin llegó a las vallas destartaladas de Eden Valley hizo que su corazón volviera acelerarse en su pecho. Se preguntó mientras se secaba las lágrimas, cómo hacían estos humanos para soportar esas emociones tan intensas. Y una vez más, sintió una profunda admiración por ellos.

 Mew se cobijó bajo un viejo manzano y miró hacia la estructura blanca de la granja, justo cuando estaba amaneciendo.

 La ventana del altillo se veía desde allí. Aún estaba cerrada. Mew se preguntó si Gulf estaría bien después de haber tenido una noche llena de pesadillas. Parecía no resistir la tentación de treparse hasta allí, entrar furtivamente y fundirse con él en un abrazo. Pero sabía que Gulf no lo recordaba. Debía pensar en una forma de acercarse, sin espantarlo. Se mordió el labio, pensando. Esas nuevas sensaciones de miedo, de ansiedad y de tristeza, no lo dejaban pensar con claridad.

Fue entonces cuando lo vio. El abuelo Conrad, en su viejo y desgastado pijama azul, se escapaba por la puerta lateral de la cocina y huía, a tropezones, en dirección del peligroso río. Mew esperó unos segundos , temblando, a que Gulf, que siempre estaba alerta, saliera tras su abuelo. Pero la intuición le dijo a Mew que Gulf seguía en el altillo. 

Decidido, con una nueva idea en la cabeza, Mew fue tras el abuelo. Después de todo, aquella podía ser su invitación inesperada para ingresar a Eden Valley. Y mientras se acercaba al abuelo Conrad y le sonreía, Mew agradeció otra vez al cielo y a su amigo reptiliano por la fortuna de estar nuevamente en aquel maravilloso y enigmático Urantia.




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