Los días se sucedían en tensa calma. Gulf miraba al cielo, casi compulsivamente, a cada rato.
Era una suerte que las tareas de la granja le demandaran mucho trabajo y concentración. Aquellos seres tan extraordinarios, que habían partido en la nave triangular hacía solo un puñado de días, justo antes del Alba del primer día del año nuevo, le habían devuelto a aquella tierra la vida que había perdido desde los tiempos en los que la vieja mina, ahora abandonada funcionaba y erosionaba el suelo, secando las napas de agua, y haciendo temblar todo con sus endemoniadas explosiones.
Gulf caminaba horas por entre las plantas, cada día más altas e inexplicablemente más fuertes, la extensión de maíz llegaba hasta donde llegaba la vista; recorría mirando el cielo cada tanto con nerviosismo y ansiedad, por el camino de manzanos que ahora parecían cargar más frutos de los que podían soportar.
Bajo sus botas gastadas, incomprensiblemente a pesar del hielo y la nieve, la tierra negra albergaba tubérculos que se estaban convirtiendo con una inusitada rapidez en papas enormes y deliciosas.
No había mañana en la que Gulf no se maravillara al ver todo aquello.
Y justo al séptimo día, notó que ya podía descender de su altillo con la luz del Alba y dirigirse a la vieja cocina sin sentir miedo de que el abuelo Conrad no lo reconociera.
Gulf se maravillaba cada vez que recordaba que aquella misma tierra hasta entonces apagada, muerta y yerma, albergaba también además de alimentos los remedios naturales que podían curarlo casi todo.
" ...el ser humano fue plantado en esta tierra, como lo ha sido plantado también su sustento. Nunca se deja sola a una criatura, a su suerte; cuando se colabora para crear una nueva especie se le obsequia también el sustento necesario para su cuerpo y para su alma..."
Gulf recitaba casi de memoria aquellas palabras que Mew le había dicho la tarde antes de marcharse mientras se despedían bajo un manzano silvestre.
— Aquí te espero ...— le había susurrado Gulf entre besos y lágrimas.
Y lo seguía esperando...
Aún cuando las semanas se hicieron muchas, aún cuando miraba el cielo y no veía nada más qué puntos de luz lejanos, aún cuando tenía que dormir solo en el altillo, en aquella cama fría que parecía extrañar tanto a Mew como él mismo.
Y cuando la duda y el dolor por ver el cielo vacío, querían apoderarse de su corazón, Gulf hacía lo que Mew le había pedido que hiciera, recitar aquel poema...
Estás a mi lado...
Te miro y respiro...
Estoy a tu lado..."
Y como por arte de magia lograba dormirse, como si realmente su Mew estuviera allí, abrazándolo y calentándolo en esas frías noches de invierno.