Tropezándose varias veces, llenándose el rostro de barro, Gulf decidió regresar a su camioneta. Temblaba de pies a cabeza. Estaba en completo pánico. Tanto que al intentar colocar la llave para abrir la puerta, ésta se le resbaló de entre los dedos, cayendo en un charco enlodado. Tratando de no ponerse a llorar de miedo, se agachó y a tientas comenzó a buscar la llave en el barro frío.
Desesperado y sabiendo que en aquella oscuridad jamás la iba a encontrar, comenzó a llorar en silencio. Siempre sucedía igual: el miedo se apoderaba de él, volviéndole la vista borrosa y haciendo que sus piernas no pudieran sostenerlo. Llorando, sin poder evitarlo, sintió que había mojado sus pantalones. El líquido caliente que le bajaba por las piernas no era agua de lluvia.
Gulf sollozó avergonzado y miró a su alrededor, aterrado de que alguien lo viera. Y fue entonces cuando lo escuchó: una voz rara, débil, discordante, pidiendo ayuda. Gulf miró sobre su hombro hacia la penumbra de la banquina. Y la voz se escuchó otra vez.
Un joven alto, extremadamente pálido, de extraños ojos rasgados que parecían brillar en la oscuridad, desnudo y empapado se acercaba a él a paso tambaleante.
— Ayúdame..., por favor...
Aquella mirada impactante que parecía traspasarlo hizo que Gulf se olvidara del pánico. Otras voces le llegaron desde la dirección contraria. Un patrullero con las luces encendidas, y a toda velocidad se acercaba a él.
— ¡Vete de aquí, chico imbécil!
— Sí, Gulf, este no es un buen momento para estar aquí... Vete a tu granja...
— Unos locos andan sueltos, la ambulancia en la que iban se accidentó y se escaparon.
— Son peligrosos. Así que vete con tu abuelo. Y enciérrence hasta que el sheriff vaya a verlos.
— ¿Has entendido algo de lo que te hemos dicho...?
— ¡Ni habla ni entiende! En estúpidos como tú se gastan mis impuestos...
— ¿Has visto algo...o a alguien...?
Gulf recordó los destellos en el cielo y al joven quien apenas había sentido las luces del patrullero se había escondido detrás de su camioneta.
Decidido, Gulf se paró erguido y negó con la cabeza.
— Sí, me lo imaginé. ¿Qué podrías ver tú?
El patrullero se alejó a toda velocidad. Gulf dio unos pasos hacia atrás de la camioneta y con ojos azorados miró al extraño que ahora parecía sonreírle dulcemente.