Gulf, aún temblando, amagó para responder pero Mew habló primero:
—Soy Mew, Jefe. ¿No me recuerdas? El primo de Gulf. Vengo a aquí cada fin de año a pasar Navidad. Me conoces desde que tengo seis. ¿En serio no sabes quién soy? Ya te estás volviendo viejo como el abuelo...
Gulf notó un destello extraño en los ojos azul-violáceos de Mew, quien miraba fijamente al Sheriff sin parpadear.
Un segundo después, el jefe quitó su mano del arma y sonrió:
— ¡Pero claro muchacho que te recuerdo!— exclamó acercándose y dándole un abrazo.
— No debiste molestarte en traerles tantas cosas. Siempre le digo a mi abuelo que eres muy generoso.— dijo Mew señalando el baúl del patrullero.
El sheriff parpadeó, miró a Mew un par de segundos y volvió a sonreír.
— No es molestia... Para eso estamos, para ayudar a la gente de nuestro pueblo...
Quince minutos después, la última caja de mercadería fue depositada en la cocina, que ya estaba casi abarrotada por comestibles y paquetes de todos los tamaños.
— Estén alertas y ya saben, si ven a algún extraño, repórtenlo.
Y dándole otro abrazo a Mew, se despidió de todos con un simpático y alegre hasta luego y se alejó con la patrulla por el camino enlodado.
El abuelo miraba con deseo una pata de cerdo que se asomaba por una de las cajas rotas, mientras Gulf lo miraba a Mew.
Mew, ante aquella mirada urgida, dijo:
— Le teme a la vejez. Como casi todos en este planeta. Fue muy fácil hacerle creer...cosas... ¿Y qué? ¿Damos un paseo? Volveré pronto a Nibiru así que no perdamos el tiempo, muéstramelo todo...