Comenzaré diciendo que no había tenido estas pesadillas antes. Aunque el estrés postraumático era algo con lo que siempre había podido lidiar sin demasiada dificultad, esta vez algo en ellas era diferente. Siempre había sido capaz de despertar de esos sueños tormentosos, como si fueran simples sombras en la oscuridad. Después de un par de horas, podía continuar con mi vida, como si solo hubiera sido una mala noche que olvidaba al amanecer. Sin embargo, los últimos días me había costado más que nunca deshacerme de ellas. Recordaba las pequeñas batallas perdidas, claro, y aunque la memoria a veces parece un refugio, no siempre lo es. Lo peor no era la lucha en sí misma, sino el hecho de que ahora entendía que estaba destinado a perderlas. No importaba cuánto me esforzara, era solo un niño frente a algo mucho más grande que yo, pensaba.
Esa mañana, me levanté y sentí algo extraño en mi cuerpo. No solo la pesadez usual, sino algo más profundo, algo que no lograba identificar. Estaba más cansado de lo habitual, como si no hubiera dormido en absoluto. Las pesadillas me habían estado acechando, sí, pero hoy parecía que el agotamiento había calado en mis huesos. Los primeros pasos que di sobre los adoquines mojados me resultaron más pesados que nunca, y una sensación de incomodidad me recorrió por entero. La niebla, esa niebla típica de la costa, cubría todo el puerto, como un manto fantasmagórico que no dejaba ver más allá de unos pocos metros. A medida que descendía de los cerros, sentí como si la niebla me devorara poco a poco.
Era fría, tan fría que parecía traspasar mis ropas y congelar mis pensamientos. Estéril, pensé, esa palabra flotó en mi mente como una verdad absoluta. Algo tan vacío como la niebla misma, tan distante de la vida y tan absorto en sí mismo, que cualquier intento de descifrarlo parecía inútil. A medida que caminaba más y más hacia la orilla, la niebla se iba disipando, dejando atrás una sensación de vacío, como si algo hubiera sido arrancado sin dejar huella. ¿Qué era lo que se había ido?
Me detuve un momento. El aire se había vuelto pesado y denso. Pensé que tal vez, de alguna manera, esta niebla era una metáfora de la vida misma. Todo lo que busco se va disipando a medida que avanzo, pensé. A veces, cuando miras atrás, te das cuenta de lo perdido que estás. Pero, ¿qué había perdido yo realmente cuando no caminaba en esta niebla? ¿De qué me había alejado?
La pregunta me pareció absurda tan pronto como la formulé, y me sorprendió la rapidez con la que intenté disipar ese pensamiento. ¿Qué tipo de locura era esta? Pero algo en mi interior me decía que había algo más en esa niebla, algo que me acechaba, algo que no podía ver con claridad pero que me tocaba. Había algo en su densidad, en su frialdad que me conectaba con mis recuerdos más oscuros. No era la niebla lo que me aterraba, era lo que había dejado atrás.
Di unos cuantos pasos más, y de repente, un fragmento de mi pesadilla se coló en mi mente como una cuchillada: el recuerdo de algo que no lograba recordar. Solo una sombra, un rostro, una sensación de desesperación. Pero justo cuando intenté aferrarme a ese retazo de memoria, un dolor intenso, punzante, como si una aguja invisible se clavara en mi cerebro, me obligó a soltarlo. No quiero recordar, pensé. No ahora. Pero el dolor era tan fuerte que no podía evitarlo. Traté de seguir caminando, pero mi cuerpo parecía reaccionar al dolor. Las piernas me temblaban, la cabeza me daba vueltas.
El resto del día pasó sin incidentes, pero mi mente seguía atrapada en la misma niebla. Era como si todo estuviera envuelto en una bruma interminable, una neblina mental. Cada vez que intentaba pensar en otra cosa, volvía a aquella sensación de estar al borde de un precipicio, pero sin saber qué había detrás. Sin poder verlo.
A las catorce de la tarde, la niebla había desaparecido por completo. El sol brillaba con fuerza, y el aire cálido parecía un recordatorio de que, en algún lugar, la vida seguía su curso sin prestar atención a lo que yo sentía. Sin embargo, yo seguía atrapado en esa bruma, esa niebla que no se desvanecía. Ya no era solo una sensación física; ahora era un estado mental, un vacío que no podía llenar. Sentí una presión en el pecho, como si algo estuviera empujando contra mis pulmones. Algo me asfixiaba, y no podía identificarlo. ¿Qué era lo que me estaba robando la tranquilidad? ¿Por qué ahora todo parecía tan sombrío?
Entonces, una palabra comenzó a repetirse en mi mente. Paranormal. La repetí en voz baja mientras caminaba por mi casa. "Paranormal", susurraba, como un mantra que ya no tenía sentido. La palabra se iba disolviendo en su propia repetición, perdiendo cualquier forma hasta convertirse en una sombra sin significado. Pero la palabra seguía allí, vibrando en mi mente como una campana lejana que me llamaba hacia algo que no podía ver.
— ¡Colun! Es tu turno, niño.
La voz del viejo recepcionista me sacó de mis pensamientos. Colun, era mi nombre, y en ese momento sentí como si hubiera sido invocado por algo más allá de lo que podía comprender. Me levanté sin ganas, aún sumido en esa niebla mental, y traté de olvidar lo que había estado pensando. Era solo un trabajo más. La realidad, por cruel que fuera, me alcanzaba siempre.
A las cinco de la tarde, ya en casa, la palabra "paranormal" no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. La repetí una vez más, esta vez con más fuerza, como si algo dentro de mí quisiera entender su verdadero significado. Pero algo dentro de mí ya sabía que la palabra no era solo eso. Era una señal. Una advertencia.
Tomé un cuaderno viejo, con la tapa mordida por el paso de los años, y un lápiz desgastado por el uso. Comencé a escribir, recordando cada uno de los sucesos extraños que había vivido, cada uno de los encuentros con lo inexplicable que había tenido, esos eventos que siempre había intentado racionalizar. Me había negado a aceptarlos como algo fuera de lo común. Siempre los había visto como meras casualidades, pero ahora, mientras escribía, algo cambió. El aire en la habitación se volvió denso. La oscuridad de la noche se coló por las ventanas, llenando el espacio con una sensación de opresión.