Niebla de pesadilla

El craneo del perro y el hombre sombra

Los días de las sesiones de Ouija de mis tías parecían haber quedado atrás, enterrados en algún rincón oscuro de mi memoria, como un mal sueño del que no logré despertar por completo. Sin embargo, el recuerdo de aquel encuentro con lo inexplicable, con lo que hoy llamaría "el demonio", cobró vida entre ciertos miembros de la familia. Esta historia, como un veneno que se filtra entre murmullos, comenzó a circular, ampliándose y creciendo en intensidad con el paso del tiempo. La gente, como siempre, encontró una extraña fascinación en lo inexplicable. Es como si las historias sobrenaturales, de esas que arrastran la esencia del esoterismo, se alimentaran de los rumores y las leyendas locales. Pero, entre todas estas, hubo una que me llamó la atención con una fuerza inesperada.

Era la historia de mi tío Miguel, un hombre de temperamento fuerte y bastante distante, un marino apático al que rara vez veía. Según los relatos de la familia, después de una fuerte discusión con su esposa, Miguel se retiró a su habitación en la casa. Pero esa noche, algo cambió en su percepción del lugar. Algo lo acechaba, aunque él mismo no sabía qué era. Llegó a su cuarto, un pequeño espacio de cemento bajo la casa, que medía apenas dos metros por tres, un lugar de recuerdos y objetos antiguos que usaba para descansar. De repente, se sintió extraño, incómodo, como si todo lo que antes era familiar se volviera peligroso. La sensación era tan fuerte que no pudo ignorarla, a pesar de su enojo.

En la oscuridad de la madrugada, algo comenzó a caminar cerca de él. Pisadas pesadas, retumbando en el pequeño cuarto, como si una presencia invisible lo estuviera acechando. Finalmente, Miguel vio materializarse una sombra en la esquina del cuarto. La sensación de frío lo invadió, y por primera vez en mucho tiempo, un miedo real lo paralizó. No era solo una sombra común, era algo más: algo en esa figura lo aterrorizaba, y aunque intentó moverse para difuminar la imagen, no pudo. Pasaron lo que le parecieron horas, hasta que finalmente logró salir del trance, pero desde ese día, nunca volvió a frecuentar ese cuarto.

Esa historia, por absurda que pareciera en ese momento, prendió una chispa en mi mente. Y como suele ocurrir, otras historias similares empezaron a salir a la luz. Es como si una energía invisible estuviera cruzando de un lado a otro, alimentándose de las experiencias de la gente y tomando forma en relatos cada vez más oscuros y aterradores.

En esos días, un suceso extraño también comenzó a aparecer en las noticias. Un esqueleto, hallado en el norte del país, provocó un gran revuelo. Las teorías se multiplicaron: algunos decían que era el cuerpo de un extraterrestre, otros que era una criatura creada por algún tipo de brujería. Para un niño de nueve años, todo esto no era más que una mezcla de curiosidad y miedo, como una historia sacada de una película de terror, algo parecido a esos videos oscuros de música de Robbie Williams que veíamos en la televisión. Pero lo que realmente me marcó fue lo que ocurrió poco después.

Mi prima y yo estábamos en casa de mi tía, como en otras ocasiones, cuando decidimos salir a jugar. Bajamos al patio, cruzamos el pequeño jardín y nos dirigimos a la quebrada, un lugar lleno de árboles, piedras y misterio, donde solíamos arrojar nuestros juguetes para luego correr a rescatarlos. Competíamos entre nosotros, y todo parecía un juego inocente. Pero esa tarde, algo cambió. De repente, un sonido rompió el silencio de manera aterradora: una rama quebrándose, seguido por el crujir de hojas caídas bajo el peso de algo o alguien. Las miradas de mi prima y las mías se cruzaron, y sin decir una palabra, supimos que algo no estaba bien.

Al acercarnos al árbol, un viejo palto, vimos lo que parecía una figura pequeña, encorvada, con un cráneo prominente. Estaba descansando en lo que parecía un saco de piel, pero no era un saco. No, era algo más… Era un esqueleto. Algo que se asemejaba a un alienígena. En ese momento, nos miramos, y en un segundo, la adrenalina nos invadió. Corrimos, aterrados, lo más rápido posible hacia la casa. El miedo se apoderó de nosotros, y nuestras piernas no parecían tener suficiente fuerza para escapar de esa horrible sensación. Cuando llegamos a la casa, apenas podíamos articular palabras, solo llanto y miedo. La sensación de peligro seguía persistiendo.

A pesar de nuestra angustia, algo nos impulsó a regresar al lugar con la esperanza de encontrar una explicación. Mi tía, al ver nuestra desesperación, decidió acompañarnos. Bajamos nuevamente a la quebrada, y esta vez, la atmósfera era diferente. La casa parecía alejada de todo lo que habíamos sentido antes. Sin embargo, al llegar al lugar, encontramos lo que nos hizo temblar nuevamente. Allí, en el lugar donde habíamos visto el esqueleto, ya no había rastro de lo que habíamos presenciado. No obstante, al revisar el área, mi tía hizo un descubrimiento estremecedor: el esqueleto que habíamos encontrado no pertenecía a una criatura extraña, ni a un extraterrestre, como pensábamos, sino a Merry, la pequeña perra que había desaparecido hace meses, la guardiana de la familia.

Al parecer, Merry había quedado atrapada en el árbol en el que jugaba todos los días, y su cuerpo había quedado allí, encorvado, como si estuviera esperando algo. ¿Qué había sucedido esa vez para que todo tomara ese giro tan macabro? Tal vez, por alguna razón, Merry había sido la encargada de cumplir un último cometido, como guardiana. Quizá había luchado desde el más allá contra lo que acechaba ese cuarto en la casa de mi tío, protegiéndonos a nosotros, dos niños pequeños, de la presencia demoníaca que nos había perseguido.

Pensar en todo esto me da escalofríos. Quizá fue solo una coincidencia, tal vez una ilusión provocada por el miedo. Pero me gusta pensar que en ese momento, cuando el mal acechaba, la voluntad de un perro guardián luchó por nosotros, desafiando la muerte para impedir que se llevara nuestras almas. ¿Una historia increíble? Tal vez. Pero lo que viví, lo que experimenté junto a mi prima, fue algo tan palpable que no puedo ignorarlo. Después de todo, las coincidencias en la vida, por más improbables que sean, no dejan de ser, en cierto modo, increíbles.




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