En algún momento, pensé que podría acostumbrarme a tener este tipo de pesadillas, a entrar de manera aleatoria en este mundo de sombras que se cierne sobre mí y me envuelve. Me es casi imposible distinguir el momento exacto en el que comienza; es como si de pronto todo comenzara a mezclarse otra vez, sin darme cuenta. No logro sentirme confundido, porque ya me encuentro totalmente inmerso en esta realidad alterna. El mundo parece detenerse por un segundo, aunque, al darme cuenta, ese segundo puede ser en realidad un largo y tortuoso año dentro de esta dimensión. De repente, tengo otra vez diez años, y estoy atrapado en una extraña réplica del mundo real, pero todo parece peligroso, como si todo estuviera en mi contra. Las casas se ven sucias y desgastadas, lo que me genera una sensación de rechazo y vulnerabilidad, una sensación de abandono palpable en cada rincón. Es como si cada lugar me recordara que no hay nada seguro, que la suciedad no solo cubre las paredes, sino mi alma.
No logro recordar con claridad más que las cosas paranormales que he experimentado en este lugar. Todo parece familiar, pero al mismo tiempo extraño, como despertar con resaca en un lugar que no reconoces, pero que, al mismo tiempo, disfrutas haber visitado toda la noche. Las puertas de las casas de mi alrededor están todas abiertas, como si hubieran sido ultrajadas y ya no existiera la idea de un espacio personal en este lugar. En este mundo, no hay refugio, ni lugar seguro.
Mi estupefacción se ve interrumpida por dos extrañas figuras que abren una puerta entreabierta, invitándome a entrar con gestos torpes. Me siento extraño, como si este gesto, aunque incomprensible, me estuviera brindando una oportunidad. Me acerco lentamente, aún bajo la oscura noche, y una extraña figura se presenta ante mí. Su presencia es tan amenazante que me eriza la piel, pero al mismo tiempo, parece estar expectante, como si esperara que yo avanzara. Cuando mis ojos se encuentran con ella, el ser suelta un llanto desgarrador, tan espeluznante que me crea un vacío desolador en el pecho, un vacío tan profundo que me oprime.
A pesar de la angustia que siento, continúo caminando hacia la casa, pasando al lado de estas dos figuras femeninas, que ahora se muestran más claramente ante mí. Son como maniquíes, envueltos en piel desgastada y fría, sin rostros, desnudas. No hay manera de comunicarme con ellas, pero parecen no necesitarlo. Se limitan a mostrarme una habitación. En el centro, una ampolleta parpadea débilmente, iluminando un rincón donde reposa un antiguo libro, uno que cuidan celosamente. La figura más grande, la más longeva, se interpone entre mí y el libro, cubriéndolo con su cuerpo, como si fuera algo sagrado. Ambas figuras, aunque inmóviles, parecen exigir que toda mi atención se concentre en la luz de la ampolleta.
A pesar de todo, la luz se convierte en una especie de alivio, una escapatoria temporal del horror que me rodea. La observo durante lo que parece una eternidad, inventando juegos para hacer el tiempo más soportable, como contar cuántos segundos tardaba en parpadear o intentar predecir el siguiente zumbido que hacía. La luz, en su brillo cegador, me hace perder toda percepción de mi entorno. Ya no sé qué hay a mi alrededor, pero algo en mi interior me dice que las criaturas que me observan tienen una visión muy limitada, ya que solo parecen ver el libro y no pueden percatarse de nada más.
Todo está en calma, y el tiempo parece diluirse. De repente, desde la esquina de mi visión, veo a la extraña criatura que lloraba, envuelta en una sábana sucia. Está hablando con la figura femenina más longeva. Con dificultad, señala hacia mí, lo que provoca una oleada de ira e inseguridad en mi pecho. Un sentimiento de incomodidad que crece rápidamente. Finalmente, la criatura da un paso hacia mí, y, como si tuviera una misión, me indica que lo siga. Salgo con ella de la casa, cruzando el umbral hacia una nueva morada aún más oscura, más sucia. Desde abajo, escucho el alarido desgarrador de un perro, un sonido que me hiela la sangre.
Nos adentramos más en la casa, y la criatura toma una sábana blanca, cubierta de sangre seca y fluidos. La sábana está tan sucia como todo lo que me rodea, pero sin decirme palabra alguna, su mirada me da a entender lo que debo hacer. Me pide que me envuelva en ella. Un sentimiento de desesperación me embarga, como si estuviera condenado a cumplir con algo que no entiendo del todo, pero que es necesario en este mundo retorcido. Finalmente, me envuelvo en la sábana, sin poder evitar la sensación de vergüenza y arrepentimiento que me consume.
Mientras me ajusto la sábana, siento que la criatura comienza a hablarme en mi mente. Me pregunta si alguna vez alguien me ha querido de verdad, como ella lo hace. Sabemos ambos que mi respuesta es no, que no he experimentado nunca un amor tan profundo. En ese momento, siento que estoy en deuda con ella, como si no pudiera escapar de esta conexión, de este vínculo retorcido que hemos formado. Mi mente se ve abrumada por la sensación de estar atrapado en una deuda interminable.
Recuerdo entonces el cuaderno que las figuras femeninas protegen con tanto celo. Algo en mi interior me dice que debo conseguirlo, que es la clave para comprender todo lo que está sucediendo. Decido que debo cumplir con mi misión, como un perro leal que vende su alma por un trozo de pan. Me siento como un soldado dispuesto a vender su lealtad por una muestra de cariño.
Me adentro en la casa de las figuras. La menor de las dos me deja entrar sin decir una palabra, señalando hacia la luz que parpadea débilmente. La figura parece haber olvidado mi presencia, y es en ese momento cuando mi corazón comienza a latir con fuerza, consciente de la traición que estoy a punto de cometer. Sin pensarlo más, saco el trozo de hueso que la criatura había extraído de sus espuelas y lo arrojo con fuerza hacia la ampolleta, rompiéndola en mil pedazos. Los cristales caen sobre mi rostro como una lluvia afilada, y el sonido del vidrio al estrellarse es ensordecedor.