A primera vista Tech habría podido parecer una ciudad utópica, formaba un anillo gigantesco alrededor del valle y se extendía hacia el exterior, cubriendo cada centímetro de tierra habitable con edificios de acero y cristal, masivos complejos de fabricas, enjambres de robots para los trabajos pesados y carreteras de asfalto policromado por la que se deslizaban vehículos sin ruedas, uno creería que no les faltaba nada pero desde hacia tiempo les faltaba algo fundamental: naturaleza.
La vegetación era un artículo de lujo en Tech, el agua se reciclaba, los alimentos se producían en forma de píldoras e insumos sintéticos de alto valor nutricional e ilusorio sabor, cualquiera con una semilla en las manos debía entregarla a los científicos del gobierno para que pudieras estudiarla e intentar cultivarla en cautiverio, o pagar una suma astronómica para conservarla y cultivarla en su casa, lo que hacía que cualquiera con una flor, un arbusto o un raquítico brote de árbol en una maceta fuera la celebridad del barrio; eso hasta hacia seis años, luego había comenzado la guerra contra el valle y la campaña de terror y odio contra los seres inhumanos que vivían del otro lado de las montañas, el que sus mayores representantes fueran seres mitad planta condujo a una especie de aversión contradictoria hacia estas, a fin de cuentas el hacerse con grandes cantidades de tierra nueva y cultivable era la principal causa de la guerra pero tener una planta en casa llego a verse como un velado voto de apoyo al enemigo y todos los que tenían alguna se vieron obligados a entregarlas sin saber jamás que serian destrozadas frente a esquejes capturados como una tortura psicológica para hacerles hablar, lo que por cierto jamas funciono.
Y ahora Hikari tenía en sus brazos un brote de esqueje, un diminuto bebe de aspecto andrógino que le miraba con ojillos rojos y una inmensa ternura, no podía culpársele de experimentar una confusa mescla de júbilo y temor en su pecho, había decidido llamarlo Kay y mientras lo mecía leía el pequeño manual que le había dado el ejercito con lo poco que se había logrado averiguar de los prisioneros esquejes capturados durante la guerra, hubiera querido hablar personalmente con alguno pero la mayoría moría al poco de ser capturados porque no soportaban el encierro y la luz artificial, y el único que quedaba en aquellos momentos se habían transformado, ante la vista de los atónitos científicos que le monitoreaban, en una vid de crecimiento incontrolable que intentaba encajar raíces en el acero de su celda y tuvo que ser reducida a cenizas con láseres para poder detenerla, sin que quedara nada que pudiera analizarse después, aquello había hecho que Hikari se preguntara si el muro verde que se cernía sobre las montañas eran un montón de esquejes también.
-“Su alimentación consiste enteramente en agua fresca y luz solar, siempre están descalzos por lo que es de suponer que podrían absorber nutrientes y magia del suelo en contacto directo”, Dios, espero poder cuidarte bien.
Pocos días después se le ordeno mudarse del apartamentillo donde había vivido desde que se graduara de la academia militar a uno más grande y bonito a medio camino entre los laboratorios centrales de Tech y la casa presidencial, se le dio de baja con honores puesto que no podía ser madre y soldado a la vez y se dispuso a encarar de buen humor la misión tan rara que se le había encomendado.
Los problemas comenzaron casi de inmediato, en los laboratorios Kay había resistido magníficamente porque le habían mantenido aislado y dado todos los suplementos que necesitaba pero en el exterior fue cosa de días para que el clima frio y seco de Tech, la polución de sus fabricas y la escases de luz natural comenzaran a hacer estragos en su delicado cuerpecillo, el cabello se le torno quebradizo y opaco, dejo de sonreír, andaba como ido, Hikari le llevaba a los laboratorios donde se levantaba un poco pero no podía dejarlo allí eternamente y la sensación de que se le escapaba de las manos, que aquella frágil plantita se moría, le espantaba; le dieron un saco de la mejor tierra negra que pudieron escarbar de las faldas de las montañas, donde era un atentado acercarse ahora porque las vides atacaban a todo el mundo, ella lleno a medias una maceta y ponía al bebe allí, con las piernitas enterradas, mientras le daba agua cada hora, de día en el balcón para que recibiera sol y de noche bajo una lamparita especial, abonaba la tierra con los químicos menos agresivos, le prodigaba todos los cuidados de un jardinero abnegado y también los de una madre desesperada, le cantaba, le leía sus libros de la academia porque en Tech no se conocían los cuentos de hadas, le ponía cubitos de hielo en la maceta cuando hacía mucho calor o frazadas y gorritos si hacía demasiado frio, hasta que finalmente, casi después de un mes de penurias, le vio sonreír otra vez.