Nieve en Agosto (libro 0.5 de la Saga Razones)

Capítulo 3

Su caminar era por demás torpe e inestable, no estando segura de cuánto tiempo más sus piernas lograrían seguir soportando su peso sobre ellas antes de colapsarse. Sentía tanta tristeza y desilusión que temía le cerrarían el pecho asfixiándola irremediablemente. Apretó sus labios evitando continuar llorando, pero todo era inútil, el dolor estaba ahí, tan latente y vivo que era insoportable. Por un instante rememoró aquellos difíciles días llenos de médicos y hospitales. Ni siquiera entonces su corazón agonizaba tan terriblemente. Una desencajada mueca se dibujó en su rostro al pensar en lo ilusa que había sido al imaginar que Axel esperaría por ella. Una amarga risa hacia sí misma brotó de su boca al recapacitar en lo que había pensado y en lo absurdo que ahora sonaba después de lo que había presenciado. Había sido tan torpe, tan estúpida e ingenua. ¿Cómo pudo fantasear con esa idea por tantos años? si era lógico que él, no solo no sentía lo mismo que ella, sino que era obvio que continuaría su vida con alguien que si valiese la pena. Con alguien que si pudiera permanecer a su lado.

—¿Quién está ahí? —articuló angustiada a la nada que aparentemente la rodeaba, poniendo a todos sus demás sentidos en alerta extrema.

Podía escuchar las pisadas firmes de alguien que se acercaba, su mirar insistente que sentía la atravesaba, sin mencionar que su respirar era dificultoso después del trecho que había recorrido por localizarla. Su cuerpo por instinto se vio en la necesidad de retroceder un par de pasos para protegerse de ese alguien que aún continuaba acechándola en las sombras. Distinguiendo al desconocido cuando una apacible corriente le llevó aquel aroma tan particular y único que ella en definitiva conocía. Él estaba ahí.

—Axel —fue un susurro, una leve caricia al aire.

—¿Tienes idea de cuántas veces deseé escucharte decir mi nombre en todos estos años? —su voz profunda y corrompida se oía cerca, cada vez más y más cerca— ¿Sabes cuántas veces imaginé ver tú silueta en el árbol de cerezos? —reprochó mientras avanzaba, comenzando a acorralarla—. ¿Puedes imaginarte las miles de horas que esperé tenerte así de cerca? —estaba furioso y solo ella era la culpable.

—Yo no... —el ensordecedor golpe que hizo sobre la firme pared de concreto que se hallaba a sus espaldas frenó cualquier intento que tuviese por dar explicaciones. Podía sentir su respirar sobre sus mejillas produciéndole escalofríos, el calor que desprendía su cuerpo al tenerlo tan próximo a ella y el embriagante aroma que parecía colarse por cada uno de sus poros sumergiéndola en una especie de trance del que tenía que despertar antes de que fuese demasiado tarde.

—Di mi nombre —demandó con vehemencia mientras reposaba desesperadamente su frente junto a la de la asustadiza castaña—. Quiero escucharte decir mi nombre —Pidió casi como una súplica.

—Axel... —Lo llamó con el poco aliento que aún quedaba dentro de ella.

Sonrió con arrogancia al oír el maravilloso sonido que tomaba su nombre cuando salía de sus labios, no pudiendo creer que aquella pequeña niña que había conocido ese día de agosto se hubiese convertido en esa hermosa mujer que temblaba con su roce.

—Te lo dije... —empezó a hablarle de forma pausada e inquietante, tomándose el tiempo para retirar sutilmente esas saladas gotas que aún en silencio continuaba derramando —... Te dije que si rompías tú promesa lo pagarías y al fin ha llegado ese momento, Elisa —tomó su mentón y sin poder contenerse asaltó sus labios tal y como esa mañana lluviosa que, sin resistir el deseo de verla dormir, había sido lo bastante ruin como para robarle su primer beso apenas siendo una niña.

Su corazón se sentía enloquecido con el hecho de verla, disfrutando cómo su sangre más despierta que nunca circulaba desenfrenada sobre sus venas y todo por ella, solo por ella. Ya no podía seguir negándolo por mucho que su orgullo se interpusiera en el camino, la quería, la precisaba consigo casi tanto como el aire que se requería para la vida.

El mundo de las fantasías era un lugar tan feliz, tan dulce, tan sencillamente perfecto que por un momento añoró poder permanecer en él por tiempo indefinido. Ambos, solo él y ella, alejados del resto de la realidad y de todos aquellos que renegaran de lo que sentían, por desgracia nada de eso podía ser. El mundo real existía, tanto como lo hacía la persona por la que había llegado a parar a esa casa y quien, a partir de ese momento, estaba comprometida con Axel por mucho que la destrozara el aceptarlo. Él ya había formado su vida, una muy diferente de la suya. Llena de personas inocentes que no merecían sufrir por culpa de alguien que a la larga solo lograría sembrar más abandono y tristeza en esa lastimada alma que Axel poseía.

—Axel, creo que... —trató de encontrar las palabras adecuadas para hacer lo correcto, aún si eso la despedazaba fatalmente—... Creo que estas malinterpretando las cosas —la sensación de calor desvaneciéndose le hizo pensar que se había alejado de pronto de su lado, dejándole instalada una fría lapida de indiferencia, pero debía y tenía que continuar. Clavó sus uñas en la suavidad de su piel para darse valor y callar. No podía hacerlo, de ninguna manera lo orillaría a enfrentar junto a ella ese lúgubre futuro que la marcaba. De su boca no podía salir la verdad, su tiempo había pasado y para su infortunio ya era demasiado tarde—. Yo no vine a la ciudad esperando encontrarte —mintió.

—¿¡Entonces por qué estás aquí!? —exigió conocer tan bruscamente que le erizó los vellos de la nuca, deseando adherirse con esa muralla de concreto que detenía su huida.

—Valeria es amiga mía —bajó el rostro para no tener que seguir soportando la ira en ese peligroso torbellino que era la mirada de Axel—. Es por ella por quien estoy aquí, así que... —confesó a medias, aspiró aire y concluyó sin titubear dispuesta a marcharse—... El que tú y yo nos hayamos encontrado fue mera coincidencia, solo eso.




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