Habían dejado de correr cuando el arrullar del río les calmó los latidos rápidos del corazón. Izack, aferrado a la mano de Harry, apretaba con sus deditos la pulsera dañada con sus ojos a punto de crear una dura competencia al río donde su madre los llevaba entre risas a bañarse.
Harry temblaba, insólito por lo que había ocurrido.
—Le pediremos otro a la anciana —le susurró, alzándose sobre sus piernas para alcanzar a ver si tribu.
Cuando bajaron por un gran monte que ninguno de los dos recordó subir, Kerma esperaba en blanco casi como su cabello. Se miraba desesperada, buscando con sus ojos lo que apareció entre los arbustos.
—¿Dónde estaban? —Kerma llegó hasta ellos, arrodillándose frente a Izack. Él no tardó en ponerse a llorar, acurrucándose en el cuello de su hermana que lo elevó y lo cargó—. ¿Por qué se fueron? Les dije que debían quedarse aquí. El bosque es peligroso, lo saben bien.
Harry evitó también llorar, viendo a su rubio hermano comenzar a parpadear de sueño. Aún asustado y con temor de ser atacado por la espalda, el rizado tomó la mano de Kerma sin su permiso, mirando sobre su hombro a la naciente oscuridad del bosque. Su piel se erizó lentamente, sintiéndose a cada segundo más intranquilo.
—A Izzy se le rompió su pulsera —Harry le dijo a Kerma, quien guiaba a sus hermanos hasta los últimos pasos hacia su casa—. Tiene miedo de irse, Kerma.
La alfa frunció la frente, acostando a su hermano menor sobre el nido de su madre. Instantáneamente, Izack se aferró a las pieles sobre el nido y dejó ir un suspiro antes de relajar su pequeño rostro. No soltó el collar hasta que Kerma le abrió dedito por dedito, girándose a Harry cuando terminó.
—¿Cómo pasó? —preguntó, suspirando y sentándose sobre el suelo. Harry no la imitó, mordiéndose los dedos mientras volvía a mirar a sus espaldas, pese a que ya estaba dentro de su casa—. Mamá y papá se enojarán mucho conmigo cuando se enteren de esto. ¿Por qué nunca puedes obedecerme, Harry? Te pedí sólo una cosa.
El niño se acarició el brazo donde seguía teniendo la marca del pellizco que le habían dado. Que él le había dado.
—No me siento bien —musitó alto, a la espera de ser escuchado por sus padres desde la lejanía donde se encontraban. Pero no sucedió, Kerma haciéndose cargo cuando tiró de él y lo sentó sobre su regazo.
Le tocó la frente con sus dedos fríos, que hicieron a la piel de Harry quejarse y retorcerse hasta que el propio niño se alejó del toque por lo incómodo que se estaba sintiendo. Kerma, ignorando aquello, arrugó su tersa piel y lució como Anly sumida en preocupación.
—¿Comieron algo? ¿Alguna plata? —El cabello plateado de Kerma cayó sobre sus hombros cuando se inclinó hacia Harry, que parpadeaba para mantenerse despierto.
—No, sólo... —Harry recordó los ojos azules, viéndole con enojo injustificado que le asustaba y le paralizaba el corazón. Debió ponerse frío, porque Kerma colocó sobre una manta que no le quitó el escalofrío cuando cerró los ojos por unos segundos y sólo pudo ver azul. Azul sumido en una negrita infinita y tenebrosa—. No me siento bien —el niño repitió bajo y con un tono desesperado, retorciéndose en los brazos de su hermana.
Kerma, manchada en las puntas de sus dedos porque siempre andaba detrás de la anciana para aprender más sobre lo que sea, se cuestionó sobre los síntomas de Harry y lo que podía darle para que se recuperara
—Tienes fiebre, Harry —le dijo, pero el niño tenía su mirada perdida en el techo con parpadeos lentos que retrasaban el movimiento de sus pestañas—. Mamá y papá están por llegar, y podrán darte algo.
Decidió que no haría nada, comenzando a asustarse cuando la luna terminó de caer y Harry seguía mirando al techo, ya sin parpadear. Se sacudía al sonido del viento moviendo las hojas de los árboles en el exterior, llegando a producir un miedo en Kerma que le sacudió el corazón varias veces por el terror en sus venas. Por el miedo que tenía en cada sacudida de Harry, sintiendo que algo saldría de las tinieblas. Sin previo aviso, las cortinas de piel gruesa y pesada se movieron junto a la puerta de madera y la alfa gritó, levantándose con las manos temblorosas y el corazón en la garganta.
—¡Kerma! —Anly miró a su hija con sorpresa, amarrada a su cintura su cuchillo de caza bañado en sangre que se había secado sobre la piedra hecha arma—, ¿qué es lo que sucede?
Zed llegó a los pocos segundos, ojos preocupados y analizando todo el lugar con su cuchillo en mano, más grande que el de Anly pero no menos peligroso. Cuando Kerma no respondió y sólo suspiró, su padre se acercó a ella y tomó su rostro pálido entre sus callosas manos protectoras. Anly le siguió, mirando a su hija temblando sobre sus pies.
—¿Qué pasa, cachorra? —Zed le preguntó. Kerma reaccionó por fin, relajando sus brazos y tirándose sobre los brazos de su padre. Él la acogió con un abrazo cálido que le calmó el temblor en su alma—. ¿Qué sucede, Kerma?
—Oh, mis dioses —Anly se arrodilló en su nido, mirando a Harry con miedo. Le tocó la frente, las mejillas y el cuello, subiendo su mirada para ver a su alfa con aún más preocupación en el verde de sus ojos—. Está caliente. ¿Qué pasó, Kerma? Dime qué fue lo que sucedió —La omega no podía bajar su voz, menos podía regresar las lágrimas que atenazaron en ella.
—No lo sé —Kerma se soltó de los brazos de su padre para sentarse a lado de su madre—. Él sólo... Él me dijo que se sentía mal. Le pregunté si había comido algo, alguna plata mala y dijo que no.
Anly miró a Zed, que tocaba a Izack para asegurarse de que él estuviera bien.
—Hay que llamar a la anciana —Anly dijo desesperada—. Tiene que darle algo para la fiebre ahora o...
—No podemos hacer eso —Zed se arrastró en el nido hasta estar detrás de Anly y la sostuvo, ella teniendo a Harry sobre su pecho—. La anciana no nos atenderá a esta hora de la noche, menos cuando salga el sol si vamos a interrumpir en su casa ahora.