Harry miraba al cielo cuando se aburría de contar los dedos de sus pies sucios, llenos de barro que había pisado. No recordaba cuándo había sido que sus ojos verdes se habían abierto y había terminado amarrado de manos y pies para que caminase lento detrás de varios caballos que, para desgracia de Harry, dejaban sus excrementos junto para que el rizado los pisara. Y los hombres malvados con armaduras que brillaban ante los rayos del sol se reían sin pena alguna mientras tiraban de la cuerda aferrada a las extremidades del niño, que caía si no se daba cuenta y avanzaba antes de que sus pies tropezaran. Pero ya no lloraba tanto mientras se sentía seco y lamía sus labios para descubrir que estos estaban sangrando. Ya no sollozaba mientras volvía a su cabeza la imagen de sus padres muertos sobre el suelo de su casa, que debía de haber desaparecido detrás de las montañas en algún momento.
Cuando las estrellas salieron y las bestias custodiaban a los extremos del camino desolado a la espera de un descuido para devorar a alguien, Harry dejó de tener miedo. Recordó la calidez de las fogatas en el centro de la tribu, donde iban todos a sentarse a comer bajo la luz de la luna llena para sentirse protegidos. Recordó esos días junto a las leyendas que escuchaba a medias antes de que Izzy tirara de su mano para irse a otro lado... Izzy y Kerma, que habían quedados solos en algún lado de la tribu y que seguro habían visto la misma escena que Harry había visto antes de desplomarse sobre brazos extraños. Bajo el frío como manto y las estrellas como techo, Harry suspiró profundo y no tuvo miedo de la oscuridad, no más que el miedo por lo que estaba por suceder. Sabía que no sería nada bueno, porque la piel se le erizaba y solo así llegaba a sentir la crueldad del viento fuerte sobre su piel. Solo así sabía que su futuro ya no sería el que su madre le contaba con Izzy apegado a su lado, sonrisas y labios de su madre contándole con tanta seguridad que ambos serían cazadores para su pueblo, tan segura que tuvo que resultar falso.
Siguió mirando el cielo y su color, recordando las palabras de su madre como si ella estuviera a su lado todavía y se las estuviera susurrando sobre su oreja. Debió funcionar, Harry se dijo mentalmente cuando cayó de golpe al suelo, porque no sintió ni el más mínimo dolor mientras seguía siendo arrastrado por la tierra. Alguien había sido gentil con él cuando lo agarraron brusco y lo tiraron sobre el lomo de un caballo.
—Parece muerto —dijo uno de los guardias a su compañero, espada en mano y mirando a sus alrededores con ojos ardiendo por casi no parpadear—. ¿Llegará a la mañana?
—Debe de hacerlo —contestó el otro bruscamente, tirando de las cuerdas del caballo y girándose a ver al niño detrás de él con algo de compasión—. Pobre de él, si lo hace...
—Pobre de nosotros —Sonrió un castaño, que también blandía la espada con menos preocupación que su compañero al otro extremo del caballo—. Ustedes son tan jóvenes para comprender cómo funcionaba el castillo antes de que el príncipe Louis naciera. Desde que lloró la primera noche, puso de cabeza toda la ciudad. Cuando era pequeño, de un año quizá, hizo desaparecer al hijo de una de las doncellas de su padre Edwin... Oh, pobre niño perdido en el bosque, a la merced de cualquier peligro —Sonrió más, como si lo que estuviera contando no fuera más que un chiste sin gracia para quienes lo escuchaban—. Yo ayudé a su madre a buscar a su hijo cuando el sol se estaba poniendo detrás de la luna. Yo y otros más que les asegurarán que lo que vimos nos dejó con pesadillas durante varias lunas. El pobre niño apareció muerto, con su estómago abierto y sus tripas en las copas de los árboles, esperando ser vistas por todos...
—Pero —Uno de los guardias miró nervioso a sus costados, temiendo de ser escuchado por alguien— ¿qué tenía que ver el príncipe? ¿Por qué...?
—Oh, fue él quien lo llevó al bosque —dijo con simplicidad—. Así confesó el esposo de la Reina. Y le cortaron la cabeza a la doncella cuando se volvió loca y comenzó a acusar al niño de haber matado a su hijo con sus propias manos. Dijo que era el mismo demonio. Desde entonces el esposo de la Reina tiene prohibido tener damas de compañía. Creo que ha perdido la cordura por eso...
Los demás se miraron entre ellos, espantados por la historia, ojos abiertos y mejillas pálidas con las manos temblorosas sobre las espadas. Temían de lo que había en el bosque, sin saber realmente lo que había pasado. El verdadero peligro se escondía dentro del castillo y vestía túnicas de seda rosa, saltando sobre un pie en modo de juego y riendo cuando tropezaba.
—¿Qué haces aquí, Louis? —El niño dejó de saltar, acomodando su vestido sobre sus cortas piernas y mirando a su madre con inocencia, parpadeando sus largas pestañas y balanceándose sobre sus pies descalzos—. Deberías estar ya en cama. ¿Dónde está tu padre?
Louis se encogió de hombros, mirando por encima del hombro de su madre a las afueras, esperando ver a quienes había mandado por su nuevo juguete.
—¿Cuándo llegará? —le preguntó a Clera, que se bajó la falda del vestido con un gruñido. De prisa, una de las sirvientas tomó la falda sobre sus manos con la cabeza inclinada, temblando cuando Louis le dirigió una vaga mirada—. ¿Llegará hoy, mamá?
—No lo creo —Clera le sonrió a su hijo y se agachó para recogerlo, Louis posando su quijada sobre el hombro de su madre y soltando un gran bostezo que lo hizo sacudirse sobre las manos de su madre. Ella lo abrigó más con sus manos acariciándole la espalda, caminando a paso firme y subiendo las escaleras sin más. Edwin ya estaba allí, al pie de la escalera con una expresión de alivio—. ¿Dónde estabas, Edwin?
—Estaba buscando a Louis —Edwin suspiró, estirando sus manos para tomar a Louis en sus manos. Pero el niño sacudió la cabeza con una mueca—. Tengo que llevarte a la cama, Lou —Edwin se hundió sobre sus hombros, agotado y deseando ya estar sobre su cama. Aun si la preocupación nunca se iba de él.