Capítulo 14: El Laberinto de la Mente
Con el medallón antiguo en su poder, Daniel, Elara y Marek emprendieron su camino hacia el siguiente destino indicado por la profecía: un templo ancestral oculto en las profundidades de un bosque sombrío. Este lugar, envuelto en misterio y conocido por sus pruebas mentales, prometía desafiar no solo su intelecto, sino también su espíritu.
El bosque era un mar de sombras, con árboles que se alzaban como centinelas vigilantes. La bruma espesa amortiguaba los sonidos, intensificando la sensación de estar siendo observados. Daniel llevaba el mapa en una mano y su bastón en la otra, pero su mente estaba inquieta. La presión de liderar pesaba sobre él.
"Estamos cerca", murmuró, tratando de mantener la calma. Sin embargo, su voz traicionaba una leve vacilación. Cada paso parecía arrastrar el eco de un susurro que ninguno podía identificar.
Elara, adelantándose con cautela, levantó una mano para concentrarse en un hechizo detector. Su respiración era pausada, pero su mirada reflejaba una mezcla de determinación y ansiedad. "Este lugar está saturado de magia antigua… y no toda es benigna", dijo, su tono apenas un susurro, como si temiera despertar algo dormido.
"Eso ya lo sabemos", replicó Marek en voz baja, aunque su ceño fruncido revelaba preocupación. Sus ojos, normalmente imperturbables, recorrían el entorno con una intensidad que delataba más nerviosismo del que quería admitir. "Recuerden que este templo no es un simple lugar físico. Nos enfrentaremos a nosotros mismos tanto como a cualquier trampa.
La entrada del templo apareció de repente entre la bruma, tan imponente como inquietante. Tallada directamente en la roca, estaba adornada con inscripciones que brillaban débilmente, como si susurraran secretos olvidados. Daniel tragó saliva mientras pasaba la yema de los dedos por las runas. "Esto no será fácil", admitió, su voz cargada de una mezcla de anticipación y respeto.
La puerta, cerrada por un enigma mágico, presentó su primer desafío. El enigma era un rompecabezas de símbolos antiguos, cada uno cargado de energía oscura. Mientras Daniel trabajaba con el Codex Umbra para descifrarlos, sus manos temblaban, apenas perceptibles. ¿Y si no lograba resolverlo? ¿Y si fallaba y condenaba a sus amigos?
"Concéntrate, Daniel", lo instó Elara, su voz firme, pero no exenta de calidez. Su confianza en él fue un ancla en medio de la incertidumbre.
Con un leve destello, la puerta se abrió finalmente, revelando un interior oscuro y lleno de ecos. El aire era pesado, casi tangible, y cada paso resonaba como si el templo respirara. Frescos cubrían las paredes, mostrando imágenes de antiguas batallas y pruebas que parecían advertencias.
En el centro de la sala principal, una esfera de cristal flotaba sobre un pedestal. Cuando se acercaron, una voz etérea resonó, profunda y casi hipnótica.
"Bienvenidos a la Prueba de la Mente". Para avanzar, deberán enfrentar lo que más temen. En el laberinto de la mente, solo quienes conquisten sus propias sombras podrán reclamar el siguiente artefacto.
Elara retrocedió instintivamente, su corazón latiendo con fuerza. "No esperaba que fuera… tan directo", murmuró, tratando de ocultar su temor.
"Eso solo significa que no podemos retroceder", respondió Marek, aunque su tono más seco de lo habitual revelaba que estaba tan afectado como los demás.
De repente, la sala se transformó. Las paredes se disolvieron en un laberinto vivo, sus caminos retorciéndose y cambiando a medida que cada miembro del grupo era separado. Cada uno se encontraba frente a un desafío íntimo, una ilusión diseñada para desgarrar el alma.
Daniel
Daniel apareció en una sala familiar y dolorosa: su antigua casa. El eco de risas y voces de su pasado llenó el aire. Allí estaban su madre, su hermano, sus amigos… y el rastro de su ausencia. Cada rincón estaba impregnado de recuerdos de su culpa por haber elegido el camino del poder en lugar de protegerlos.
"¿Por qué nos dejaste?" preguntó una figura que se parecía a su hermano. La voz era suave, pero cada palabra se sentía como un puñal.
"Porque pensé que podía salvarlos a todos", respondió Daniel, su voz quebrada. "Y fallé."
Las lágrimas ardían en sus ojos, pero el eco de las palabras de Marek resonó en su mente: esta prueba no era para castigarlo, sino para enfrentarlo a sí mismo. "Acepto mis errores", murmuró, encontrando fuerza en su propia voz. Y con esa aceptación, las visiones se desvanecieron.
Elara
Elara estaba en un campo devastado por la guerra. A lo lejos, veía a sus padres atrapados en un edificio en llamas, mientras su mejor amigo pedía ayuda desde el otro extremo. Cada elección que hacía la llevaba al mismo resultado: perder a alguien.
"¿Por qué no eres lo suficientemente fuerte?" susurraron las llamas, burlándose de ella.
"¡Cállate!" gritó, apretando los puños. Sabía que era una ilusión, pero el dolor era real. Cerró los ojos y respiró profundamente, dejando que la magia fluyera en su interior. En lugar de elegir, decidió enfrentarse al laberinto mismo, rompiendo la ilusión con un estallido de luz.
Marek
Marek estaba rodeado de espejos que reflejaban versiones de sí mismo: en una era un gobernante cruel, en otra un salvador idolatrado. Cada reflejo le susurraba sus propios deseos ocultos, mostrando el poder que podía tener si abandonaba su ética.
"Todo esto es falso", dijo Marek con dureza, aunque la tentación lo carcomía. ¿Y si realmente estaba destinado a gobernar? Pero recordó por qué había comenzado esta misión: no por poder, sino por propósito. Cerró los ojos, dejando que los espejos se rompieran en pedazos.
Cuando el grupo se reunió nuevamente, había una comprensión tácita entre ellos. Habían visto las profundidades de sus almas y habían emergido más fuertes.
"Han superado la prueba de la mente", declaró la voz etérea. La esfera se iluminó, revelando un cofre con un amuleto brillante en su interior.
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Editado: 24.11.2024