Niigata

PRÓLOGO

El tren avanzaba suavemente junto al mar, atravesando arrozales teñidos de verde intenso por el verano, con una cadencia relajada y tranquila, como si no tuviera ninguna prisa en llegar. Cada traqueteo parecía murmurar suavemente una melodía repetitiva, casi hipnótica. Charlie, con la cabeza ligeramente inclinada hacia la ventana, observaba fascinada cómo el mar se dejaba ver en destellos intermitentes entre las hileras de árboles que custodiaban el borde de las vías. Aparecía y desaparecía tan rápido que parecía un juego del océano con ella; un secreto que apenas alcanzaba a descifrar.

Charlie apoyó la frente contra el vidrio. La sensación fría del cristal la hizo sonreír, recordándole los pasillos de su antigua casa en Ohio cuando salía corriendo con el pelo húmedo después de ducharse. Esos pequeños instantes familiares eran como diminutas píldoras de calma para ella, suficientes para olvidar por unos segundos que estaba a miles de kilómetros de cualquier lugar conocido.

Llevaba una chaqueta roja de algodón anudada casualmente a la cintura, con el bordado desgastado que rezaba “Ohio State”, un pequeño recordatorio de casa que traía sin demasiada intención. La falda escolar japonesa era nueva y ligeramente más corta de lo habitual, rozándole apenas por encima de las rodillas y dejando al descubierto más piel de la que acostumbraba, lo que hacía que continuamente intentara ajustarla con discreción. Sus largas piernas apenas cabían cómodamente en aquel asiento diseñado para cuerpos más pequeños, pero no le importaba demasiado; después de todo, era parte de la aventura, pensó animándose a sí misma.

En su mochila, descansaban dos cuadernos impecablemente nuevos, esperando las primeras palabras de una vida que apenas comenzaba, junto a un pequeño estuche decorado con ositos sonrientes y una botella de agua sin etiqueta, cuyo origen ya había olvidado.

De repente, sintió una leve vibración en su regazo. Era el móvil. Un mensaje silencioso y frío, que parpadeaba sobre la pantalla:

Papá:
«Llega a clase sin retraso. No hagas preguntas. No hables con desconocidos. Vuelve a casa directa. Ya conoces las reglas.»

Charlie leyó el mensaje rápidamente y dejó escapar un breve suspiro, sin perder la sonrisa que mantenía en los labios. Sin contestar, puso el móvil boca abajo sobre sus muslos y sacó distraídamente de su bolsillo un caramelo amarillo brillante envuelto en papel transparente. Limón. Siempre limón. Era ácido y dulce a la vez, una contradicción perfecta y reconfortante. Cerró los ojos un instante, dejando que el sabor llenara su boca mientras sonreía para sí misma, como si estuviera guardando un pequeño secreto.

Cuando abrió nuevamente los ojos, el cielo parecía haberse aclarado misteriosamente, como si alguien hubiera ajustado el brillo de un día demasiado perfecto. Se incorporó ligeramente en su asiento, acomodándose mejor. El vagón olía a una mezcla curiosa de tela gastada, colonia barata y un lejano toque salado que llegaba desde el mar.

A su lado, una anciana dormitaba con una mascarilla azul ajustada bajo los ojos. Frente a ella, un niño de grandes ojos curiosos la observaba fijamente, sin pestañear siquiera. Charlie sostuvo la mirada del niño durante varios segundos, divertida ante su descaro inocente, hasta que finalmente decidió sonreírle abiertamente. El pequeño se ruborizó, bajó la cabeza rápidamente y fingió que jugaba con sus zapatos. Charlie no pudo evitar una risa leve y cristalina, apenas audible.

—Bien hecho —susurró para sí, divertida sin saber muy bien la razón.

La voz metálica del altavoz resonó por el vagón, anunciando algo en japonés que Charlie aún no lograba comprender del todo. Solo pudo distinguir claramente una palabra: Niigata.

La estación apareció entonces en medio de un parpadeo de edificios bajos, postes eléctricos y techos pintados de verde brillante. Charlie respiró profundamente, sintiendo la emoción crecer en su pecho, como pequeñas mariposas que comenzaban a agitar sus alas. Con movimientos fluidos y espontáneos, se colocó la mochila sobre los hombros, pasó sus dedos distraídamente por el pelo rubio y se puso en pie justo cuando el tren iniciaba su suave frenado.

La puerta se abrió con un sonido de bienvenida, y ella avanzó con una leve sonrisa emocionada, casi traviesa, iluminándole el rostro.

El mundo empezaba justo en ese instante, aunque Charlie aún no lo supiera del todo.




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