"A veces lo más difícil es decir algo bonito a tiempo."
Eran exactamente las 6:47 cuando Yūta miró por tercera vez la pantalla de su teléfono. El sol, aún tímido y perezoso, se filtraba entre los árboles que bordeaban la calle silenciosa, dibujando patrones suaves y cambiantes en el suelo de cemento. El verano parecía haber llegado tarde ese año, o quizá era él quien aún no había despertado del todo.
Avanzó lentamente, consciente de cómo sus zapatos raspaban ligeramente el suelo con cada paso, casi como si arrastrara los pies. Su uniforme escolar estaba ligeramente desordenado: el cuello desalineado, la camisa blanca arrugada en lugares que delataban su falta de atención. En su mano derecha sostenía, sin demasiado cuidado, una nota doblada con desgana, arrugada como un pañuelo viejo y sujetada por un clip metálico torcido.
Se detuvo un instante, frunciendo el ceño hacia aquel trozo de papel como si pudiera culparlo de algo. Volvió a leerlo por cuarta vez en la mañana, aunque ya casi se lo sabía de memoria:
"Recoge a Charlotte Williams - 7:00"
Grapada al papel con descuido, había una foto en blanco y negro, pixelada y mal escaneada, donde apenas podía distinguirse un rostro borroso, con una sonrisa tímida que bien podía ser una mancha de tinta. Yūta se encontró suspirando profundamente, con más dramatismo del que realmente sentía necesario, y se descubrió a sí mismo preguntando en voz muy baja, casi murmurando:
—...¿Por qué yo?
Como era de esperar, nadie respondió. El viento cálido apenas agitó las hojas, susurrándole al oído que aquel día era tan ordinario como cualquier otro, aunque él intuía con una extraña certeza que esa afirmación no era del todo cierta.
Le dio una patada suave a una piedrecilla que se interpuso en su camino, viéndola rodar con desgana hacia un pequeño charco formado por el riego matutino. El agua salpicó suavemente sus zapatos, y aunque normalmente eso habría bastado para incomodarlo, ese día simplemente decidió no darle importancia.
Miró otra vez la nota, descubriendo ahora algo que antes no había notado: en una esquina, escrita con tinta azul muy ligera, había una palabra sencilla, casi imperceptible:
"Gracias."
Yūta frunció el ceño con sorpresa. No reconocía la letra, ni tampoco sabía exactamente por qué le daban las gracias. Decidió que tampoco eso importaba demasiado. Guardó la nota en el bolsillo, sintiendo la incomodidad del papel arrugado contra su muslo, y silenció su teléfono, anticipándose a cualquier interrupción indeseada.
La estación estaba justo frente a él, un edificio pequeño y ligeramente desgastado que parecía un juguete olvidado al borde de la carretera. Normalmente estaba vacía a esas horas, salvo por los trabajadores que entraban y salían con pasos rápidos y miradas ausentes. Pero aquella mañana, justo en el banco más alejado y claramente incorrecto, había una figura que destacaba notablemente en aquel escenario común.
La chica parecía completamente ajena a su entorno. Tenía un mapa desplegado frente a ella, aunque lo sostenía de tal manera que era evidente que estaba al revés. Sus ojos azules, grandes y ligeramente preocupados, escudriñaban intensamente el papel, como si esperara que en cualquier momento la respuesta a todas sus preguntas brotara mágicamente desde allí.
Yūta se detuvo, indeciso por primera vez. Desde lejos, la chica parecía demasiado rubia, demasiado extranjera, demasiado brillante para aquel entorno tan gris. Sintió una pequeña punzada de nerviosismo en el estómago, algo extraño e inexplicable, antes de sacudir suavemente la cabeza y obligarse a avanzar.
Justo cuando estaba a punto de hablar, ella levantó la cabeza abruptamente, como si hubiese sentido su presencia antes de oírlo o verlo. Sus miradas se cruzaron de golpe, y él sintió que había algo ligeramente deslumbrante en sus ojos claros, como reflejos de sol en agua tranquila.
—¿Charlotte Williams? —preguntó torpemente, deseando no haberse sonrojado al instante.
La chica parpadeó, confundida pero divertida, y respondió con un tono inseguro pero sorprendentemente amable:
—Um… Puede… ¿Eres Yuta-san?
Él se rascó brevemente detrás de la oreja, algo incómodo:
—…Sí. Pero no hace falta lo de “san”.
Ella rio brevemente, un sonido alegre y sincero que pareció reverberar en todo el andén, despejando inmediatamente cualquier incomodidad.
—Entiendo. Entonces solo Yūta.
Él asintió en silencio, encogiéndose ligeramente de hombros, intentando parecer indiferente aunque su corazón aún latía algo más rápido de lo normal.
—¿Vamos? —preguntó finalmente, haciendo un gesto con la cabeza hacia la salida.
Charlie guardó el mapa con una torpeza entrañable en su mochila y se puso rápidamente en pie, alcanzando de inmediato a Yūta, que había comenzado a andar un poco más rápido de lo que pretendía. Caminaron juntos en silencio por unos segundos, cada uno midiendo sus pasos cuidadosamente.
—¿Es tu primer día en Japón? —preguntó finalmente Yūta, sorprendiéndose a sí mismo por iniciar la conversación.
Charlie sonrió tímidamente, algo sonrojada, bajando ligeramente la vista hacia el suelo: