"No lo buscaba. Pero ocurrió."
—¿Otra vez sin desayuno?
Yūta apenas alzó la vista. Takao estaba a medio sentarse, con el cartón de zumo ya abierto y el envoltorio de pan relleno asomando por el bolsillo.
—No tenía hambre —murmuró.
—Eso dicen los que olvidaron comer.
Takao le lanzó medio trozo envuelto en papel y se dejó caer en su sitio.
—Cómetelo o morirás en directo durante el ensayo y luego me tocará leer tu parte.
—Ni siquiera tengo parte aún.
—Tú eres el tipo que pone las sillas y mueve los decorados. Eres el alma invisible de esta producción.
Yūta se limitó a abrir el envoltorio.
Los primeros en llegar hablaban bajo, arrastraban mochilas, bostezaban sin disimulo. El aula olía a suelo recién fregado y a algo de fruta fermentada, probablemente una manzana olvidada en alguna mochila desde el viernes.
La puerta se abrió.
Entró Aimi. Después Mao, con los cascos colgando.
Y detrás, Charlie.
Venía sola, como siempre. Pero algo —algo mínimo, sin forma— la traía distinta.
El cabello húmedo en las puntas, recogido a medias con una pinza gris.
El cuello del uniforme suelto, un botón sin abrochar.
Y la forma en que se agachó a dejar la mochila… no torpe, pero sin coreografía.
Natural. Real.
Yūta no la miraba. Solo… la vio.
Las piernas estiradas al doblarse, el sonido sordo del estuche cayendo al suelo, el gesto de echarse el pelo tras la oreja sin pensarlo.
Y por un segundo, su mirada descendió sin quererlo, siguiendo la línea de los botones del uniforme hasta donde la tela parecía tener que esforzarse un poco más por mantenerse cerrada.
Y bajó la vista, rápido.
El envoltorio seguía entre sus manos, cerrado.
—Buenos días —dijo Charlie, al aire.
Aimi le respondió con una sonrisa. Mao alzó la mano.
Charlie se sentó. Una fila más adelante. Un poco en diagonal. Demasiado cerca.
Takao se inclinó hacia Yūta.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Tienes cara de que alguien te ha robado el alma por la ventana.
—Me estás mirando demasiado.
—Y tú a alguien más.
Yūta no contestó.
En ese momento, la puerta volvió a abrirse.
Riko entró.
Cruzó el aula sin mirar a nadie. La mochila colgada de un solo hombro, el paso decidido, el ceño relajado.
Pero al pasar junto a Charlie, algo cambió en su gesto, casi imperceptible.
Una pausa mínima. Una tensión en el cuello.
No se detuvo.
No dijo nada.
Se sentó.
Sacó el estuche.
Abrió el cuaderno.
Y se quedó así.
Aimi apareció junto al escritorio de Riko, con una carpeta bajo el brazo.
—He traído las referencias de vestuario que pediste —dijo, dejando la carpeta encima sin esperar respuesta—. No están todas, pero hay unas cuantas que podrían servir para el tercer acto.
Riko asintió sin mirarla.
Aimi se quedó un segundo más, esperando quizá alguna reacción, pero luego se fue sin decir nada. Mao y Takao hablaban en voz baja cerca de la ventana, como si midieran qué tan en serio iba a ser el ensayo de hoy.
Y sin más, las primeras clases transcurrieron como una masa densa de instrucciones, ejercicios proyectados y explicaciones que nadie parecía registrar del todo.
Yūta pasó de página varias veces sin haber leído nada.
La profesora de matemáticas hablaba con entusiasmo sobre polinomios que no entusiasmaban a nadie, y alguien en la fila de atrás usaba la calculadora como espejo para revisar el flequillo.
Charlie no hablaba.
Estaba un par de asientos por delante, en diagonal. A veces se inclinaba sobre el cuaderno. Otras se quedaba quieta, mirando la pizarra sin expresión.
Parecía atenta, pero no del todo presente.
Como si hiciera el esfuerzo de parecer parte de la sala sin fusionarse con ella.
Riko, justo delante, resolvía ejercicios con rapidez, sin mirar a nadie.
Su bolígrafo se deslizaba sin pausas.
Ni siquiera paró cuando alguien estornudó dos veces seguidas al lado.
Había una tensión en sus hombros, como si se hubiera sentado en postura perfecta solo para no moverse jamás.
Takao, al lado de Yuta, había dividido su cuaderno en dos columnas: “cosas que probablemente no entran en el examen” y “cosas que suenan a mentira”.
Cada tanto escribía algo en la segunda columna. Luego lo tachaba.