Niñera De Mi Hija

Prólogo

―Quiero que tomes el dinero y te largues con tu bastarda. ―La mujer de mirada azul gélida la miró desde su altura, como si ella no valiera más que un peso―. No quiero que mires atrás. Lárgate ahora que estoy siendo bondadosa contigo.

Blue negó.

―Yo amo a su hijo de verdad ―quiso hacerle entender―. El amor que siento por él va más allá, incluso de cualquier cantidad de dinero. No me iré ―se negó. Se antepuso a la mujer que le había estado haciendo miserable la vida a espaldas del amor de su vida―. Somos felices con nuestra dulce espera. ¿Por qué no puede darme la oportunidad?

―Te la acabo de dar, chiquilla insolente. ―Débora Rummage la observó con desprecio. Nadie en su sano juicio le respondía o le negaba algo, y cuando eso pasaba, lo hacía pagar muy caro―. Tenías la oportunidad de marcharte con una cantidad de dinero que jamás en tu vida podrás tener y decidiste que no. ―Dio media vuelta y salió de la casa sin decir una palabra más.

Blue se llevó la mano al pecho. Por primera vez se antepuso a las demandas de su suegra. Por un momento perdió el miedo para demostrarle que el amor que sentía por Michael no era falso ni interesado. Ella realmente lo adora.

Sin familia, dinero o una posición social privilegiada, Blue García, una española radicada en Inglaterra, se enamoró de Michael Rummage, un hombre inteligente, apuesto y adinerado, pero nada de eso la atrajo. Él era un hombre de carácter fuerte, pero que con ella era sensible. Desde el momento uno la trató como reina y siempre la puso por encima de todo y de todos, incluso la defendía de su madre.

No era fácil para ella convivir con personas que la humillaban frecuentemente y que trataban de separarla de Michael, pero aun así ella lo había dado todo por el amor que le tenía y lo defendía de quien fuera, sin importar a cuantos se echara encima.

―Amor ―al ver al hombre de pelo negro, ojos grises y compostura intimidante con una sonrisa arrogante, saltó a sus brazos―, has llegado. ―Besó sus labios emocionada.

―Lamento la tardanza ―se disculpó―. He tenido algunos problemas con el nuevo proyecto. ―Besó su frente―. ¿Ya cenaste? Espero que no me hayas esperado.

Blue asintió.

Él parecía normal, pero había algo distinto.

―¿Pasó algo aparte del trabajo? ―Ella estaba nerviosa. Encaró a su suegra, y sabía que eso era sentenciarse a muerte. Confiaba plenamente en su prometido, pero aun así quiso saber.

―No pasa nada ―la tranquilizó―. Iré a darme una ducha, no tardo. ―Michael subió las escaleras y desapareció de la vista de Blue.

Suspirando con pesadez, Blue decidió ir a la cocina para calentarle la cena y hacerle su batido favorito. Quería contentarlo a como diera lugar y no se quedaría quieta hasta lograrlo, así que, una vez terminó, subió a la habitación para avisarle que su cena estaba caliente.

―Dios ―susurró al sentir una patada de su bebé. Eso la hizo feliz―. Amo…

―Te fuiste demasiado pronto, Michael. No me gustó.

 Esa voz paralizó a Blue.

―Tenía que hacerlo. Sabes que tengo un compromiso, Samanta. Te di todo el tiempo que pude. ―Resopló―. Mañana terminaremos, ¿está bien?

―¡Dios! ―Blue fue incapaz de no quejarse. El fuerte dolor que cruzó sus caderas la aterró―. Oh, Dios mío ―chilló nerviosa al ver el suelo empapado.

―¿Cariño? ―Michael cortó la llamada y salió de la habitación―. ¿Qué sucede? ―La miró preocupado.

―Rompí fuente ―contestó más nerviosa que antes―. Debo ir al hospital ya mismo.

Michael inmediatamente se movilizó. Fue a la habitación por las cosas de la bebé y las de Blue para después correr a la clínica donde daría a luz.

―¡¿Cómo me pueden decir que la doctora no está disponible?! ―Michael estaba enfurecido. Gritaba en medio de la recepción de la clínica London Memorial

―Lo sentimos, señor Rummage, la doctora salió de viaje.

Bastante alterado, pasó la mano por su cabeza.

―¡Todos quedarán despedidos después de esta falta! ―amenazó, y todos temieron, pues una amenaza de ese hombre nunca iba en vano―. ¡Quiero que cualquiera la atienda ya mismo!

Blue lo agarró de la mano.

―Cálmate, por favor ―le pidió a pesar de que esa conversación la había dejado bastante inestable―. Ellos no tienen la culpa. Otro doctor me puede ayudar a tener a mi hijo.

―Por aquí, por favor.

Blue fue sentada en una silla de ruedas y dirigida a una de las habitaciones.

Las horas se hicieron eternas para Blue. El dolor era insoportable y nadie hacía nada para calmarla. Michael no dejaba de dar órdenes, pero nadie parecía escucharlo. Las cosas se pusieron mal cuando Blue empezó con un abundante sangrado y los latidos del bebé disminuyeron considerablemente.

―Debe salir. ―El doctor lo contempló―. No puede quedarse en la habitación. Vamos a tener que bajarla a sala.

Blue ya no era ella. El dolor y la falta de sangre la tenían tan débil que ni siquiera podía hablar.

―Yo me haré cargo desde ahora. ―Una doctora llegó con Débora.




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