Marcus
Odio los funerales. Odio los malditos funerales.
Lo peor es que no puedo faltar a este.
Estaciono el auto en la parte trasera de la casa, cerca de la glorieta en el jardín que solía usar mi hermano y su familia. Esta parte está cerrada porque así lo pedí. Salgo del auto y me quedo mirando las mariposas que vuelan entre las flores mientras suelto todas las maldiciones que conozco en todos los idiomas. Si mi hermano no estuviera muerto, lo habría matado yo mismo. Sabe lo mucho que odio los funerales y se le ocurrió que organizara el suyo sabiendo que ni siquiera voy a entrar.
Tomo asiento en uno de los sillones y me quedo mirando a la nada hasta que el sol se pone en el cielo. Desde aquí no se escuchan los gritos, aunque mi madre nunca se rebajaría a gritar a todo pulmón, ni siquiera porque se trate de su hijo favorito.
Escucho una serie de autos moverse por la gravilla, sin duda en dirección al cementerio, pero no me muevo.
—Pensé que estaba delirando —dice una voz de hombre a mi espalda y me doy la vuelta, sorprendido porque alguien se haya atrevido a atravesar las cuerdas que ordené poner alrededor del jardín.
—¿Lo conozco? —pregunto cuando el hombre vestido de traje y con un maletín en la mano está lo suficientente cerca y no reconozco su cara.
—Soy el abogado de Milton —explica, y en el momento en que escucho el nombre de mi hermano, me tenso—. Una vez que se convirtió en padre empezó a cambiar todos sus documentos y me dijo que, si llegaba a morir antes que usted, no lo encontraría en la casa por mucho que buscara. Pensé que estaba delirando, pero ahora veo que tenía razón.
Tomo una respiración profunda cuando finalmente conecto su cara con la voz del hombre que me dio los detalles básicos acerca de mis obligaciones para el funeral a través de una llamada telefónica.
—Supongo que tiene otras cosas que decirme —señalo el banco frente a mí, pidiéndole que tome asiento y él lo hace.
—Sé que no quiere escuchar esto —empieza—, pero lamento mucho su pérdida. Milton era un gran hombre —tiene razón. No tengo ganas de escuchar nada al respecto y él parece notarlo en la parte de mi cara que no está oculta por las gafas, porque carraspea y abre su maletín antes de empezar a sacar papeles—. Su hermano le ha dejado todo lo que poseía. Dinero, terrenos, sus acciones en la empresa familiar, y antes de que diga cualquier cosa, dijo que podía hacer lo que considerara mejor. Venderlas, quemarlas, donarlas, lo que fuera.
Tomo los papeles que me tiende y ni siquiera me molesto en hojearlos. No quiero preguntarle por qué diablos se le ocurrió hacer eso. No hablo con nuestros padres desde hace diez años, así que la decisión más estúpida es dejarme las acciones, pero no pienso hablar con él acerca de eso, porque no es de su incumbencia.
—Esta es una carta personal que dejó para usted y cuyo contenido no he leído. Y esta carpeta contiene toda la información para que pueda llevar a cabo la tarea.
—¿Qué tarea? —pregunto con el ceño fruncido mientras tomo la carpeta. El hombre se pone de pie y se pasa las manos por el traje impoluto mientras una leve capa de sudor empieza a formársele en la frente y yo me pongo tenso—. ¿Qué tarea? Ya me cedió el dinero, los terrenos y las acciones en la empresa para que haga lo que quiera. ¿Por qué necesitaría una guía para eso?
—Milton… Milton decidió entregarle la custodia de su hijo.
Siento como si acabaran de darme un puñetazo de lleno en el rostro y me pongo de pie de inmediato, aunque el hombre ya ha empezado a retroceder.
—Tiene que ser una maldita broma —mascullo mientras camino hacia él con paso apresurado y él continúa retrocediendo.
—Me temo que no, y lamento los inconvenientes que esto pueda causarle, pero toda la información está en el archivo.
Me detengo de golpe en mi lugar, sabiendo que no tiene sentido ir detrás del mensajero y la única persona que puede darme respuestas está a siete metros bajo tierra, pero eso no me detiene. Tomo todos los malditos papeles y luego abro la puerta del copiloto y los lanzo de golpe en el asiento, sin importarme si se desploman o se tuercen en el camino o incluso si se quedan atascadas cuando cierro la puerta de golpe.
Enciendo el auto después de subirme y supongo que debo agradecer que el hombre tuviera la más mínima decencia como para esperar hasta el entierro, porque las calles están mínimamente despejadas y puedo conducir con más rapidez hasta llegar al cementerio.
Milton no puede hacerme esto, no es idiota.
Me detengo de golpe cuando veo que empiezan a cerrar las puertas del cementerio y clavo la bocina mientras dejo un poco de la parte del auto entre las rejas, haciendo que sea imposible que las cierren. Bajo al ventanilla y uno de los sepultureros se asoma por mi lado del auto y me mira como si estuviera loco, así que uso la carta del duelo.
—Milton Cavill —digo—. Enterraron a Milton Cavill hace poco más de una hora y yo… yo acabo de llegar. Es mi hermano, necesito verlo hoy, necesito… —necesito gritarle, pero ellos no tienen por qué saberlo.
El hombre mira a su compañero y parecen tener una conversación silenciosa en la que ambos se ponen de acuerdo, porque se hacen a un lado y me dejan pasar. Supongo que deben estar acostumbrados a este tipo de escenas.