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El aroma del café recién molido invadía la oficina mientras me recostaba en mi silla, mirando por la ventana del piso dieciséis. El bullicio de la ciudad, siempre tan constante y predecible, era un recordatorio de lo que yo había construido en los últimos años. La empresa de mi padre, en la que había dedicado sangre, sudor y lágrimas, era tan imponente como las torres que se alzaban a mi alrededor. Sin embargo, todo ese esfuerzo parecía no ser suficiente para él.
La puerta se abrió y vi entrar a mi padre, imponente y autoritario como siempre. Traía en la mano un sobre, lo cual nunca era una buena señal. Cuando lo dejó caer sobre mi escritorio, supe que algo más se avecinaba.
—Valeria —su voz era tan firme como su presencia—. Creo que ha llegado el momento de que me demuestres que realmente estás lista para lo que tanto dices desear.
No pude evitar que una ceja se arqueara, una reacción automática que siempre ocultaba mis emociones. "Siempre controlada, siempre en control," me repetía. Sin embargo, esta vez algo en su tono me hizo sentir una ligera punzada de inquietud.
—¿Y cuál es esta nueva prueba? —respondí con el tono más indiferente que pude.
—Quiero que vayas a un pequeño pueblo, lejos de todo esto. Hay un terreno allí que necesitamos para expandir nuestras operaciones. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras flotaran en el aire—. Necesito ver si realmente puedes manejar una negociación complicada sin mi intervención.
Suspiré internamente. Había pasado años demostrándole mi valía, cada proyecto terminado, cada contrato firmado, todo había sido con la intención de ganar su respeto, su reconocimiento. Pero aquí estaba, dándome una tarea que parecía más una misión secundaria que un verdadero desafío.
—¿Qué tan difícil puede ser adquirir un terreno en un pueblo olvidado por Dios? —intenté que mi tono sonara casual, pero algo en su expresión me hizo detenerme.
—El dueño no es fácil de convencer. Mateo... es un hombre testarudo, que no se deja comprar con dinero. Vas a necesitar algo más que solo una chequera para lograrlo. Además, tiene dos hijos que… han logrado ahuyentar a toda niñera que han contratado. Puede que no sea tan simple como crees.
Un frío se apoderó de mí. Niños. Nunca había sido buena con ellos. Eran ruidosos, impredecibles, desordenados. Algo en mi interior se retorcía cada vez que veía a uno, siempre tan llenos de vida, una energía que nunca había logrado comprender ni apreciar. ¿Y ahora mi éxito dependía, al menos en parte, de cómo manejar a dos de ellos? Parecía una broma cruel.
—Supongo que no tengo opción, ¿verdad? —dije alzando la vista para encontrarme con sus ojos. Él simplemente me miró, su silencio era la confirmación.
Tomé el sobre, lo abrí y saqué los documentos. Las letras parecían bailar frente a mí, pero me forcé a enfocar. Mateo, dueño de un terreno en un pueblo que ni siquiera sabía que existía hasta hoy. Sus hijos, gemelos, nombres: Tomás y Sebastián. La cantidad de niñeras que habían despedido o, más probablemente, huido, era impresionante.
—Tu vuelo sale mañana —añadió mi padre antes de salir de la oficina. Dejándome sola con mis pensamientos y la inquietante misión que me había asignado.
La verdad era que no se trataba solo del terreno. Esto era un test, otro más. Mi padre estaba probando si yo tenía lo que se necesitaba para dirigir la empresa, su legado. Todo lo que había trabajado, lo que había logrado hasta ahora, de repente parecía tan frágil, tan susceptible a ser arrebatado si no superaba esta nueva prueba. Me pregunté por un momento si realmente valía la pena. Pero ese tipo de dudas no tenían cabida en mi mente. No podía permitirme fallar.
Esa noche, mientras empacaba, pensé en todo lo que me había llevado hasta este punto. Mi ambición, la fuerza que siempre me había impulsado hacia adelante, era también mi mayor debilidad. Y ahora, esa ambición me llevaba a un pequeño pueblo, a enfrentar a un hombre que no conocía y a dos niños que ya anticipaba serían un desafío mucho más grande de lo que quería admitir.
Me miré en el espejo antes de cerrar la maleta. Mi reflejo me devolvió la mirada de una mujer fuerte, decidida, pero había algo más en mis ojos. Una sombra de duda que no reconocía del todo, pero que estaba decidida a eliminar. No era solo cuestión de demostrarle a mi padre lo que podía hacer. Era demostrarme a mí misma que podía enfrentar cualquier reto, sin importar lo incómodo o desafiante que fuera.
Al día siguiente, mientras el avión despegaba, dejé que la ciudad y todo lo que representaba se desvaneciera debajo de mí. Ahora, todo lo que importaba era el terreno, Mateo, y esos dos niños traviesos que, según intuía, serían la prueba más dura que había enfrentado hasta ahora. No había espacio para errores.
Lo conseguiría, sin importar lo que tuviera que hacer.
Porque yo, Valeria, no sabía cómo perder.
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Editado: 31.08.2024