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Los gemelos se levantaron con el mismo brillo travieso en los ojos que había visto la noche anterior. Apenas había salido el sol, y ya estaban corriendo por la casa como dos pequeños huracanes, llenando el ambiente de risas y gritos. Me encontré en la cocina, una taza de café entre las manos, observando cómo se movían de un lado a otro, tramando quién sabe qué.
No podía evitar sentir una mezcla de nervios y anticipación. Sabía que algo estaban planeando, pero no tenía ni idea de lo que me esperaba. En el fondo, me recordaban un poco a mí misma cuando era niña: siempre buscando una nueva aventura, siempre ideando alguna travesura. Pero eso fue hace mucho tiempo, y la adulta que soy ahora no tenía paciencia para esos juegos... o al menos, eso pensaba.
—¡Valeria, ven! —gritó Sebastián desde la sala—. ¡Queremos mostrarte algo!
Dejé la taza en la encimera y suspiré, preparándome mentalmente para lo que sea que estuvieran tramando. Al llegar a la sala, los vi parados junto a la puerta trasera, con sonrisas inocentes demasiado sospechosas.
—¿Qué están planeando? —pregunté, tratando de sonar firme, aunque sabía que con ellos eso no serviría de mucho.
—¡Nada! —dijo Tomás, pero sus ojos brillaban con una picardía que no podía esconder—. Solo queremos mostrarte algo en el granero.
—Claro, —respondí, cruzando los brazos—. ¿Y por qué tengo la sensación de que eso no es todo?
—Solo ven, —insistió Sebastián, tomando mi mano y tirando de mí hacia la puerta.
Los seguí hacia el exterior, el sol de la mañana calentando mi piel mientras avanzábamos por el camino hacia el granero. No pude evitar admirar nuevamente la belleza del lugar. El paisaje era simplemente encantador: colinas verdes, cielos azules y el canto de los pájaros que creaba una sinfonía natural a nuestro alrededor. Sin embargo, no dejaba que eso me distrajera. Sabía que los gemelos estaban tramando algo.
Al llegar al granero, se detuvieron frente a la puerta, mirándose entre sí con complicidad.
—Tienes que cerrar los ojos primero, —dijo Tomás, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Por qué? —pregunté, levantando una ceja, claramente escéptica.
—Es parte de la sorpresa, —añadió Sebastián, con una mirada tan convincente que casi logran que lo creyera.
Suspiré y decidí seguirles el juego. Después de todo, no podía ser tan malo. Cerré los ojos, aunque no sin cierta reticencia.
—Está bien, —dije—. Pero más les vale que no sea una de sus travesuras pesadas.
—Confía en nosotros, —dijeron al unísono, con una risa que ya debería haberme puesto en alerta máxima.
Oí cómo abrieron la puerta del granero, y el olor a heno y madera llenó mis sentidos. Tomás y Sebastián me tomaron de las manos y me guiaron hacia el interior. Todo estaba en silencio, demasiado silencio, lo que hizo que mis sospechas crecieran aún más.
—¿Puedo abrir los ojos ya? —pregunté, impaciente.
—¡Ahora! —gritó Tomás, soltando mi mano.
Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo una cuerda se deslizaba desde lo alto del granero, y una lluvia de paja cayó sobre mí, cubriéndome de pies a cabeza. El sonido de sus risas resonó en el granero mientras me quedaba allí, completamente sorprendida y, para ser sincera, un poco molesta. Pero algo en la situación era tan ridículo que, a pesar de mí misma, no pude evitar empezar a reírme también.
—¡Eso fue increíble! —dijo Sebastián, saltando de alegría.
—Estás cubierta de paja, —añadió Tomás, doblándose de la risa.
Me sacudí la paja tanto como pude, intentando mantener algo de dignidad, aunque sabía que era una causa perdida. Me sentía como una idiota por haber caído en su trampa, pero al mismo tiempo, había algo refrescante en dejarme llevar por su energía, por su alegría infantil.
—Muy bien, —dije finalmente, con una sonrisa que no pude ocultar—. Me ganaron esta vez, pero prepárense, porque la próxima no se la van a llevar tan fácil.
—¿Eso es un desafío? —preguntó Tomás, con los ojos brillando.
—Tal vez, —respondí, haciéndome la interesante mientras me inclinaba hacia él—. Pero tienen que estar preparados, porque no me van a atrapar dos veces.
Salimos del granero, todavía riendo, y mientras caminábamos de regreso a la casa, me di cuenta de que algo dentro de mí había cambiado. No sabía exactamente qué, pero los gemelos, con su inagotable energía y travesuras, estaban empezando a hacerme ver las cosas de manera diferente. Quizás esta aventura en el campo sería más interesante de lo que había pensado originalmente.
Al final del día, mientras los niños se preparaban para la cena, me encontré recordando las palabras de mi padre. Nunca había sido buena con los niños, eso lo sabía, pero quizás, solo quizás, este desafío sería exactamente lo que necesitaba para demostrarme a mí misma que podía hacer cualquier cosa.
—Mañana será un nuevo día, —murmuré para mí misma, mirando por la ventana el cielo que comenzaba a oscurecerse. Las risas de los gemelos llenaban la casa, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí curiosamente en paz.
Quizás, solo quizás, este juego que había comenzado no era solo una táctica para ganarme la confianza de Mateo, sino también una oportunidad para redescubrir una parte de mí que había olvidado. Y mientras cerraba los ojos esa noche, envuelta en el sonido de la tranquilidad del campo, supe que estaba lista para enfrentar cualquier travesura que viniera.
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Editado: 31.08.2024