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Me sentía atrapada en una tormenta de celos y frustración, y todo por culpa de esa mujer nueva que había llegado al pueblo. Mi nombre es Marta, y como hija del alcalde, no puedo permitir que una simple niñera de ciudad nos arrebate lo que considero mío por derecho. Mateo, el hombre al que siempre he visto como mío, estaba ahora envuelto en una maraña de atención hacia Valeria, la nueva llegada. No podía permitir que esto siguiera así.
Era una mañana de verano, el aire estaba cargado con la promesa de un día caluroso. Caminaba por las calles adoquinadas del pueblo, sintiendo el calor bajo mis pies. Mi mente estaba llena de planes y estrategias para lidiar con esta intrusa que se había atrevido a poner en entredicho lo que había trabajado tan duro por mantener. La idea de que Valeria pudiera ganar la simpatía de Mateo me atormentaba, y estaba decidida a hacer que pareciera que ella no encajaba aquí.
Me dirigí hacia la granja, una visita que tenía planeada con mucho cuidado. Mi plan era sencillo pero efectivo. Sabía que Valeria había estado tratando de adaptarse a la vida en el campo, y quería darle una pequeña ayuda para que su adaptación fuera un desastre.
Al llegar, me encontré con los gemelos, Tomás y Sebastián, que estaban jugando cerca del granero. Habían crecido en una atmósfera de travesuras y bromas, y sabía que podía usar eso a mi favor.
—¡Hola, chicos! —les saludé con una sonrisa amistosa—. ¿Cómo están?
—¡Hola, Marta! —respondieron al unísono, su entusiasmo era palpable.
—¿Dónde está Valeria? —pregunté con una curiosidad fingida.
—Está en el huerto, tratando de recoger algunas verduras —dijo Tomás con una sonrisa traviesa.
Perfecto. Era exactamente el lugar que necesitaba para que mi plan se desarrollara. Me dirigí hacia el huerto, donde encontré a Valeria intentando seleccionar las verduras con cuidado. Se veía un poco incómoda, tratando de mantenerse en el ritmo de la vida rural.
—¡Hola, Valeria! —exclamé con una cordialidad exagerada—. He venido a ayudarte.
Valeria levantó la vista, su expresión era una mezcla de sorpresa y desconfianza. Se levantó y se sacudió las manos antes de sonreír con algo de rigidez.
—Hola, Marta. Eso es muy amable de tu parte.
—No hay problema —dije, con una sonrisa que ocultaba mi verdadero propósito—. Pensé que quizás podríamos trabajar juntas un poco. Así te familiarizas más con la vida en el campo.
Valeria asintió, y comenzamos a trabajar juntas. Yo me aseguré de que mi presencia fuera notoria, y mientras conversábamos, empecé a deslizar comentarios sobre lo difícil que podía ser adaptarse a la vida rural. De vez en cuando, lanzaba preguntas que podrían hacer que Valeria pareciera desinformada o poco preparada. Lo importante era sembrar la semilla de la duda en la mente de Mateo.
La conversación transcurrió entre risas forzadas y charlas sobre la vida en el campo, pero yo estaba calculando mi próximo movimiento. Sabía que había que asegurarse de que Mateo viera a Valeria en una situación comprometida para que la duda sobre ella se solidificara.
Al cabo de un rato, decidí que era el momento adecuado para poner en marcha el siguiente paso de mi plan. Saqué una cesta que había preparado con algunas verduras ya dañadas y las coloqué junto a Valeria. Entonces, sin previo aviso, solté una de las verduras para que rodara cerca de la huerta. La intención era que pareciera un descuido, algo que dejara un rastro de desorden.
—¡Oh, no! —exclamé con una falsa alarma—. Creo que algunas verduras se han estropeado. Eso debe ser un problema, ¿no?
Valeria se inclinó para recogerlas, pero mi intervención ya estaba en marcha. Fui a buscar a Mateo, que estaba cerca de la granja, con la intención de mostrarle la situación con la mayor dramática posible.
—¡Mateo! —lo llamé, asegurándome de que mi tono fuera lleno de preocupación—. Tienes que ver esto. Parece que hay un problema en el huerto.
Mateo se acercó rápidamente, con una expresión de alarma en su rostro. Valeria estaba de pie, con una cesta en la mano, mientras intentaba recoger las verduras caídas. La escena estaba diseñada para parecer un caos total.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Mateo, mirando a Valeria con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Parece que Valeria ha tenido algunos problemas con la cosecha —dije, con un tono que insinuaba que esto era algo serio—. Estaba tratando de ayudar, pero...
Mateo observó la escena con atención. Valeria levantó la vista, claramente incómoda, y trató de explicar la situación.
—Lo siento, Mateo. Hubo un pequeño incidente. Estoy tratando de arreglarlo.
—No te preocupes, Valeria —dijo Mateo, tratando de calmar la situación—. Todos cometemos errores.
A pesar de sus palabras amables, podía ver en su rostro la preocupación. La semilla de la duda que había sembrado comenzaba a germinar, y no podía evitar sentir una satisfacción amarga por haber logrado mi objetivo. Este incidente, aunque pequeño, había puesto en evidencia que Valeria no era la experta que parecía ser.
Mientras Mateo ayudaba a Valeria a recoger las verduras, me retiré discretamente, sintiendo una mezcla de triunfo y angustia. Sabía que mi plan había funcionado, pero el costo de ver a Mateo desconfiar de Valeria me dejaba con un sabor agridulce. El día estaba lejos de terminar, y me preguntaba qué más podía hacer para asegurarme de que el lugar que creía mío permaneciera intacto.
Con la imagen de Valeria en el huerto, desordenada y fallida, en mi mente, me fui a casa, con el corazón palpitando de ansiedad y emoción. Sabía que esta batalla no había terminado, pero al menos había ganado una pequeña victoria en mi lucha por mantener lo que consideraba mío.
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Editado: 31.08.2024