Niñera por accidente

Capitulo 27

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Los días que siguieron a la partida de Martha fueron un remolino de emociones y decisiones. Mateo y yo tratábamos de encontrar nuestro equilibrio, pero cada paso que dábamos juntos parecía estar lleno de desafíos. Sin embargo, lo que se avecinaba sería una prueba mayor, una que pondría a prueba no solo nuestra relación, sino también nuestra capacidad para enfrentarnos a un enemigo común.

Todo comenzó una mañana tranquila. El sol apenas asomaba por el horizonte, y el canto de los pájaros llenaba el aire de una calma que no sentía desde hacía semanas. Me encontraba en la cocina, preparando café, cuando escuché a Mateo entrar con paso decidido. No necesitaba girarme para saber que algo lo tenía preocupado.

—Valeria, tenemos un problema —dijo sin preámbulos, su voz grave, llena de una preocupación que pocas veces había escuchado en él.

Dejé la cafetera a un lado y me volví para mirarlo, tratando de leer su expresión. Sus ojos, siempre tan seguros, ahora mostraban una mezcla de determinación y miedo que me hizo sentir un nudo en el estómago.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, intentando que mi voz sonara más firme de lo que me sentía.

Mateo tomó asiento a la mesa y extendió unos papeles que llevaba en la mano. Al ver mi desconcierto, explicó con voz tensa:

—Mi padre… ha dejado a la empresa en una situación mucho más delicada de lo que pensábamos. Los problemas financieros son graves, Valeria. Si no hacemos algo pronto, podríamos perder todo.

Mi corazón dio un vuelco. Sabía que la empresa de su padre había pasado por momentos difíciles, pero nunca imaginé que la situación fuera tan crítica. Mateo me miró a los ojos, y en su mirada pude ver la magnitud del peso que llevaba sobre sus hombros.

—¿Qué podemos hacer? —pregunté, acercándome a él, dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario.

Mateo suspiró, pasándose una mano por el cabello, un gesto que siempre hacía cuando estaba nervioso.

—He estado pensando en diferentes opciones, pero todas tienen un alto riesgo. Necesitamos inversión, y rápido. He estado revisando algunos posibles socios, pero… no confío en ellos. Cada uno tiene sus propias condiciones, y ninguna es favorable para nosotros.

Su desesperación era palpable, y mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad, buscando una salida, una forma de ayudar. Recordé algunos contactos que había hecho en mis años en la ciudad, personas que podrían estar interesadas en invertir, pero no podía ofrecerle a Mateo ninguna garantía.

—Podemos intentar buscar otras opciones —dije, sentándome a su lado y tomando su mano—. Mateo, hay personas en la ciudad que podrían estar interesadas en invertir. Podríamos hablar con ellos, buscar una solución que no implique ceder tanto control.

Mateo me miró, la gratitud y el aprecio visibles en su rostro. Sabía que estaba poniendo todas sus esperanzas en cualquier posible solución, pero también sabía que su orgullo le impediría aceptar cualquier cosa que considerara una derrota.

—No quiero que tengas que involucrarte en algo que podría salir mal, Valeria —dijo finalmente, con la voz quebrada por la tensión—. Ya has pasado por demasiado por mi culpa.

—Mateo, esto no es solo tu problema —respondí, apretando su mano con firmeza—. Es nuestro problema. Y si vamos a salir de esto, lo haremos juntos.

Mateo asintió lentamente, y en sus ojos vi la determinación renacer. Había algo en esa mirada que me dio la fuerza que necesitaba. Sabía que si lográbamos superar esto, sería una prueba definitiva de que podíamos enfrentarnos a cualquier cosa juntos.

Así que, con esa decisión tomada, pasamos los días siguientes elaborando un plan. Mateo investigaba cada posible inversor, analizaba sus antecedentes, sus intereses, mientras yo contactaba a quienes creía que podrían estar interesados. Fue un proceso agotador, lleno de rechazos y negociaciones fallidas, pero cada pequeño avance nos daba una chispa de esperanza.

Hubo noches en las que Mateo apenas dormía, sus pensamientos siempre girando en torno a la empresa, a su padre, a todo lo que estaba en juego. Y aunque no lo decía en voz alta, sabía que temía fallar, que esta carga terminaría aplastándonos. Pero cada vez que lo veía tambalear, me aseguraba de estar ahí para sostenerlo, para recordarle que no estaba solo.

Finalmente, después de muchas conversaciones y discusiones, logramos contactar a un inversor que parecía tener un interés genuino en la empresa y en lo que representaba. Era una compañía de la ciudad, pequeña pero en crecimiento, que buscaba expandirse en el campo agrícola. Mateo y yo acordamos reunirnos con ellos, decididos a aprovechar esta oportunidad.

El día de la reunión, la tensión en el aire era palpable. Nos vestimos con la formalidad que la ocasión requería, aunque yo sabía que la verdadera batalla se libraría en nuestras palabras, en nuestra capacidad para convencer a estos inversores de que valía la pena apostar por nosotros.

Cuando llegamos al lugar acordado, un pequeño despacho en la ciudad, el ambiente era frío y profesional. Nos recibió un hombre joven, con una sonrisa educada pero distante, y una mujer que claramente manejaba los números. Nos sentamos en una mesa de conferencias, donde cada palabra, cada gesto, tenía un peso enorme.

Mateo tomó la iniciativa, presentando la situación con claridad y honestidad, explicando tanto los desafíos como las oportunidades que la empresa ofrecía. Yo lo observaba, admirando su capacidad para mantenerse firme bajo presión, pero también lista para intervenir si era necesario.

Cuando llegó mi turno, expuse la visión que teníamos para el futuro, cómo planeábamos utilizar la inversión para mejorar la empresa y garantizar un retorno beneficioso para ambas partes. Hablé con pasión, porque sabía que no solo estaba defendiendo la empresa de Mateo, sino también el futuro que queríamos construir juntos.

Al final de la reunión, después de horas de discusión, los inversores parecían convencidos. Nos dieron su aprobación preliminar, y acordamos que trabajaríamos en los detalles en los días siguientes. Cuando salimos del despacho, con los documentos en mano, sentí una mezcla de alivio y agotamiento que casi me hizo tambalear.




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