Niñera prohibida

CAPITULO TRES- DUDAS -

Nunca pensé que una noticia podría golpearme tan fuerte. Apenas unas horas atrás, mi mundo estaba girando en una dirección que pensaba que conocía. Pero de repente, todo cambió. Papá ya no estaba. Nunca me prepararon para esto. Nadie me dijo que un día tendría que mirar la vida sin él, sin escuchar su voz reconociéndome, sin sus bromas tontas que me hacían reír aunque fueran tan simples. Una cosa era crecer sin mi madre, me hizo falta durante mucho tiempo, pero al no conocerla, me acostumbré. Mi padre, el siempre estuvo. No se perdió una sola fiesta en el colegio, no dejó de comprarme disfraces. No me perdí una sola actividad de Halloween. El siempre sacó tiempo para mi, para mis pijamadas para hacerme sentir que aunque estaba creciendo sin mi madre, a él le podía tener confianza siempre.

Aunque me creció una necesidad se llevarle la contraria solo por ver que tanto se enojaba conmigo, cosa que nunca hizo, casi siempre mantenía la calma a pesar de que yo lo ponía de los mil demonios por momentos.

El comenzó a verse con mujeres cada vez peores. Mujeres que se les notaba no querían a un hombre con su hija. Que solo estaban con el por el dinero.

¿Cómo mi padre no se daba cuenta? No lo se.

Y supongo que nunca lo sabré.

Era muy malo escogiendo mujeres para ser sus novias.

Gracias a dios ninguna llegó a ser tan importante como para mudarlas a la casa.

Hasta que comenzó a verse con Petra Vielkof.

Discusiones todos los días. Problemas por el uso de ropa muy corta. Discusiones sobre actual universidad me Inscribiría. Decisiones sobre cuál beca aceptaría. Todo eso comenzó en el momento en que ella llegó a nuestra vida.

Ahora nada de eso importaba.

Aquello me parecía tan lejano, tan distante. De repente, la universidad no me parecía tan importante.

Mi padre estaba muerto.

Deseo tanto que el estuviera aquí para pelear. Quisiera tanto que estuviera aquí para discutir con él, para gritarle que dejara de meterse en mi vida o para gritarle que no se fuera de ella.

Todavía puedo escuchar la voz de Steven, sus palabras, un hombre tosco que también acaba de perder a su mejor amigo. El sonido de esas palabras me retumbó en la cabeza, como si alguien hubiera tocado una campana dentro de mi cerebro.

La casa ahora está vacía. La casa que antes olía a su café por la mañana, a su cigarro de la tarde, a sus pasos por el pasillo cuando regresaba del trabajo. Ahora no queda nada de eso, solo un eco que me grita su ausencia.

—Debes pensar en tu futuro. —me dijo la noche anterior — Hanna, no todo es fiesta, no todo es salir a las tiendas a comprar y despilfarrar el dinero. —argumentaba mientras se tomaba una taza de café.

—Papá, soy joven, ¿cuándo se supone que yo vaya a salir de fiesta?

—¿Estás encerrando tu vida y encasillándolo a esta personalidad? —me cuestionó. —esta no eres tú. ¡Eres mucho mas que esto, Hanna!

—¿De qué diablos estás hablando, papá? Tengo 17 años. Se supone que en este momento es cuando debo de salir a tomar, cuando debo de fiestear, cuando debo de parrandear con mis amigos. Ya luego verás. Seré ejemplar. No me embarazaré de ningún payaso. Deja el miedo. Veras que entraré a la Universidad —dije sarcástica.

—Ellos no son tus amigos, son los chicos que quieren acostarse contigo. —me dijo acercándose. —ten pendiente eso siempre. No todo el que te sonríe quiere lo mejor para ti.

—Ay, por favor, papá, sabes muy bien que no es así. —Le decía yo mientras comenzaba a alejarme.

Sabía muy bien que mi padre tenía razón, ellos no eran mis amigos. Eran los chicos que, si yo les permitía tan solo un beso, iban a acercarse demasiado. Por eso, con ninguno de ellos hice ningún tipo de movimiento. A ninguno se hace la oportunidad.

Sabía que mi padre tenía razón, pero no iba a decirle cosas.

Ahora, ¡cuánto me arrepiento de no haberle dicho que yo no era tan tonta como él pensaba!

¿Por qué no le dije que él tenía razón?

Ahora deseo tanto que él se hubiera sentido orgulloso de mí.

Ahora deseo tanto que él sepa que no soy una pérdida de tiempo, Deseo que él sepa que no fue una pérdida de tiempo el haberme criado. Yo no soy una pérdida de tiempo.

Pero me enfoqué tanto en llevarle siempre la contraria que me perdí.

No supe en qué momento parar.

Y ahora es tarde.

Es tarde para decirle que lo amo con el alma. Y que aquello era simplemente un personaje.

Que jamás me involucraría con esos chicos.

Que su niña es una buena niña.

La noche ha caído. Estoy sentada en mi habitación, sola, la única luz proviene de la lámpara que apenas alumbra los rincones. Cada rincón de la casa me recuerda a él. Las sillas vacías, la mesa sin su voz, el sonido del viento afuera. Lo único que puedo oír es el latido acelerado de mi propio corazón, y en este silencio insoportable, el dolor se siente más profundo.

Mi padre, tan solo treinta y nueve años. Joven, muy joven. ¿Qué clase de accidente tan fuerte pudo haberle arrebatado la vida así?




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