— ¿Qué has dicho?
—Escúchame…
—No, Hanna. —dice mi mejor amiga. —Debo estar dormida— dice ella— dijiste lo que acabo de escuchar?
—Duerme, Sam. Duerme.
Cierro y aguanto la respiración.
Nuevamente tengo deseos de llorar.
No pude dejar de pensar en lo que había sucedido. Había algo en todo esto que no me cuadraba, algo en la muerte de mi padre que me hacía sentir una incomodidad creciente. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro, ya no vivo, pero tampoco lleno de la amor y tolerancia que solía mostrarme en vida. Al principio, traté de ignorar las preguntas que se formaban en mi cabeza. Pero a medida que pasaban las horas, las dudas crecían, tomando fuerza hasta que se volvían imposibles de ignorar.
Mi padre no era un hombre fácil de entender. Estaba lleno de secretos, de silencios incómodos, de desinterés hacia mí, su hija, por ratos, no todo el tiempo, supongo se cansó en algún momento de lidiar con una adolescente. Fue el tipo de persona que me abrazaba por la noche o me daba un consejo en momentos de necesidad, siempre estuvo. Aunque por días se encerraba en sí mismo, como si ya estuviera cansado, ahora la noticia de su enfermedad no me resultaba tan extraña. Pero, incluso con esa distancia, había algo que me mantenía atada a él, algo que me hacía sentir que, nos amábamos, nos teníamos mutuamente. Éramos el y yo contrata todo.
La figura de Petra, mi casi madrastra, estaba en el centro de todo. Esa mujer fría, distante, que siempre había sido una presencia amarga en mi vida, ahora se convertía en el eje de todas mis preguntas. No me dejaba pensar con claridad. Cada vez que pensaba en ella, sentía una mezcla de ira y desconfianza. ¿Había algo más detrás de la muerte de mi padre? No podía ser solo una coincidencia. Había algo turbio, algo que me decía que mi padre no había muerto por accidente, que su muerte no era una simple fatalidad.
Petra es esa clase de mujer que hacia que los hombres la notaran siempre: ojos claros, pelo rubio, tetas llenas de silicona, labios carnosos de esos que parecen falsos y que probablemente lo sean; una figura de 100/90/70. Delgada pero proporcional en los lugares que a los hombres les gustaba. Ella es joven. No de veinte, pero si de veintisiete. Apenas nos llevamos diez años. Es una cazafortunas y se le nota por encima del abrigo de visón.
Sam, mi amiga de toda la vida, había sido testigo de mis dudas y mis miedos, pero esta vez sentía que no podía compartir mis pensamientos con nadie más. Por eso, cuando tomé el teléfono nuevamente, su número apareció de inmediato en la pantalla, algo que pudiera darme una respuesta. No me sentía capaz de dormir, de descansar, con tantas preguntas sin resolver. Tenía que hablar con alguien, aunque eso no me calmara.
Veo la hora en el reloj del móvil: tres de la mañana.
Imposible dormirme así.
Marqué su número y, después de unos segundos, su voz apareció al otro lado de la línea.
Me quedé callada por un momento. ¿Qué le iba a decir? ¿Cómo podía explicarle lo que sentía? No podía formular las palabras adecuadas. La verdad era que todo lo que me rondaba en la cabeza sonaba irracional, incluso para mí. No quería ser esa persona que veía conspiraciones donde no las había, pero mi instinto me decía que algo no estaba bien.
Y sin pensarlo demasiado, la pregunta que había estado circulando en mi mente, una y otra vez, salió sin querer nuevamente:
—¿Crees que Petra haya sido capaz?
Las palabras se escaparon de mi boca, como si una fuerza mayor a mí me las hubiera obligado a decirlas. No esperaba la respuesta de Sam, pero ya había hecho la pregunta. Y ahora no había vuelta atrás.
Hubo un silencio largo en la línea. Sam no dijo nada al principio, pero pude escuchar cómo respiraba al otro lado. No podía saber si estaba sorprendida o si pensaba que estaba exagerando. De alguna manera, me sentía más vulnerable por haberlo dicho en voz alta.
—¿Qué dices? —preguntó, finalmente. Su tono era suave, como si estuviera tratando de procesar mis palabras, pero también un poco alarmada. Podía oír la duda en su voz, la preocupación por cómo podría haberme sentido.
Mi corazón latía con fuerza, pero intenté calmarme. Sabía que, quizás, me estaba dejando llevar por una mezcla de miedo y ansiedad, pero no podía callarme.
—Lo sé, suena loco, ¿verdad? —respondí, sintiéndome cada vez más insegura de mis propias palabras. —Pero tengo la sensación de que Petra está involucrada. No puede ser una coincidencia.
—Estás viendo cosas donde no hay.
—No, te juro que…no se…Sam, escúchame con atención. Ella se casó con el. Casada. Es decir, es legalmente su esposa. —argumento.
—Eso es querer a alguien, Hanna. Ella quería a tu padre.
—Sam…no me estas entendiendo. ¿Es que no ves que ahora ella se queda con togo?
—¿Con todo qué? —pregunta y casi puedo ver como se pasa la mano por los ojos intentando espabilarse. —no tienes muchas cosas, Hanna. No es como que tu padre fuese un multimillonario.
—Tenemos una casa de dos niveles en medio Pensilvania—le digo. —Dos carros 2023 que recién compró. Una cuenta que te aseguro pasa del millón de dólares. Mi padre fue un abogado respetado y con mucha influencia— digo cada palabra con fuerza, con rabia. —¿Cómo es que no puedes siquiera detenerte a analizarlo?
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Editado: 08.01.2025