Niñera prohibida

CAPITULO NUEVE: TARDE

Tarde

El sonido del despertador nunca llegó. Cuando abrí los ojos, ya era tarde. El sol ya había salido, y la luz entraba por la ventana, iluminando la habitación con una claridad que solo hacía que me sintiera más ansiosa. Miré el reloj: ¡8:30! La hora a la que debería haber llegado al trabajo era a las 9:00. Me levanté de un salto, con el corazón latiendo a toda velocidad, y corrí al baño. Me duché en menos de cinco minutos, traté de ponerme la ropa más adecuada que encontré en el armario —un par de pantalones negros y una blusa verde que ya se me veía un poco ajustada—, y me recogí el cabello en una coleta rápida.

La casa estaba extrañamente callada cuando salí de mi habitación. Al bajar las escaleras, me encontré con una escena que me heló la sangre.

La casa, mi casa, estaba hecha un desastre. Los hombres que Petra había contratado para remodelar estaban por todas partes. Oía el ruido del martillo y las sierras, y veía trozos de pared caídos al suelo. El polvo flotaba en el aire, y el aire acondicionado no parecía ser suficiente para disiparlo. Mi estómago se revolvió al instante.

Hombres con chalecos de colores neones, franelas, hombres con la panza cervecera afuera que parecían mas albañiles de cuentos que los propios albañiles reales.

Me quedo sin palabras y busco con la mirada a Petra.

—¿Qué demonios está pasando? —pregunté, casi gritando, sin poder contener mi rabia y que la mujer en cuestión apareciera de inmediato—¡por favor deténganse!

Mi primer día de entrevista con ese hombre y ya huelo a puro polvo.

Petra apareció de la cocina con una gran sonrisa en el rostro, como si estuviera celebrando algo. Su expresión era fría, casi distante, como siempre.

—Oh, Hanna. Qué bueno que te despertaste —dijo, con su tono habitual, como si estuviera hablando con una niña pequeña. Sus ojos brillaban con satisfacción—. Estaba a punto de llamarte. Estoy remodelando la casa. Ya sabes, hay que hacerla más moderna, más... acorde con el futuro. Tú ya no tienes nada que ver con esto, así que me tomé la libertad de hacer algunos cambios. —me sonríe y veo como los hombres la miran llenos de lascivia.

Su vestido corto no es para nada adecuado para las ocho de la mañana. Su cabello rubio esta suelto y cae en su espalda sin gracia y su pintalabios rojo es mas que sugerente.

Es una cazafortunas de cabo a rabo.

Pero de las baratas.

La rabia comenzó a hervir dentro de mí, pero traté de mantenerme tranquila. No quería empezar el día con una pelea. No quería que ella tuviera el poder de destrozarme más de lo que ya lo había hecho. Pero al ver la casa destruida, algo dentro de mí se quebró. Estaba mirando el lugar que había sido mi hogar durante tantos años, el hogar que mi padre y yo habíamos construido juntos. Y ahora, ahí estaba, literalmente destruido, convertido en escombros.

Ella se estaba encargando de destruir cada recuerdo. Cada memoria.

El desayunador estaba en el suelo prácticamente. Fotos por el suelo que nadie se había tomado la delicadeza de recoger. Cortinas amontonadas en el sofá y ella tomando te muy campante.

La foto de mi padre y yo en mi primer torneo de voleibol captura mi atención. Tiene el cristal del marco roto y ella sigue mis ojos y con desdén lo recoge del suelo.

—Hay cosas que no tienen ningún sentido mantenerlas. Esta casa necesita un toque femenino y me encargare de hacer que valga todo la pena.

—¿Cómo pudiste? —le pregunté, con la voz temblando de indignación. No me importó que mi respiración se acelerara—. ¿Estás destruyendo mi casa? ¡La casa que mi padre construyó! ¿Por qué no me lo dijiste antes?

Petra levantó una ceja, como si no pudiera entender por qué me molestaba tanto. En sus ojos no había un atisbo de remordimiento. Solo una fría indiferencia.

—Porque ya no es tu casa, querida —respondió, dejando caer las palabras con un tono sarcástico—. Ahora es mi casa. —dijo tirando la foto nuevamente al suelo y pisándola con su sandalia como si fuese basura. —Y si no te agrada, puedes irte a vivir con el millonario que va a contratarte. Total, en dos meses serás mayor de edad. ¿Qué te importa lo que pase aquí?

Esas palabras me atravesaron como un cuchillo.

—¿Cómo sabes que…?

—Querida niña. No hay nada que puedas hacer que yo no me entere.

—Tu no.. yo no te dije…—me quedo muda al darme cuenta que yo no le dije dónde iba a trabajar ni si era millonario. —tu no…

—Ay, por favor. No sé cómo tu padre decía que eras una joya de inteligente. Mas tonta no puedes ser. Y así crees que te van a dejar cuidar niños. ¡mira que serás tonta!

La ira me quemó por dentro, y las lágrimas estuvieron a punto de salir. Pero no podía dejarme llevar. No podía darle el gusto de verme llorar. No iba a mostrarle más debilidad. Ella quería que me desmoronara, que me sintiera impotente, y no iba a permitir que eso sucediera.

—Eres una insensible. Mi padre y yo hemos vivido aquí toda mi vida. Te aseguro que no vas a salirte con la tuya. No te dejare. —le digo mordiéndome los labios para no decirle lo que en verdad pienso de ella.

—¿Seguimos trabajando? —el hombre con cara de jefe se acerca a petra y ella sonríe sin que el gesto llegue a sus ojos.




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