Niñera prohibida

CAPIULO ONCE: LA CASA QUE PERDI

Cuando la puerta se cerró detrás de mí y vi la casa de nuevo frente a mis ojos, una extraña sensación se apoderó de mi cuerpo. El día había sido todo lo que podía esperar. La mansión de los Biuk era enorme, lujosa y hasta ese momento, todo parecía funcionar con perfección. Los niños, después de una mañana llena de amenazas y rabietas, juegos y lanzar cosas, al menos no me odiaban, pero mi mente seguía dando vueltas a la misma idea. Mi vida ya no era la misma. Había dejado atrás a mi padre, mi vida anterior… y ahora, una vez más, debía enfrentarlo todo por mi cuenta.

Debía de hacer sacrificios si quería conseguir mi propósito.

Recuperar mi casa, cobrar mi herencia, inscribirme en la universidad.

No necesariamente en ese mismo modo, pero pretendo lograrlo todo.

Tres meses, puede que mas.

El señor Biuk hizo énfasis en que debía comenzar mañana mismo, así que tenia el resto de la tarde para hacer mi maleta con las cosas más importantes, despedirme de Samantha y asegurarme que iría a verla los fines de semana.

Se que ella y sus padres no estarán de acuerdo, pero no tengo nada mas que perder.

¿Qué más podría salirme mal?

Acabo de perder a mi padre, mi casa en plena remodelación ya que petra no quiere nada aparentemente que le recuerde a su esposo recién muerto.

Es una desgraciada. No se como mi padre pudo ser tan tonto como para creerle.

—El chofer, james, te recogerá a las 7am. Mañana me voy a marruecos. Mi esposa no estará en la mansión. Pero la señora Paterson de instalará en una de las habitaciones de la casa de servicio.

—Casa de servicio…—murmuro.

—Si, cada persona tiene su espacio. —dice y yo me he quedado en blanco.

—¿No viviré en la mansión?

—No la primera semana. —dice él.

Los millonarios y sus cosas, fue lo único que pensé mientras nos estrechábamos las manos.

—El contrato te lo facilitara la señora Paterson.

Y así me fui. Con la cabeza llena de ideas y las esperanzas un poco mas arriba.

—Si pudieras verme, papá. Siendo responsable y haciéndome cargo de mi. —murmuro mientras veo al chofer retirarse.

Pero el no puede hacerlo ya.

Me quedo en el pequeño pórtico viendo las luces de la casa apagadas.

Suelto un suspiro y espero.

Espero más.

A lo mejor esto ha sido un sueño.

Se que no pero tontamente, ilusa al fin, me pellizco y muerdo el labio inferior.

No despierto.

Un sollozo escapa de mis labios y tomo aire intentando calmarme.

Dos días.

—te extraño. —murmuro. —te extraño demasiado. —digo y se que nadie me escucha.

Así que entro a casa y subo las escaleras de inmediato sin mirar a ningún lado mas que a cada escalón que tenía delante de mi. No quiero cruzarme con petra ni por asomo. Mientras menos tiempo le vea, mejor será.

Y se que con este trabajo estaré lo mas posible lejos de esa insufrible mujer.

Mi habitación es mi lugar seguro, el único espacio que ella no puede dañar.

Es cuando me quedo fría al darme cuenta del desastre.

Mi cuarto. Aquello que alguna vez fue un refugio seguro, el único lugar que tenía para mí, ahora era un campo de batalla. Las paredes, una vez adornadas con fotos familiares y recuerdos de mi niñez, estaban desordenadas. No quedaba nada en su lugar. Mi cama, un mar de sábanas arrugadas, se veía deshecha como si alguien hubiera pasado por encima de ella sin miramientos. Y el suelo, oh, el suelo estaba cubierto con mi ropa, tirada como si fuera basura, como si yo fuera solo una niña cuyo mundo podía ser destrozado con un simple gesto.

Mis perfumes… mis perfumes. Los que mi padre me había regalado en mis cumpleaños, esos que estaban guardados con cariño, ahora yacían rotos, esparcidos entre la basura. El líquido se derramaba sobre el suelo, dejando manchas oscuras que parecían absorber mis recuerdos. Me acerqué con la respiración entrecortada, mis manos temblando mientras miraba las fotos de mi padre que, en algún momento, habían estado orgullosamente en mi repisa. Ahora estaban todas hechas jirones, tiradas junto a los restos de mi vida, arrugadas y olvidadas. Como si nadie las hubiera valorado nunca.

Apreté los puños con fuerza, mis uñas clavándose en la piel. La rabia crecía dentro de mí. Me sentí invadida por la furia, una furia que ya no podía controlar. Mis ojos se nublaron por la rabia, pero traté de calmarme, respirando profundamente mientras me obligaba a dar un paso atrás. No podía perder el control. No aquí. No ahora.

Pero entonces, escuché esa risa.

No podía ser. No podía ser ella.

Corrí por las escaleras, mi corazón palpitando con fuerza, y la encontré allí, sentada en el sofá de la sala, tan tranquila, tan despreocupada. Petra. Ella, con una taza de café en la mano, hojeaba una revista de moda, como si estuviera disfrutando de una tarde cualquiera. Como si no acabara de destruir lo que me quedaba de mi vida.




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