Niñera prohibida

CAPITULO DOCE: UN RESPIRO EN CASA DE SAMANTHA

Las lágrimas seguían ardiendo en mis ojos mientras salía de la casa. No podía más. El aire fresco de la noche me dio la bienvenida al instante, pero no me calmó. ¿Cómo podía estar tan sola en un lugar que había sido mi hogar? Aquel que mi padre me había dejado, y que ahora, bajo la mano fría y calculadora de Petra, era un campo de batalla donde nada estaba bajo mi control.

Recorrí las calles con pasos firmes, mis pensamientos agitados. Necesitaba un respiro. Algo que me alejara de la ira y la frustración que aún me consumían. Sabía que mi única opción era ir donde alguien en quien pudiera confiar, alguien que me conociera de verdad, que estuviera dispuesta a escucharme sin prejuicios.

Samantha.

Mi mejor amiga desde la infancia. Había estado allí para mí en cada momento difícil, y en ese instante, no podía pensar en otro lugar al que ir.

El camino me pareció largo, pero pronto llegué frente a su casa, una casa cálida, acogedora, que contrastaba tanto con la frialdad de la mía. Era un hogar lleno de risas, de tranquilidad. Toqué el timbre con manos temblorosas, esperando que alguien me abriera.

La puerta se abrió casi al instante, y frente a mí apareció la Sra. Elizabel, la madre de Samantha. Una mujer amable, de cabello oscuro y ojos brillantes, siempre sonriente y generosa. Cuando me vio, su rostro se llenó de preocupación, como si supiera que algo no estaba bien.

—¡Hanna! ¿Qué te pasa, querida? —dijo con voz suave pero alarmada, al notar mi expresión deshecha.

—Hola, Sra. Elizabel —respondí, tratando de contenerme, pero la presión de todo lo que llevaba dentro fue demasiada y las palabras comenzaron a salir solas—. Necesito hablar con Sam, pero… necesito descansar primero. No sé qué hacer con todo lo que está pasando.

La señora me miró detenidamente, como si le preocupase profundamente lo que me estaba pasando. Sin decir una palabra más, me hizo un gesto con la mano.

—Claro, cariño. Pasa, siéntate. Sam no está en casa, pero puedes quedarte esta noche. Necesitas descansar y despejar tu mente.

Agradecí su amabilidad y entré en la casa, que me acogió con un aire de calma y tranquilidad que tanto necesitaba. Me senté en el sofá, con la cabeza llena de pensamientos, y Elizabel se sentó junto a mí, mirándome con comprensión.

—¿Qué ha pasado, Hanna? —preguntó, su tono suave pero directo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas nuevamente. Me costó mucho hablar, pero sentía que debía contarle lo que estaba pasando, no solo porque era la única opción que tenía, sino porque necesitaba liberar todo el dolor que cargaba.

—Es Petra… ella… me está destruyendo. Ha tomado todo lo que era mío en la casa, la ha convertido en algo que ya no reconozco. Y no solo eso… —mi voz temblaba mientras las palabras salían como un torrente—. Ella mató a mi padre, Sra. Elizabel. Yo lo sé. Estoy segura de ello. Y no solo eso… ahora quiere vender la casa. La casa que me dejó mi padre. Ella va a venderla antes de que cumpla los 18 años, y… no sé qué hacer.

Elizabel me miró con una mezcla de sorpresa y seriedad. No dijo nada de inmediato, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. Finalmente, suspiró profundamente y me tomó la mano.

—Lo siento mucho, Hanna. De verdad lo siento. —Su voz era cálida y reconfortante, y me sentí un poco más tranquila al sentir su apoyo—. Petra es una mujer peligrosa, y lo que describes… no me sorprende en absoluto. Es lo que las personas como ella hacen. Se adueñan de lo que no les pertenece sin pensarlo dos veces.

—No sé qué hacer, Sra. Elizabel. —Me pasé una mano por la cara, sintiendo cómo el agotamiento me envolvía—. No puedo quedarme ahí. No quiero vivir con ella ni un segundo más. Y estoy tan cerca de… no sé, de cometer una locura. He pensado en muchas cosas, pero sé que no es la solución.

Elizabel asintió, como si entendiera la tormenta que estaba descontrolada dentro de mí. Me miró a los ojos, con una mirada llena de sabiduría y afecto.

—Hanna, entiendo que estés furiosa. Y tienes todo el derecho del mundo de sentirte así. No es justo lo que está pasando. Pero debes pensar bien las cosas. Si te quedas en ese lugar de rabia, no lograrás nada. No puedes dejar que Petra gane. —Su tono se volvió más firme, pero con ternura—. Si quieres, esta noche quédate aquí. Relájate, respira. Yo te ayudaré a pensar en un plan para que puedas manejar la situación con Petra. Sé que te gustaría deshacerte de ella, pero es la esposa de tu padre. Por ahora, no puedes hacer mucho sobre eso. Sin embargo, podemos pensar en formas de que tu vida sea más llevadera hasta que puedas hacer valer lo que es tuyo.

Mis ojos se llenaron de agradecimiento. En ese momento, no solo necesitaba un lugar donde descansar, sino también alguien que me guiara, que me ayudara a encontrar una salida. La Sra. Elizabel había sido mi ángel en ese instante, y su presencia me calmó.

—Gracias… no sé qué haría sin ti, Sra. Elizabel. De verdad, te lo agradezco. —Dije, mi voz ahora un poco más serena.

Ella sonrió, dándome una palmada en la mano.

—No tienes que agradecerme, Hanna. Es lo que hacen los amigos. Y yo te considero una más. —Su sonrisa se hizo más cálida—. Ahora, quédate tranquila. Vamos a descansar esta noche. Y mañana, antes de que salgas para tu nuevo trabajo, vamos a sentarnos y pensar en un plan. ¿Te parece?




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