Niñero por obligación

Episodio 4: "Defensa"

 

ALESSANDRO SANTORO

 

¿Es posible morir de una taquicardia? Yo creo que sí. Esas palabras en su boca se repiten una y otra vez.

 

—¡Le juro que siempre me ha gustado ser el primero, pero esta vez no me está gustando nada! —mis palabras mueren cuando las puertas retráctiles de la corte me dan de frente. Chillo ante el golpe y toco mi frente con una mano a la par que con la otra me doy la tarea de abrir la puerta y finalmente entrar.

 

¡La sigo como un perro faldero! ¡Esa abogada de medio metro es una mal educada!

 

—Nunca había tenido la oportunidad de tratar con una persona con tan malos modales como los de usted —añado mirándola con rencor, tomando asiento a su lado. Contrariado entre todo.

 

«¿Será que me arrestan si salgo corriendo?», me cuestiono por dentro.

 

—Sí, señor Alessandro. Si usted sale corriendo, incurrirá en la confesión ficta, es decir; estaría aceptando todos los delitos por los cuales es citado. Ahora, déjeme corregir un poco las palabras que acaba de decir —abro mi boca ante su tono agresivo, boqueando al darme cuenta de que hablé en voz alta. Ella se acomoda los lentes con una petulancia que me corta las bolas… ¡Cómo me cae de mal esta mujer!

 

»Esta es, de seguro, la primera vez que trata con una persona que no le besa el suelo por donde pisa —sus ojos se entornan hacia mí—. Ahora, deje de ponerme nerviosa y permítame hacer mi bendito trabajo —chilla bajita, entre dientes y con una mirada amenazante que me hace cruzarme de brazos.

 

—Que sepa que como caiga preso, me la llevo conmigo —le ruedo los ojos y miro hacia otro lado.

 

—Prefiero morir a eso —añade y enseguida la miro, ofendido.

 

—¿Tú sabes quién soy yo? Niña… cualquiera desearía estar conmigo —señalo mi cuerpo con chocancia.

 

—Tengo suerte de ser inmune a sus encantos. Ahora, preste atención a las palabras de la jueza —voltea sus ojos con desprecio. Y yo solo pienso que esto ha sido lo peor que me ha pasado en la vida.

 

Miro hacia atrás, tratando de despegar mi mente del problema en el que estoy metido y una parte se remueve dentro de mí al caer en cuenta que nadie vino a apoyarme. Volteo con rapidez hacia el frente, echándole un vistazo a la mujer que dice ser mi abogada y que, a simple vista, no me tolera.

 

—¿Eres lesbiana? —murmuro cerca de ella, el lápiz que tiene en sus manos cae ocasionando un sonido hueco en todo el tribunal.

 

—Señor Alessandro, mi orientación sexual no le importa. Ahora, si me permite. Voy a salvar su trasero —añade levantándose de la mesa. Mi vista barre con su cuerpo definido y definitivamente sí, es lesbiana.

 

«Nadie se resiste a mis encantos», pienso con una sonrisa interna.

 

(…)

 

ALESSA DIGIORNI

 

Suspiro cuando me encuentro de pie delante de la mesa, con la mirada juzgadora de la jueza frente a mí.

 

«Bien, Alessa. ¡Tú puedes!». Me animo a mi misma.

 

—Buenas tardes, público, juez y jurado presente —sonrío a todos. Algunos me asienten, otros solo están pendientes de sus propias lagunas mentales.

 

»Vengo acá en representación del Ciudadano Alessandro Magno Santoro, quien ha sido acusado de los delitos… —miro a la jueza con la seguridad que practiqué hace minuto en el espejo de mi auto.

 

Sigo mi discurso, explicando el porqué mi cliente no debe ser culpado de tales hechos cuando se evidencia que estuvo en condiciones de inconsciencia muy sospechosa.

 

—A lo que me quiero referir, señora jueza, es que lo que mi defendido habla en ese video parece hasta mecánico. Es evidente que hay mala fe delante de la creación y hasta distribución del presente video —acciono el pequeño mando que me fue proporcionado.

 

—¿Está usted insinuando que hay alteración en la evidencia? —sus palabras suenan duras. Yo respiro. No puedo llorar… ¡No llores, eres una bichota! —repito dentro de mí las palabras de mi amiga, esa latina que es mi rommie.

 

—No lo insinúo, su señoría —carraspeo un poco—. Lo afirmo. Estos últimos meses se ha desatado una guerra mediática en contra de mi defendido. Aquello me parece extraño, ya que el señor en cuestión, si bien es un poco… alegre —le miro de reojo y me doy cuenta de cómo finge sacarse una lagaña con el dedo del medio. Le voy a patear el pomposo—, nunca ha consumido opioides, psicotrópicos o estupefacientes —recito con seguridad. La jueza me mira debajo de sus lentes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.