ALESSA DIGIORNI
Trago saliva, tratando de meditar y recordar que debo comportarme de manera profesional. Aunque sé, que los términos “Mojón” o “Plasta” no son los correctos para tratar a una persona, debo admitir que nunca en mi vida alguien me había hecho perder los estribos como este niñito que tengo al lado.
Este me mira de reojo mientras yo conduzco por la ciudad, mis hombros se sienten tensos ante su mirada llena de odio que recorre mi perfil. Mis manos toman el volante con tanta fuerza que siento mi palma acalambrada.
Un golpeteo insistente me hace mirar directo a la fuente del sonido y yo arrugo mi ceño al darme cuenta de donde previene.
—¡Me va a romper la guantera! —grito cuando me doy cuenta de que sus rodillas la tocan con insistencia.
—¡Pues, debió pensar en comprar un auto más grande! ¿Cree que todos tenemos tu tamaño de miniatura? —él sigue moviéndose, tratando de acomodarse sin chocar.
—¿Por qué no me compra uno si quiere que tenga un auto más grande? ¡Oh, lo olvidé! —agrego al instante—, ¡Le quitaron todos sus beneficios y no tiene dinero! —respondo colérica, el hombre a mi lado abre su boca, suspirando con fuerza y mostrándose genuinamente ofendido.
—¡Te pasaste! ¡Ya te pasaste! —me señala con su dedo una y otra vez, yo exploto en una risa que no pude contener. ¡Este hombre es un meme andante!
»Y encima te ríes de mí… ¡Que sepas que no tiene ética! ¡Con razón trabajas en una defensoría pública! —sus palabras hacen morir mi risa.
—Usted saca lo peor de quien sea —suspiro mirándole mientras detengo el auto en una acera para poder expresar todo—. Muchas veces he escuchado que cada quien tiene en esta vida lo que merece, pues, debe saber, que todo ese desprecio y rechazo que recibe de todos es bien merecido. Su arrogancia, su soberbia… y su mente cuadrada serán su destrucción. Mi ética es indiscutible, señor Alessandro. Trabajo en la defensoría pública, no por necesidad, sino porque creo todavía en la bondad de las personas —suelto mirando al frente—, lo dejaré en casa de sus sobrinos. Ya lo salvé de estar en la cárcel, ahora… no sé, la verdad no tengo idea de quien lo salvará a usted de esa indolencia que lo ha llevado a estar sentando en esta “chatarra” —enciendo el vehículo y vuelvo a tomar camino.
El silencio perfecto reina, su mirada ahora se encuentra hacia el frente y yo respiro sintiéndome tensa por todo lo que acaba de ocurrir. Las ganas de llorar me quieren dominar, sin embargo, me obligo a no derramar ni una gota. Este ricachón no es quien para hacerme sentir menos.
Luego de varios minutos más hemos llegado a un vecindario de ricos. Se nota que esta gente se mueve dentro de la elite italiana más influyente.
Parqueo en el lugar que me indica mi GPS y espero pacientemente que se baje del auto.
—¿Qué espera? ¿Quiere que le abra la puerta? —ladro mordaz.
—¡Por dios! ¿Puedes dejar de estar a la defensiva solo 2 minutos? —él agrega removiéndose sobre el sillón.
—Señor Alessandro, se me hace tarde y debo llegar a la defensoría —el orgullo me gana y solo miro al frente.
—Yo… y-yo quiero… ehh —empieza a divagar, tartamudeando como nunca antes.
—¿Usted quiere? —le incito.
—Dis..dis… discul… —su boca se corta, se enreda al intentar… ¿Pedirme disculpas?
—¿Quiere decir que se quiere disculpar? —él asiente mirándome con grandes ojos, yo niego lentamente.
—Si, yo lo siento —responde con más claridad, sin embargo, no puedo evitar darme cuenta de que con esa palabra no tiene problema alguno.
—No se preocupe… ya llegamos. Puede bajarse —le incito a dejar el auto de nuevo.
—En serio necesito que acepte mis dis… discul… —él trata de recitar de nuevo esas palabras y yo tomo su mano en un acto de rapidez al notar el conflicto en su sistema.
—Alessandro, respire —susurro sintiendo su mano apretar la mía. Sus ojos se centran en mí, mirándome como nunca antes lo había hecho, sé percibirlo.
—¿Entonces las acepta? —cuestiona ahora, yo trato de soltar su mano, sin embargo, él toma la mía de vuelta.
—Está bien, acepto sus disculpas. Ahora, en serio, debe bajarse —insisto. Él despega su mirada de la mía y suelta mi mano con suavidad.
Editado: 01.09.2022