Niñero por obligación

Episodio 12: "Perdidos"

 

ALESSA DIGIORNI

 

Conduzco lo más rápido que la ley me lo permite. Tengo el corazón en la boca… ¡Maldición! ¿Qué tan difícil puede cuidar a dos niños de 6 años?

 

¡Él lo explica como si fuese la cosa más difícil del mundo entero!

 

Respiro, diciéndome a mí misma que no puedo dejarme llevar por las emociones, aún a pesar de que existe la probabilidad de perder mi trabajo por aquella —y ahora me doy cuenta—, terrible propuesta de haber puesto a un hombre como él de niñero… ¿Qué diablos pensé?

 

Si se nota que no se sabe cuidar a sí mismo, ahora fue al parque sin autorización, ni en compañía de un testigo… ¡Y perdió a los niños!

 

Abandoné una cita muy importante para venir a auxiliarlo, y más que todo a salvarme el pellejo a mi misma. Tal vez si la idea de que cuidara a sus sobrinos no hubiese sido mía enteramente, no me sentiría tan preocupada como lo estoy ahora mismo.

 

Solo pienso en esos pobres niños ¡Deben estar aterrados! Sigo conduciendo con la ansiedad al tope y puedo respirar con más normalidad cuando ya veo los brillantes anuncios del circo iluminar más allá de lo que pueden las luces de la noche.

 

Estaciono el auto sintiéndome una especie de piloto y bajándome con rapidez de mi auto a la par que calzo mi cartera en mi hombro y empiezo a correr hacia la entrada, sosteniendo con mi mano el teléfono en la oreja para llamar a Alessandro.

 

—¿Dónde estás? —cuestiono cuando siento que la llamada es respondida. Mirando a todos lados a ver si logro dar con él.  

 

—Por las sillas voladoras —responde rápidamente y yo ojeo todo y cuando observo donde están las dichosas, metiéndole nitro a mis tacones altos, voy con toda la rapidez posible.

 

Jadeo a mitad de camino… ¡Necesito actividad física urgentemente! Mi corazón late tan rápido con tan poco que yo misma me sorprendo.

 

—A-Alessandro —boqueo cuando lo veo, apoyando ambas manos de un barandal para respirar—. L-los niños, ¿L-los encontraste? —chillo agitada, acomodando mi cabello despeinado mientras sigo luchando por llevar aire a mis pulmones, estos que ahora me queman como nunca en mi vida.

 

—Los he buscado por este lado —me señala la mitad del parque—. Me falta esta —sus ojos delatan miedo y preocupación. Mis sentidos están demasiado ocupados tratando de sobrevivir mientras me recompongo, como para consolarlo e incluso regañarlo.

 

—Luego hablamos de esto… sigamos buscando —objeto, ya más compuesta, decidida a caminar con agilidad por todo el lugar en busca de los pequeños—. ¿Probaste en buscar en el área de las golosinas? —cuestiono sin querer pensar lo peor, con esta inseguridad de ahora cualquier cosa puede pasar.

 

—Ellos no comen dulces, Alessa… ¡Mierda, todo lo hago mal! —él se queja más para él mismo mientras toca su frente en aprietos, para alejarse de mí y empezar a buscar. Yo no me quedo atrás, también me inmiscuyo en la búsqueda. Rogándoles a todos los cielos el dar con ellos.

 

Nunca los he tratado, pero son hijos de Gretta Santoro, todos saben quien son esos niños. Por ello me preocupa tanto el hecho de que se le hayan desaparecido a Alessandro.

 

«No es momento de venir con pesimismo», regaña mi consciencia, sin embargo, ahora mismo deseo ignorarlo.

 

«Un abogado siempre piensa lo peor», refuto en contra. Disgustada con ese hecho como nunca en la vida.

 

Paseo mi vista a la par que veo todos los lugares por los que me paseo… ¡Maldito lugar inmenso! ¿Quién carajos es amante de este tipo de atracciones tan… convencionales?

 

De repente un llanto llama mi atención, seguido de una vocecilla aguda consolando a otro.

 

—¡Yo no quería hacerte caso y ahora estamos perdidos! —la voz de quien puedo descifrar es Nicci, llega a mis oídos en un tono propio de reproche.

 

—¡Él nos encontrará, hermanita! —responde el otro mientras yo empiezo a adentrarme a los detrás de una máquina de atracción. Paso como puedo ante el montón de cables inmensos y pequeñas cajas que brindan el soporte eléctrico a las atracciones.

 

—¡Nicci! ¡Lucas! —grito aliviada como nunca, las vocecitas cesan, pero una presencia más imponente viene con un trote de caballo detrás de mí.

 

—¿Los encontraste? ¡Lucas! ¡Nicci! —quien grita ahora es Alessandro, ese que ahora me doy cuenta, se encuentra desaliñado, despeinado y furiosamente sonrojado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.