ALESSA DIGIORNI
«Por ahí no es», me reprendo a mí misma mientras me veo al espejo con las mejillas sonrojadas y los ojos tan brillosos que parecen estrellas.
No sé qué sucedió conmigo cuando ese muñeco de torta con complejo de Ken tomo mi cabello, pero lo cierto es que mi corazón no ha parado de latir con desespero y mis piernas no han dejado de temblar.
«Es la necesidad de tener un macho», acierta mi cabeza a la par que siento mis pezones levantarse y punzar contra la camisa de tela simple que cubre mi torso. Sacudo mi cabeza. No he tenido la necesidad afectiva de querer una pareja en mis 22 años de vida.
Por ahora lo más es importante es mi carrera, mi futuro. No le haré caso a esos extraños escozores que me invaden ahora mismo.
Suspiro sin dejar de verme en el espejo. Él no es la persona correcta, sin embargo, adjudico este montón de emociones tan extrañas a su apariencia de dios griego y al silencio que predominaba en esa casa cuando, con sus ojos fijos en mi rostro y paseándose sin pena por todas mis facciones, tomo un mechón de mi cabello y lo escondió detrás de mi oreja.
Ese roce, ese simple roce me hace sentir humedad, me hace desear cosas que a mi parecer son inconcebibles. Él no es la mejor persona para fijarse, todo en él es como una caja de pandora. No sabes lo que hay dentro, siempre sorprende y para mal.
Está hecho para eso, esa apariencia dada por el mismo demonio tiene su fin: y es engatusar para jugar contigo.
Él mismo lo dijo, sus facciones cuando me miraba o sus palabras crueles: soy insípida, con mal carácter y mal educada. No tengo nada que pueda gustarle, ha sido un grosero conmigo… ¿Entonces por qué reacciono de esta manera? ¿Acaso soy masoquista?
Tomo mi teléfono aún con mil dudas bailando en mi cabeza como si fuese un infeliz festival de música y me tiro a mi cama como un costal de papas. La tentación me llama, esa que me empuja a meterme al internet y buscar esos videítos que ayudan con el estrés.
«No lo hagas», mi lado cuerdo insiste. Yo dejo el teléfono sobre mis pechos.
«Es solo una vez, solo para librarte de todas esas emociones que inundan tu cuerpo… ¿Qué es lo peor que puede pasar si nadie sabrá lo que hiciste?», vuelvo a tomar el aparato para googlear lo que requiero. Es solo una vez, no pasará nada.
Mañana será un mejor día y lo veré sin sentir esta… excitación, ya que la liberaré justo ahora. Mi mano libre se cuela por dentro de mi ropa interior y sin mediar consecuencias reales, me pierdo en mi propio método para desestresarme. Gimiendo en medio de la inconsciencia el nombre de ese hombre, aprovechando el impulso de mis fantasías juguetonas, aletargándome con el calor propio del momento en medio de una sonrisa juguetona que aflora en mi rostro, prometiéndome que solo será esta vez, no necesitaré más de él y de su tonto recuerdo en mi mente.
(…)
El estridente sonido de una llamada me hace levantarme de la cama con rapidez. Anoche luego de tocarme quede rendida sobre mi cama. Quería desestresarme y al parecer me funciono, ya que esas ideas locas que tenía en mi cabeza respecto al muñeco de torta desaparecieron.
Revuelvo la cama en busca de encontrar el maldito teléfono que no deja de vibrar y de aturdir mis sentidos apenas activos. No sé que hora es, pero mierda… ¡Es sábado!
—¡¿Aló?! —contesto agresiva sin ver quien me está llamando. A la par que caigo de nuevo entre las almohadas y estiro mi cuerpo emitiendo pequeños quejidos casi imperceptibles.
—¿Llamo en mal momento? —mis ojos se abren como platos al escuchar esa voz que ayer oía únicamente en mi mente en medio del desarrollo de ese video subidito de tono que me hizo acalorarme deliciosamente.
—¿Alessandro? —cuestiono sabiendo la respuesta—. ¿Qué hora es? —indago más para mí que para él mientras me levanto como un resorte de la comodidad de mi calientita cama.
—Son las once de la mañana —se apura en resolver mi duda mientras yo caigo en cuenta de que se me hizo tarde—. Es que… quedamos en que vendrías a las diez de la mañana y ya son la once, quería saber si necesitabas algo —agrega con rapidez, con una amabilidad poco normal en él.
—La alarma no sonó —susurro tocando mi frente—, pero ya me empezaré a duchar para ir —le informo mientras me siento en la poceta y libero mis extensas ganas de orinar.
—¿Acaso estás meando? —cuestiona sorprendido y yo abro mis ojos al darme cuenta.
Editado: 01.09.2022