Niñero por obligación

Episodio 18: "Borrar para mí"

 

ALESSANDRO SANTORO

 

Mis ojos se abren ante el choque de luz brusco al que son sometidos. Me exalto pero, me extraño a su vez cuando diviso por el rabillo de mi ojo a dos cuerpos pequeños interrumpiendo la fluidez de esa misma luz.

 

—¡Buenos días! —saludan al unísono, como si se trataren de robots. Yo bufo en voz alta ante su manera particular de despertarme.

 

—¿Qué hora es, niños? ¿Acaso se me hizo tarde? —yo mismo busco responder la pregunta formulada mientras extiendo mi mano para tomar mi celular y verificar la hora. Frunzo más mi ceño y gimo cansado cuando me doy cuenta de que son las 7:00 de la mañana.

 

—No, es muy temprano. Pero nos levantamos emocionados para comprar las lámparas —Lucas ataja mientras toma mis sandalias y las deja en la alfombra.

 

—Sí, así es. Casi no dormimos —Nicci asiente con euforia, mis ganas de reprocharles mueren cuando me doy cuenta de la ilusión marcada en las facciones de estas dos personitas. Suspiro muy quedamente mientras me siento en la cama para detallarlos mejor.

 

Ya ellos están bañados y vestidos. Dios mío… Estos niños tienen más organización que yo mismo. Niego sutilmente mientras una pequeña sonrisa se escapa de mis labios.

 

«Así eras, igualito». Me invaden los recuerdos inevitables y vuelvo a suspirar con bastante nostalgia.

 

—¿Te bañarás? —hablan de nuevo, yo me volteo para mirarlos desde mi altura. Sus cabezas se echan hacia atrás para verme directo a los ojos. Poso mis manos sobre mi cintura a la par que asiento.

 

—Iremos a comprar esas lámparas de carritos y princesas —les confirmo para su emoción, sus ojos brillan con emoción mientras sueltan risitas—. Pero —atajo serio, sus risas mueren al notar mi cambio de tono—. No quiero nada de travesuras, escondidas… no quiero siquiera pensar en que se me van a escapar como aquella vez en el parque, porque cuando los consiga, juro por Dios que los voy a llevar de vuelta al carro y no de una manera normal, los tomaré por sus pies y los llevaré de cabeza —les señalo con seriedad. Ellos abren sus ojos y sus bocas de manera inocente. Yo los observo con amenaza y ya no puedo aguantar más.

 

Exploto en carcajadas al mirar sus ojos. Ellos empiezan a reírse conmigo como si hubiese dicho la cosa más graciosa del mundo. Pasan los segundos y seguimos en aquel momento mientras me doy la tarea de observarlos entre mis carcajadas… ¿Quién demonios es capaz de dañarlos? Al menos de esa manera tan cruel como lo hace el esposo de mi prima.

 

Lo cierto es que aquello todavía me sigue pesando, me sigue amargando la boca y el estómago. Reviso mis mensajes entre el momento a ver si Alessa se ha dignado a responderme y me amargo más todavía al darme cuenta de que no es así. Bufo con enojo para cortar mi risa.

 

—No mentí —les aclaro mientras les señalo con mis dedos para entrar al baño de mi habitación.

 

—Pero, tío —escucho el toque en la puerta con insistencia. Yo ruedo mis ojos con fastidio, ellos me caen bien, no me malinterpreten, pero solo por escasos segundos.

 

—¿Qué? —cuestiono mientras empiezo a despojarme de mi ropa.

 

—¡Pero tío! —insisten con sus golpes, una y otra vez.

 

—¡Díganme! —alzo la voz adentrando un pie en la ducha.

 

—¡Tío! —llaman otra vez y yo salgo de la ducha mientras ahogo un grito de frustración que hace que mi garganta duela. Tomo la toalla con rapidez y me rodeo con ella para abrir la puerta y sacar mi cabeza.

 

—¿Qué caraj…? —las palabras mueren en mi boca cuando escucho sus rápidos pasos de huida, seguido de carcajadas que me hacen maldecir en silencio. Ellos no cambian, definitivamente. Cierro la puerta en medio de un suspiro mientras me avoco a bañarme, esta vez, rogando que no haya interrupciones de por medio.

 

(…)

 

Luego de batallar para que esos pequeños diablillos desayunaran, ya estoy asegurando sus cuerpos a las sillas de seguridad del auto. Sus pies inquietos se mueven con emoción y yo no puedo evitar sentir un pequeño calor en mi corazón.

 

¿Qué me pasa? Compartir tanto con ellos me está volviendo un blandengue.

 

Tomo el teléfono y en un impulso, dejo una nota de voz en el teléfono de mi pequeña y muy madura abogada —nótese el sarcasmo—.

 

«Hola, Alessa. Ya que no me contestas el teléfono porque eres una inmadura que no afronta las consecuencias de sus actos, déjame decirte que si voy preso esta vez será tu entera culpa por no responder mis miles de llamadas y dejarme descaradamente en azul —hago énfasis mientras detengo mi hablar solo unos segundos para adentrarme al vehículo—. Voy saliendo con mis niños a comprar unas lámparitas para su habitación porque el desgraciado infeliz… —enciendo el auto y arranco—. El desgraciado infeliz —repito más concentrado y entre dientes—, de su padrastro los obligaba a dormir sin luz y por eso te estaba llamado. Si crees que lo hago por lo que paso en la cocina, pues, estás muy equivocada. Además de que…




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