ALESSANDRO SANTORO
Detengo el auto y suspiro para bajar y con ello, llevarme a los gemelos tomados de la mano respectivamente.
—Tío —me llama la rubia y yo la observo a medida que caminamos dentro de la gran tienda departamental.
—¿Qué ocurre? —indago sin muchas ganas verdaderas de hablar. Que Alessa me ignore no me sienta bien… tampoco el hecho de que de seguro escuchó esa horrorosa nota que ni siquiera quería enviar deberás.
—Es que íbamos hablando en el coche —le sigue Lucas, yo ahora le miro a él con atención. Parece que se comunican telepáticamente. Siempre se turnan para hablar de un mismo tema—. Y pensamos que tal vez, te gustaría jugar una partida de Mario Kart en casa cuando lleguemos —me invitan y yo me detengo para mirarlos a ambos con sospecha.
—¿Sin jugarretas sucias? —cuestiono sintiendo un ligero calor en mi corazón, ya me estoy llevando mejor con este par de enanos y debo confesar algo que nunca espere pensar: se siente bien esto.
—Prometemos que ya esas cosas se acabaron —mi sobrina de voz chillona ataja y yo alzo mis cejas para asentir.
—Me parece bien. Puedo hacer palomitas de maíz —propongo mientras empezamos a entrar a la tienda.
—Si, pero no las hagas tú. Por favor —piden y yo abro mi boca a par que suelto una carcajada.
—Por favor… ¿Cómo que no las haga yo? Si las galletas me quedaron buenas.
—Si, tío. Pero sabes que esas cosas siempre se te queman. Además, vamos a divertirnos. No debemos hacer nada, las sirvientas lo hacen por nosotros —incitan y yo me detengo abruptamente, haciendo que ellos lo hagan conmigo.
—Oigan, es muy malo que crean eso. No… no vamos a llamarlas sirvientas. Solo personas de servicio y, si está a nuestro alcance hacer las cosas, pues las hacemos. No todo tienen que hacerlos ellos —incito, sabiendo que hace unos días yo también los llamaba así. Luego me di cuenta de que realmente era muy presuntuoso de mi parte.
Que todos mis viejos conocidos y hasta mi familia me dieran la espalda, me ha ayudado a darme cuenta de muchas cosas. De solo pensar que Alessa escuche esas palabras salir de mis labios me hace tragar saliva con premura. Ella frunciría su precioso ceño y pondría esa boquita de esa manera tan particular que solo denota su furia.
Me pongo mal… me pongo muy mal de nada más pensarla y eso no es bueno. Ella me descontrola de muchas maneras y tal vez, solamente tal vez el hecho de que ella no me responda las llamadas es bueno, muy bueno para mi salud mental y física en general.
«Eres un cerdo, te duele la mano», punza mi mente y yo enrojezco con mis propios pensamientos. ¡No es el lugar! ¡En lo absoluto!
—Pero madre y su esposo los llaman así —chista Lucas con inocencia y claro… ¿Cómo no lo supuse?
—Sí, pero porque ellos lo hagan no quiere decir que está bien. Vamos a aprender cosas mejores, ¿De acuerdo? —cuestiono tomando un carrito para meterlos dentro de él. Ni loco los dejo caminar, con estos pequeños realmente no sé qué esperar.
—De acuerdo, tío —responden al unísono, haciéndome sentir extrañamente orgulloso de ellos. Tal vez solo necesitan sentirse comprendidos. Empiezo a caminar observando sus sonrisas cuando sienten el carrito rodar con ellos dentro.
Me llevan a recordar las pocas veces que tuve la oportunidad de ir al supermercado con mi padre. Solo en casos de emergencia, yo era feliz y aún no sé a ciencia cierta qué era lo que más me hacía sonreír. Si compartir con él o el hecho de mirar todo desde un ángulo diferente. A fin de cuentas, solo era un niño, nada más logro recordar esa emoción en mi corazón que se extendía a mi barriga.
—Joven —un hombre se acerca a mí, logrando que me detenga y lo observe extrañado—. Los niños no pueden estar en el carrito —se acerca a ellos con la intención de bajarlos él mismo y mi corazón se acelera tan rápido como mi ritmo de respuesta.
—¿Disculpe? —bufo indignado—. ¡No tiene el derecho de tocar a mis niños! —objeto embravecido por su actuar… ¿Quién demonios se cree para tocarlos? Yo me posiciono delante de los gemelos.
—Pero ellos no pueden estar en el carro, puedo perder mi trabajo si permito que sigan ahí montados —insiste queriendo rodearme para bajarlos desde el otro ángulo. Yo simplemente no puedo creer la actitud de este hombre. Ambos niños se guindan de mi espalda y yo los tomo pudiendo perfectamente con el peso, rodeándolos con seguridad para que no se me caigan.
Editado: 01.09.2022