Niñero por obligación

Episodio 21: "Machacado"

 

ALESSANDRO SANTORO

 

Observo con deleite como, la preciosa abogada con ceño fruncido y puntos de sudor en su frente, conduce con dirección a la casa. Recordar como brillaron los ojos de su amiga cuando le tendí la llave de la camioneta aún me hace reír. Se mostraba bastante emocionada.

 

Y yo, simplemente extasiado y complacido con mis niños, esos que le pidieron transportarse en su pequeña caja de fósforos.

 

Obvio me vine con ellos para protegerlos, ellos están bajo mi cuidado. Aunque sé perfectamente que ella puede cuidarlos incluso mejor que yo, peor no me importa. No soy capaz de desperdiciar el estar con ella dentro de este angosto lugar. Mi brazo roza con el suyo, pues soy bastante grande, pero ya no es como la primera vez que estuve aquí.

 

Ahora me gusta esta cercanía, este… apretujo me fascina.

 

—¿Se han dado cuenta de que sus nombres se parecen? —Lucas cuchichea detrás de nosotros. Yo me volteo para mirarles, mi mano se cuela sobre la pierna de Alessa con todo el descaro del mundo. Ella chilla levemente mientras yo amaso con descaro.

 

—¿Se parecen? —indago más pendiente de los sonidos frustrados que emanan de la garganta de Alessa.

 

—A-alessandro —escucho su tartamudez en un tono supremamente bajo. Le hago caso omiso, ella me fascina y tocarla causa mucha satisfacción personal.

 

—Pues, sí —Nicci le sigue, eclipsando la voz susurrante de mi abogada—. Alessandro y Alessa. Tu nombre es la versión masculina del nombre de la princesa —ella chista y yo caigo en cuenta de ese pequeño detalle que no había notado jamás.

 

—Es el destino, mis niños —bufo quitando mi mano de allí, fingiendo inocencia cuando sé que lo hice con toda la intención.

 

—El destino no evitará que te patee las bolas, te lo juro —ella brama entre dientes, diciendo las palabras de una manera que solo yo pueda escucharlas.

 

—De verdad lo lamento, este auto es tan pequeño que no me di cuenta donde había puesto mi mano —me excuso con falsedad y sonriendo con inocencia. No me pesa admitir para mí únicamente que me fascina verla sonrojar.

 

«Ella te fascina en general», la voz del ángel, ese que no había aparecido en mucho tiempo, se hace presente. Yo trato de ignorarlo.

 

—Y tú crees que yo soy tonta, eres un desvergonzado, un… ¡Sinvergüenza! —ella punza apretando el volante con mucha fuerza.

 

—¿Acaso te pusiste calientita? —cuestiono al darme cuenta de sus piernas presionadas. Observo como ella me mira de reojo.

 

—¡Basta! — chilla con fuerza y el auto frena de improviso

 

—¿Nos quieres matar acaso? ¡Quítate que yo manejo! —jadeo aprovechando que ella se orilló para respirar ofuscadamente. Su cabeza se apoya del volante y sus hombros se mueven con rapidez.

 

—Esto me lo vas a pagar, lo juro que me las pagaras —resuella levantando su cabeza, ella, por lo contrario, parece un cerro encendido con esos cachetes tortuosamente sonrojados. Yo solo hago el amago de limpiarme una lagaña con el dedo del medio para abrir la puerta, decido a tomar el control del volante.

 

Rodeo el vehículo con pocos pasos gracias a su pequeño tamaño y llego a la puerta del piloto. Unas risas a través de la ventana me hacen reír, sin embargo, todo rastro de risa muere cuando ella arranca y pisa la punta de mi zapato pellizcando un trozo de mi dedo y haciéndome ver al jodido diablo bailando en tanga.

 

—¡Alessa! —mi grito sale agudo a medida que me agacho para sostener mi pie. Siento que se me baja la tensión y tengo que sentarme en una de las bancas mientras trato de lidiar con mi maldito dolor y el sudor que empieza a emanar de mi cuerpo sin consideración.

 

Respiro sudoroso, dispuesto a llegar a donde y ella y juro, como que me llamo Alessandro Santoro, que esa minion me las va a pagar.

 

(…)

 

ALESSA DIGIORNI

 

Hace exactamente 3 horas desde que arranque el auto sin medir las consecuencias y verdaderamente no me arrepiento. Los niños ahora mismo están dormidos en su habitación y yo me encuentro en el jardín, sentada pasivamente en uno de los columpios mientras espero que llegue.

 

Y lo repito, no me arrepiento, pero si me encuentro preocupada. Mi amiga se fue a su casa en mi auto y estoy esperando por Alessandro para hablar sobre el asunto del padrastro de los nenes. Sin embargo, su ausencia se asienta con el paso de los minutos.




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