Niñero por obligación

Episodio 23: "Arte y sospechas"

 

ALESSANDRO SANTORO

 

Termino de revisar mi correo electrónico y con ello el reporte que me llegó directamente desde la fiscalía. Alessa me evalúo muy bien y me siento satisfecho de ello. Indica que en cuanto terminen los meses pautados por el juez, podré dejar de ser niñero y centrarme en mis propios intereses.

 

Esta semana que ha pasado, ha ocurrido sin muchas novedades. Los gemelos están increíblemente tranquilos, cosa que me sorprende. Esos niños son tremendos y si bien, ya no me hacen bromas pesadas a mí, les fascina joder al pobre algodoncillo o a las otras personas del servicio.

 

Y cuando digo que no me hacen bromas pesadas, me refiero que ahora, solo hacen pequeñas travesuras que me provoca guindarlos de los pies y dejarlos así un muy buen, pero largo momento. Ya no sé que más decirles para que dejen de ser tan inquietos. Les he enseñado a pedir disculpas cuando andan en sus andanzas y al menos eso es un avance significativo. Sin embargo… Hacen tres semanas que los estoy cuidando y su madre no ha llamado ni una vez.

 

Ni una condenada vez, sin embargo, postea cosas en sus redes. Lo que más me incomoda, es cuando ellos me preguntan por su madre y miran ansiosos mi teléfono en busca de alguna novedad. Y yo… les he mentido.

 

Siempre les digo que hablé con ella, también que les mandaba muchos besos y abrazos. Que estaba emocionada por verlos, sin embargo, todo es una mentira más en busca de no ver morir esa ilusión y anhelo que, en su momento, yo experimenté por igual.

 

Hoy ya es sábado y yo me encuentro levantándome de mi escritorio, sin embargo, debo admitir que el sonido impoluto que se escucha por toda la casa me resulta extraño y sumamente aterrados.

 

—¡Nicci! ¡Lucas! —salgo del estudio al lado de mi habitación, llamándolos con rapidez. Solo fueron menos de media hora, no creo que hayan hecho algo terrible.

 

«Ten fe», habla mi consciencia y yo abro mis ojos cuando no percibo respuesta alguna. ¿Dónde carajos están?

 

—¡Lucas y Nicci Santoro! ¿No escuchan que los estoy llamando? —bufo bajando las escaleras con rapidez para empezar revisando por la cocina, sin embargo, en esta no hay ni un alma.

 

Sigo por el vestidor, teniendo el mismo resultado. La sala de juegos se encuentra vacía y miro la parte de la piscina y el patio, tampoco hay nada. Mi corazón empieza a latir con rapidez, una que hace que mis ganas de vomitar se asienten con insistencia.

 

¿Dónde demonios están metidos? Tanto silencio no es bueno, no señor. Subo de nuevo las escaleras en dirección a la planta de arriba y cuando abro la puerta del salón de arte, un pequeño crayón azul sale rodando frente a mí.

 

Entrecierro mis ojos y entro al silencioso lugar cerrando la puerta detrás, sin embargo, mis ganas de vomitar se quedan en la nada cuando, me doy cuenta de que todo el lugar está repleto de colores con palabras escritas.

 

“Yo soy el reyy” “Yo soy la reinaa” leo en voz alta, sabiendo de sobra quienes son los perpetradores de tal acto. Jadeo cuando me acerco más y noto que la réplica millonaria de la Mona Lisa tiene pintado un bigote. ¡UN PUTO BIGOTE!  

 

¡Esa pintura debe valer unos cuantos miles de euros y esos engendros de satanás le pintaron un bigote!

 

—Se pasaron, ahora si es verdad que se pasaron —lamento tocando mi frente al darme cuenta de que no solo es esta pintura.

 

La réplica de La Noche Estrellada está llena de brillantina rosa y así consecutivamente hasta que mi vista llega a la de El Grito. Mis piernas tiemblan cuando observo como le dibujaron cabello amarillo y hasta tiene mechones de brillantes… ¡Mechones!

 

—Tienen exactamente 3 segundos para aparecer frente a mí —bufo empezando a sudar al darme cuenta de que hicieron de las suyas en el maldito cuarto que más me encargaron cuidar.

 

»3… —inicio la cuenta regresiva, sintiendo como la saliva se me atora en la garganta—. 2… —suspiro al sentir los pequeños pasos apresurados correr hacia mí y me volteo para hacerles frente. Sus ropas repletas de pintura y sus caritas manchadas me hacen gemir de la impresión.

 

—Tío, hemos hecho arte, como mamá —vociferan y yo trago saliva mientras los miro desde mi altura, mis manos se van directas a mis caderas, mientras mi pie se empieza a mover, dejando golpeteos progresivos en el suelo productos de la ansiedad que me domina.

 

—¿Arte dibujándole cabello y bigote a las pinturas? —gruño contenido. El sarcasmo es palpable, sin embargo, ellos son pequeños para entenderlo.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.