Niñero por obligación

Episodio 25: "¿Charlar?"

 

ALESSANDRO SANTORO

 

La bella sonrisa que adornaba el rostro de mi abogada sensual decae, dejando esa mirada de seriedad que me tensa y me pone dudoso al mismo tiempo. ¿Habrá descubierto algo del padrastro de los gemelos?

 

Enseguida asiento mientras dejo a un lado las herramientas que estábamos usando para tenderle mi mano en un acto inconsciente. Ella baja su vista hacia ella y yo también, me sonrojo al darme cuenta de mi acción. Hago el amago de bajarla y con un movimiento casi imperceptible, noto como su mano envuelve la mía.

 

Siento todo mi rostro caliente ¿Qué rayos me pasa y porque actúo como un chiquillo cuando se trata de ella? Y es que su toque me pone nervioso como ninguno y me emociona como un colegial. Y tengo 28 años, con un pasado bastante cuestionable, pero jamás, nunca, el toque de una mujer me había puesto tan emocionado como el de la pequeña mujer que ahora mismo camina a mi lado con mi mano fuertemente asilada a la suya.

 

La diferencia de tamaños me resulta atractiva y me hace pensar en muchas cosas pecaminosas. Ese tamaño puede ser potencialmente utilizado a la hora de…

 

—¿Están jugando a la familia feliz de nuevo y sin nosotros? —la voz impresionada de Nicci, interrumpe mis explosivos pensamientos, mientras esa miniatura corre hacia nosotros y cubre su boca con ambas manos, ambos soltamos nuestro agarre con rapidez. Jodida demonio… ¿Pero de dónde diablos salió?

 

—¡Eso es malo! ¡Siempre deben invitarnos a jugar con ustedes! —Lucas nos señala y Alessa empieza a reír de manera evidentemente fingida.

 

¿Y ese de donde salió también?

 

—Justo estábamos diciendo que los íbamos a llamar —ella razona ipso facto y yo le miro confundido.

 

—¿Qué…? —ella abre sus ojos hacia mí en demasía, yo me doy cuenta de que está tratando de arreglarlo—. Claro, si —repongo enseguida mientas tomo a Lucas y ella a Nicci.

 

—Bien —ambos asienten emocionados mientras bajamos las escaleras tomados de la mano. Ellos cantarruquean tan felices de este simple juego que algo en mí se remueve. En momentos así pienso seriamente en hablar con Gretta para saber qué demonios le sucede y porque aleja de esta manera a estos nenes tan pequeños.

 

En mi caso, me hubiese gustado saber que mamá quería llevarme con ella a elegir su vestido de gala o tal vez, comer helado juntos. Incluso ese sueño casi imposible… hacer galletas juntos. Cosa que no pudo ser posible, ya que Lorena siempre fue su compañera.

 

Y sí, son recuerdos estúpidos tomando en cuenta mi edad, pero… me es impresionante darme cuenta de que las heridas que causan los padres en nuestros corazones tardan tanto en sanar, que… pueden pasar todos los años del mundo y aun recordar con dolor todas las palabras y desprecios. Miradas que simplemente te hacen creer que nacer, aunque no fue mi decisión, sí fue un error.

 

(…)

 

Y luego de una hora donde tratamos de dejarlos entretenidos para que Alessa me dijera aquello que me tiene pendiente, al fin es que logramos que se quedaran dormidos. Los gemelos son hiperactivos y creo que ella se ha dado cuenta. Suspira estirando sus brazos cuando se levanta del mueble donde por poco quedamos dormidos todos juntos.

 

—¿Te duele la espalda? —pregunto acercándome a ella y posando ambas manos en sus hombros para brindar un leve masaje.

 

—Un poco, pero si sigues haciendo eso de seguro se me quita —el tono complacido de su voz me hace reír a la par que sigo presionando mis dedos en círculos en esa zona que poco a poco se pone menos tensa.

 

—¿Te gusta así? —susurro agachando mi cabeza hasta llegar a su oído. Puedo notar al separarme como los vellos de su cuello se erizan. Ella se remueve inquieta, pero no da ni un paso.

 

—Sí —asiente levemente, yo miro su cuello y sin pensarlo dejo un beso en ese lugar, para darme cuenta de que esa tensión que se va en ella crece en mí. Dentro de mis pantalones para ser más precisos.

 

—Eres preciosa y hueles delicioso. Ahora tenemos que hablar —murmuro retomando la cordura que estuve a punto de perder más que en ninguna otra ocasión. No puedo hacerlo con ella así, no cuando ella merece lo mejor. Es obvio que yo lo soy, las condiciones son las que no son las mejores.

 

—¿Alessandro? —ella indaga cuando yo me alejo de ella con apuro, como si quemara y es que mierda. Es una lucha contra mi cordura y lo que mi cuerpo quiere. Y creo que todos sabemos que mi cordura no es la más cuerda, precisamente.

 

—¡Alessa, por Dios! ¡Mujer… quédate justo donde estás! —la señalo con mi dedo mientras yo me resguardo detrás de la encimera de nuestro lugar favorito para charlar. Ella solo frunce su entrecejo sin entender. Esa inocencia, esa maldita inocencia no me ayuda, joder que no.




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