Niñero por obligación

Episodio 36: "Una propuesta"

 

ALESSANDRO SANTORO

 

Alessa me fascina. ¿Qué digo me fascina? ¡Me encanta! ¡Me tiene idiotizado! Y no nada más a mí me tiene encantado. Mi padre no paró de hablar de ella prácticamente durante todo el resto de nuestra reunión. Y yo encantado de hablar de ella. Me siento novato en esto y me encanta. Las mariposas en mi estómago hacen revuelo de solo pensar en esos ojos salvajes que van detrás de lo que se proponen.

 

Me quito toda la ropa y me preparo para descansar. Hoy ha sido un día productivo, tan productivo que tengo muchas ganas de verla para contarle todo. Desde hace días no se me hace suficiente el hecho de hablar con ella por teléfono.

 

Necesito tenerla como hoy, tener contacto. Tocarla y besarla hasta que nuestros labios duelan, abrazarla y tener la certeza de que su maravilla jamás me dejará. Cuando termine mi tarea con mis…

 

Las palabras se me cortan en la cabeza. Pensar en dejarlos me desestabiliza. Ellos son unos de los precursores de mi cambio, uno de los dueños de esta nueva versión de mi vida. No puedo, no puedo simplemente dejarlos cuando me han pedido que me quede con ellos para siempre.

 

Debo hacer algo… debo hablar con Alessa e iré ahora mismo, pero antes de hablar de aquello, planeo hacer otras cosas importantes con ella.

 

(…)

 

En menos de veinte minutos ya estoy frente a su apartamento, tocando la puerta en repetidas ocasiones. Estoy ansioso y nervioso. Verla siempre me pone así, no es una novedad realmente.

 

—¿Quién…? ¿Alessandro? —habla detrás de la puerta y puedo escucharla a la perfección, ante la mención de mi nombre, ya barrera que nos dividía se abre, dejándome verla en un tierno pijama de perritos que me emociona bastante.

 

—Hola, sé que no te dije que venía. Pero Alessa, no sabes la duda tremenda que me surgió a mitad de la noche —tergiverso un poco el orden de mis ideas, precisamente porque la necesito.

 

—Claro, primero pasa y siéntate. Dime que ocurre —ella toma mi mano y yo las entrelazo con rapidez. Su calor me envuelve y me hace sentir a gusto.

 

Cuando ya estamos en el mueble, solo la veo. Como de costumbre con su rostro desprovisto de maquillaje y sus ojos brillando de incertidumbre total. Nos encontramos frente a frente y yo me mantengo en silencio, pero no porque quiera.

 

Si no porque, esa abogada de medio metro que en principio me caía terrible, ahora causa cosas en mí que me mantienen como un niño sonriente y es que, es bella, es preciosa y no solo sus facciones o su maravilloso cuerpo precioso y sexi. Es su bondad, la pureza de su corazón, la inocencia que emanan sus ojos para algunos casos, pero la viveza que vibra en ellos cuando se trata de su profesión.

 

Ella quema, arde y arrasa. Así es ella y lo he descubierto cuando charlamos y me habla con afán de su día.

 

—Me pones nerviosa cuando me miras así —habla con sinceridad y yo parpadeo para reír levemente y negar con rapidez.

 

—Alessa… ¿Desde hace cuánto tiempo no me das amor? —cuestiono clavando mis orbes en los suyos.

 

—¿A-amor? —cuestiona inmediatamente nerviosa. Se remueve sobre el acolchado con pequeños temblores.

 

—¿Desde cuándo no me besas…? ¿Desde cuándo no me abrazas y te sientas en mis piernas? Te extraño y esa es una de las razones por las que estoy aquí, exijo mi dosis de amor porque te juro que te voy a denun…

 

Soy callado cuando una risa divertida brota de su boca y con mucha agilidad y rapidez, se sienta sobre mis piernas.

 

—Cállate, hombre —susurra pegando su frente a la mía, rápidamente rodeo su cuerpo en un abrazo que necesita, ella junta sus manos por detrás de mi cuello y jugando con mi cabello, acerca su boca a la mía.

 

Y yo la dejo, la dejo guiar, queriendo saber qué es capaz de hacer. Pequeños besos sonados, pero seductores son dejados en mis labios y yo los disfruto sin ningún interés egoísta de por medio, solo con el único de estar aquí con ella, de sentir esa paz que me transmite su solo tacto.

 

La cosa toma otro vértice cuando mi labio es mordido con mucha fuerza, tanta que me hace soltar un pequeño bramido.

 

—¡Ay por Dios! —grita—. ¡Me dejé llevar! ¡Perdón! —ella tapa su boca en señal de vergüenza, sus ojos grandes me dejan ver en serio, se dejó llevar por las ganas y rápidamente una risa ronca producto del efecto de sus besos me abandona con soltura.

 

—Alessa, niña tremenda… —juego con picardía, pegándola de nuevo a mí y en respuesta y ella me golpea con sus mejillas muy sonrojadas.




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