Niñero por obligación

Episodio 39: "Celos"

 

ALESSANDRO SANTORO

 

—¡Yo no estoy atacando a nadie! ¡Por Dios! —jadeo en medio de una tos que me abandona ante la ausencia de aire que me deja mi tórax siendo aplastado por dos cuerpos enanos pero pesados.

 

—¡Nosotros te vimos con nuestros propios ojos! ¡Le mordías en la cara! —grita Lucas y un chillido seguido de un ataque de risa me hace levantar la vista para encontrarme a Alessa, bien divertida de la peculiar situación, se divierte de tal manera que se sostiene del sofá mientras su cabeza de lanza hacia atrás con soltura.

 

Yo me quedo bobo mirándolo con una leve sonrisa que emana de mis labios como una respuesta automática de mi cuerpo ante la felicidad que exuda su cuerpo.

 

Los niños siguen saltando encima de mí mientras yo sigo con mi vista en ella. Cuando su risa al fin cesa, sus ojos se clavan en los míos con fijeza.

 

—Te amo —módulo con mis labios sin emitir sonidos.  Sus ojos brillan y se encienden, sus mejillas se acentúan en un precioso colorcillo propio de su sonrojo. No espero una respuesta, sé muy bien lo que le hago sentir.

 

Lo leo en sus ojos, en sus gestos, cada vez que mis manos tocan su piel y mediante ese lenguaje tácito me dice que también me ama. Esto es nuevo, nuevo y muy placentero. Este momento con los niños y ella se me antoja simplemente perfecto. Ellos son todo lo que el nuevo Alessandro necesita para ser enteramente feliz.

 

—Niños, él no me estaba… mordiendo —suelta una risilla—. Solo me estaba dando besitos porque me dolía mucho la cabecita —ella les explica y los torpedos rápidamente se me quitan de encima para ir con ella.

 

—¿Te sigue doliendo? —cuestiona Lucas—. Yo también te puedo dar besitos —él propone con una sonrisa y con sus mejillas preciosamente sonrojadas. De ambos emanan unas dulces carcajadas que causan ternura de solo escuchar.

 

—Eres un pequeño pícaro… ¿Quieres besar a mi chica? —indago de manera rápida e inconsciente, un pequeño suspiro de impresión de escucha retumbar por la sala.

 

—¿La princesita es tu novia? ¡Que cool! ¡Lucas, ella puede ser nuestra tía! —Nicci festeja y Alessa rápidamente empieza a toser. Yo abro mis ojos al darme cuenta de que probablemente hablé más de lo que debía.

 

—Mejor váyanse para su habitación. Aún sigo molesto porque permitieron que personas desconocidas entraran a su casa. ¿Si les hubiesen querido hacer daño? ¿Después como quedo yo sin ustedes? —les reclamo para tratar de tapar mi falta, aunque lo que digo es una verdad muy aterradora.

 

—Lo sentimos tío, pero es culpa de Nicci. Yo le dije que no y ella siguió de fastidiosa porque y que es famosa —Lucas hace un puchero y en seguida mis ojos se posan sobre la rubia, esa que tiene la mirada gacha y gesto de culpa.

 

—¿Nicci? —indago posando mis manos en mis caderas a la par que espero su respuesta.

 

—Lo siento —murmura con la voceilla quebrada—. No volverá a pasar, yo solo quería ser famosa —comenta dentro de la inocencia propia de su edad, unas grandes lágrimas brotan de sus ojos y yo muerdo mi labio, queriendo abrazarla para que deje de llorar, sin embargo, los gestos de Alessa me dicen que estaría mal si la consiento. Y sí, pero es que me parte el corazón verla así.

 

—Acepto tus disculpas, ahora, vayan a su habitación y terminen sus deberes. Luego llamo al profe de natación para reprogramar la clase —les cuento y rápidamente asienten para salir corriendo escaleras arriba.

 

Yo me volteo para ir al frente de Alessa, sin embargo, un pequeño cuerpo choca contra mis piernas.

 

—¿No me odias? —pregunta cuando la miro, yo sonrío tiernamente para empezar a negar.

 

—Jamás te odiaría, yo te amo Nicci —me agacho para quedar a su frente—. Solo que debes aprender que hay cosas que parecen inofensivas como abrir una puerta, pero que pueden resultar muy peligrosas —acaricio su cabecita y finalizo aquella dejando un suave toque en su naricita.

 

—Prometo que no le abriré la puerta a nadie extraño, también te amo —ella deja un beso en mi mejilla a la par que se aleja corriendo de nuevo ante el llamado de su hermano gemelo. Yo me levanto del suelo para encontrarme a mi abogada mirarme con una gran sonrisa.

 

—Te miras tan lindo con ellos —chista—. Nadie creería que no los soportabas cuando empezaste a cuidarlos hace meses —ella ríe y yo por igual.

 

—Dicen que del odio al amor, la línea de paso hacia el otro lado es muy delgada, a la muestra de un botón… la preciosa chiquita que tengo en mis brazos —envuelvo su cintura con delicadeza para pegarla a mi cuerpo.




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