ALESSANDRO SANTORO
Le pido a Rosita, esa que no deja de sonreír desde que le propuse ir a Europa con nosotros, me ayude a hacer las maletas de los niños. No se negó, como era de esperarse… ninguna persona cuerda se niega ir a un viaje todo pago.
Termino de finiquitar con la aerolínea los boletos de ellos, debo confesar que soborné un poco para que me dieran los puestos pegados a los dos que principalmente compré de primeros. La emoción en el rostro de los gemelos es incomparable, malditamente encantadora como ninguna.
Mi teléfono vibra en señal de un mensaje y cuando lo leo, una inmensa sonrisa se posa sobre mis labios, tan grande que mis mejillas duelen.
“Me dieron el permiso… te extraño mucho y muero por verte”
Muerdo mi labio, también la extraño tanto, desde que empecé a dirigir la empresa de mi padre, ese que, por cierto, se encuentra cumpliendo arresto domiciliario a causa de ser cómplice del asesinato del importante empresario y si se preguntan, la pena de Nicoletta fue llevada a cadena perpetua por dicho crimen con circunstancias agravantes, términos que no entiendo, pero que Alessa me explico un poco… cabe destacar que seguí sin entender, nuestros tiempos han sido reducidos a vernos alrededor de cuatro veces a la semana. Y si me preguntan, me parece muy poco. Más cuando quiero pasar todo el tiempo pegado a ella.
Besándola.
Abrazándola.
Tocándola.
La anhelo a cada segundo y la llamada que estoy haciendo lo demuestra. Opto por no responderle el mensaje, nada mejor que volver a escuchar su voz.
»¿Hola? —escucho su voz y de fondo, el sonido inevitablemente claro de lo que parece ser, un chorro de agua abierto.
—Hola de nuevo, belleza —murmuro con tono encantador—. ¿Qué haces? —indago curioso de saber el porque se oye ese ruido—. ¿Acaso es tu chorrito de nuevo? —pregunto en tono pícaro y ella ríe escandalosamente.
—¡No! ¡Eso no es! —chilla, me la imagino avergonzada y con sus ojos abiertos de par en par—. Solo me estoy depilando —habla como si nada y de repente, el control de TV que había tomado entre mis manos se me resbala, cayendo estrepitosamente al suelo.
—¿Depilando? Y… ¿Qué te estás depilando? —pregunto con dificultad para tragar, sintiendo que todo ese cansancio que sentía se esfumase, dando paso a un calor y a su vez escalofrió que me recorre todo el cuerpo.
Ha pasado mucho que no tengo acción completa, acción que conlleva un verdadero esfuerzo físico y pensar en ella, haciendo eso… mierda, me pone como un adolescente cachondo y desesperado.
—No te diré, tontito —ella se burla de mí y yo bufo, me remuevo en medio de un berrinche que solo yo puedo saber qué hice. Delante de los demás, soy un hombre completamente serio que no se deja dominar en lo absoluto por la mujer que lo tiene tomado por las bolas… ¡Obviamente no!
—Que te niegues a decirme me hace imaginar donde precisamente te estás depilando —murmuro tomando asiento en el gran sofá.
Desde hace varios días estoy viviendo en la casa que compré con los niños. A Gretta no le importo cuando le mencioné que los iba a mudar a mi casa “mientras ella siguiera ocupada”.
—Pu-pues —ella tartamudea y yo suelto una risa que emana ronca de mi garganta.
—Ay, Alessa Digiorni… no sabes cómo me pones, como me… —me callo para respirar, debo controlarme.
—Alessandro —su voz temblorosa me llena de un éxtasis total, sin embargo, ella aún es una tierna cuando se trata de hablar de esos temas. Vivo por el momento en el cual se vuelva una descarada integral.
—No sabes cuánto te extraño, mañana se cumplen cuatro días que no te veo… ¡Alessandro necesita de su chica! —hablo en tercera persona.
—Me estoy depilando las piernas y allá… abajo —murmura y cuando estoy por replicar, ya que estaba dispuesto a cambiar de tema, pero ella no me colabora en evidencia.
—Alessa —gruño en un gemido, sorprendido en demasía de sus palabras. Mírenla… nunca lo esperé de su boquita bella, pequeña y recatada. Que voy a disfrutar ensuciar como nunca—. ¿Es para mí? —trago saliva, sabiendo que estoy entrando en un terreno nuevo para ella.
—Yo… —su voz chillona me deja saber que el estado en el que esta, me la imagino avergonzada, temblorosa y titubeante. Y eso me vuelve agua la boca.
Editado: 01.09.2022