Niñero por obligación

Episodio 46: "Viaje"

 

ALESSA DIGIORNI

 

Siempre he sido una mujer bastante impaciente. Enredarme con Alessandro y conocerlo mejor me ha dejado ver que él es don paciencias. Alessandro Santoro es el hombre más paciente que he conocido en mi vida, todo lo mira con un relax mientras yo lo veo como catástrofe. Quiero todo para ya mientras él puede sentarse en una silla, beber algo y esperar sin apurar a que esté listo.

 

Y, aun así, lo amo. Estoy esperando con inquietud que pase por mí para partir. La noticia de que los niños van con nosotros me hizo muy feliz. Lo cierto es que esos gemelos entran en el corazón de cualquiera con esas miradas brillantes que irradian inocencia y que antes, irradiaban una falta de amor que hubiese sido capaz de lastimar el corazón de cualquiera.

 

Si me hubiesen preguntado alguna vez, si en un futuro probable hubiese existido la posibilidad de que Alessandro Santoro se enamorara de esos niños así como lo está ahora, que los tratase como unos hijos y los amara de manera incondicional, hubiese dicho que no. Que un hombre como él no se enamoraba ni quería a nadie más que no fuera él.

 

Ahora, luego de varios meses, me di cuenta de que en principio estaba tan equivocada. Terminé enamorada de él, de esos niños y de todo lo que esas tres personas representan en mi vida: Felicidad.

 

Un claxon bastante conocido me hace levantar como un resorte, la sonrisa se dibuja en mi rostro y mi corazón empieza a latir con un elevado ritmo cardiaco que solo ese italiano irresistible puede causar.

 

Tomo mi maleta, mi abrigo y mi bolso de mano para dirigirme hacia la puerta con muchas emociones nuevas. ¡Conoceré el país de mis sueños al lado del hombre de mis sueños!

 

«Que aún no te ha pedido para ser novios», recuerda mi mente y yo suspiro. No puedo negar que me sigue afectando un poco el hecho de su silencio. Tal vez estoy apresurando las cosas… tal vez no sepa cómo se manejan realmente este tipo de relaciones.

 

Me niego a arruinar mi emoción con mis pensamientos y me dispongo a abrir la puerta de mi apartamento, ese que dejaré en manos de mi amiga por largo rato.

 

—¡Folla mucho! —grita desde lejos y yo abro mis ojos.

 

Casi muero cuando me consigo a Alessandro, mirándome con esos ojos demoledores y una sonrisa picara y relajada.

 

—¿Vamos a…?

 

—Cállate mejor —espeto en un hilo de voz mientras le planto un beso torpe sobre sus labios producto de mis nervios. Él responde en medio de esa sonrisa seductora que no borra de su boca y posa su mano sobre mi nuca, intensificando el beso y haciéndome, como cosa rara, rendirme ante él.

 

Me apoyo de su cuerpo, disfrutando su contacto luego de no verlo desde hace unos días y él desliza sus manos desde mi nuca hasta mis caderas. Se afianza con fuerza y yo emito un gritillo cuando sus dedos se clavan con presteza.

 

—¡Busquen una habitación! ¡Desvergonzados! —escucho un grito y ambos cortamos el beso abruptamente. Yo sonrojada y avergonzada, Alessandro con el ceño fruncido.

 

—¡Señora Margot! —chillo ante su mirada quisquillosa y chismosa—. ¡Disculp…!

 

—¿Disculpas? ¿Te vas a disculpar por besarme delante de tu puerta? —cuestiona Alessandro, mirando a la anciana cristiana con una mirada que solo aproxima una cosa: su ser chocante está a punto de surgir.

 

—No pueden hacer eso delante de…

 

—¡Mamá! —una voz desde adentro llama a la anciana.

 

—Ah… tiene hijos. Me imagino que los hizo rezando, que me ve besando a mi chica y se escandaliza, que sepa qué hacer a los muchachitos es más vulgar —vocifera y yo exploto en una risa que no puedo contener.

 

—¡Desvergonzados!

 

—Al menos no me la doy de santo cuando de seguro, usted tiene una fábrica de hijos que debe ser que los hizo con… —yo tiro de su mano cortando sus palabras, le guindo con agilidad mi bolso de mano en el hombro y lo saco arrastras del lugar.

 

No dejo de reír, puedo jurar que, de ahora en más, me harán una cruz cada vez que me vean por pecadora.

 

—Alessandro, eres terrible —niego mientras lo llevo hasta el Lobby.

 

—Esa señora interrumpió un momento sagrado con mi chica, a la cual, tenía cuatro días sin ver… ¿Sabes lo que sentí? —pregunta y cuando estoy por responder, él agrega—: Que me cortaban las bolas, eso sentí —habla con dramatismo, yo suelto un gritillo lleno de diversión a medida que más nos acercamos al auto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.