DOS MESES DESPUÉS
ALESSANDRO SANTORO
Bebo el último trago de mi té de lavanda y ajusto mi traje para empezar a caminar hacia el tribunal donde se disputa la custodia de los gemelos. Trago saliva, lleno de nervios mientras una mano rodea la mía con firmeza.
Tengo grabaciones, notas… tengo el contrato que estipula que los niños, de conformidad con la herencia dejada por mi abuelo, son los propietarios del 35 % de las acciones sobre una de las importadoras más grandes del imperio Santoro.
La cláusula establece que mientras ellos no cumplan la mayoría de edad, la encargada de administrar aquellas y las ganancias multimillonarias que estas generasen, son los progenitores. Y la única con vida es Gretta. El padre de los niños murió en un accidente aéreo cuando ellos apenas tenían meses de vida. Sin contar las declaraciones de testigos que tengo a mi favor en cuanto al maltrato psicológico recibido por los niños de parte del marido de ella.
—¿Cuándo falta para…? —mis palabras se cortan cuando un taconeo intenso se escucha por el lugar. Me volteo para mirar llegar a Gretta infundada en un traje blanco impecable de la mano del maldito infeliz de su marido.
—Alessandro, traidor —escupe entre dientes, yo sonrío con burla ante aquel apelativo y repaso el fuerte agarre que sostiene con aquel… adefesio.
—Gretta, Romino… —sonrío grandemente, pero no con diversión, sino con aversión—. ¿Cómo están? ¿Tristes porque pronto se les acabará la fuente interminable de dinero? Y tú —ahora hablo hacia Romino, ese que me observa con la furia latente en sus orbes cafés—. ¿Agobiado porque no tendrás a quién dejar en la oscuridad? Maldito loco —ahora quien habla entre dientes soy yo, lleno de rabia al recordar el miedo con el cual mis niños me contaron aquello.
—Esto no es de tu incumbencia. No deberías meterte en la manera en la cual yo crie a mis hijos —ella responde protegiendo a su marido.
—¿Crías? Te recuerdo que pasas más tiempo fuera del país, alejada de tus hijos, que cerca de ellos. No eres la más indicada para hablar de crianza, Gretta, créeme que no —niego y ella suelta una carcajada.
—¿Y quién lo es? ¿Tú? —me señala y yo asiento bien fresco como una lechuga, en seguida su risa explota con toda la chocancia del mundo, pero lo que no sabe… es que el rey de las chulerías soy yo.
—Por supuesto que yo, Gretta… los he cuidado por más de medio año. ¿Cuántas veces los llamaste? ¿Cinco veces en todo ese tiempo? —hago como si lo pensara—. Creo que es mucho, recuerdo que fueron tres, tres veces, Gretta —le muestro mis dedos, ella me observa roja de la furia.
—¿Qué puede opinar un fiestero reformado? —Romino empieza a hablar, yo le miro en total calma—. ¿Un mujeriego que se la pasa de tanga en tanga? —suelta mirando a Alessa, esa que me mira a mí y luego a él para reír en tono mordaz.
—¿Acaso me está inmiscuyendo en este problema de egos solo para tratar de esconder la frustración que debe cargar porque sabe que perderá a los niños? ¿Por qué está consciente de que su billetera personal se cerrara? Son ustedes unos sinvergüenzas y usted —ella habla, mirando a Gretta—. Me da vergüenza, mire que preferir la compañía de un hombre a la de sus propios hijos me resulta repugnante e ilógico. Debemos irnos, los niños nos esperan —me tira de la mano y yo me despido de ellos con un saludo de manos. Estoy nervioso, pero por las consecuencias que pueda acarrear un juicio como este para sus mentecitas, mi interés principal es su bienestar.
Y este ya está conmigo, en mi casa, con mi mujer y ellos. Esos pequeños son mi familia y pertenecen a mi lado. Yo les he dado todo el amor que les ha faltado.
Entramos a la sala y tomo asiento en el lado demandante, los minutos pasan y con ellos, mi complacencia máxima, Alessa tiene a los niños consigo a su lado, ya que estos vieron a su madre y solo corrieron a saludarla. La abrazaron y en cuanto ella trató de hacer que se quedaran al lado de su padrastro, estos negaron con toda su obstinación y se fueron al lado de ella. Uno a cada lado, abrazados a ellas con la curiosidad brillando en sus ojitos.
Quito mi vista de ellos y suspiro cuando el juez entra a la sala y todos los levantamos para recibirlo. Las últimas veces que estuve aquí han sido desagradables y esta no escapa lejos del mismo sentimiento. Me motiva que algo me dice que ellos se quedaran conmigo, con nosotros. Con Alessa y conmigo.
—Hoy, en fecha… —el juez empieza a hablar y todos nos tensamos en nuestros asientos. Ahora empieza lo bueno, empiezo mi guerra. Mi bandera es darles a esos niños todo el amor que merecen, que, por seis, casi siete años les han negado.
Editado: 01.09.2022