Nizary

Cap I: La única esperanza

La noche caía en las afueras del Castillo de Nizary, donde todos los habitantes del reino presenciaban una de las injustas y brutales ejecuciones de Basil Sephal.

Lizbeth Nollan, la querida hechicera de largos cabellos castaños y ojos grises, como el mismo cielo pálido que se presentaba aquel fatídico día, estaba por ser devorada por el fuego de la hoguera; castigo por oponerse al régimen dictatorial del nuevo rey.

Aunque era la esposa de Jernat Seleniv (uno de los miembros de la Orden del Brujo) y madre de su pequeño hijo de seis años; no era excusa, ni le otorgaba ningún tipo de impunidad ante su traición.

Todos presenciaban la ejecución llenos de tristeza, pues sabían la verdad oculta detrás de su matrimonio. Había sido obligada a desposar al perverso brujo; y, demostrándole su desprecio, fue cabecera de los movimientos revolucionarios que se dieron lugar desde el momento en que Basil Sephal era coronado Rey.

Pero no lograrían sucumbirla, no vería al humilde Nizary caer sometido ante el poder de la maldad que se escondía como alimaña entre sus nuevos y tiranos gobernantes. Sí, su forma física dejaría de existir, pero su legado, al igual que su hijo, perdurarían de una manera que afectaría a cada miembro de la Orden, y hasta al mismísimo y despiadado monarca.

 

  • ¡BASIL! — Gritó, mientras las llamas de fuego se acercaban a ella peligrosamente. — ¡ESCUCHA MIS PALABRAS! ¡TU DOMINIO MALIGNO PERECERÁ!

  • Jernat... — llamó el monarca, muy tranquilamente, sentado en su trono; en el momento en que el alto hombre de cabellos negros y ojos amarillentos se acercó, agregó: — ¿Qué pretende hacer tu mujer?

  • No lo sé, Alteza. — contestó, firme y serio junto al soberano — Pero le certifico que no será nada que no podamos controlar.

  • ¡AL CABO DE VEINTE AÑOS...! — continuó la hechicera: — ¡El reino de Nizary será liberado por tres guerreras! Tres libertadoras nacidas un día antes que hoy, hijas de familias nizarianas que han acompañado al Rey Alexandrus desde el primer momento. Los auténticos herederos te destronarán, así como tú lo has hecho con su padre... ¡HE DICHO!

  • ¡QUEMEN A LA BRUJA! — ordenó Jernat, mientras la muchedumbre gritaba eufórica en contra de aquel insensato y atroz acto; y su pequeño hijo lloraba a gritos en manos de una criada, pidiendo por su madre.

  • Hijo mío... — fueron las últimas palabras de la joven Lizbeth. — Sé que encontrarás la luz, aunque te colmen de oscuridad.


 

Las llamas consumieron su cuerpo y sus alaridos resonaron por toda la plaza central, mientras que algunas mujeres y niños lloraban por aquella pérdida de la tan querida e inocente Lizbeth.

 

  • Quemen todo el pueblo… — ordenó finalmente, Sephal, antes de querer retirarse. Nadie dijo nada para contradecirlo, y nadie pretendía hacerlo. — Y maten a todo aquel que se oponga. La rebelión ha concluido aquí, la bruja ha traído consigo a todos sus seguidores. Acaben con quienes lloran su muerte.

     

La sangre inocente corrió como un río de oscuro carmesí por las calles de la cual fue, un día, capital nizariana. Niños, mujeres y hombres masacrados con sadismo sin misericordia; cientos de cuerpos desmembrados, calcinados y abandonados en la tierra. Ni siquiera la fuerte tormenta, que se alzó unas horas después, pudo limpiar las huellas de aquel exterminio. Ni el primero, ni el último que vería Nizary.


 

Mientras tanto, en Niris, el duque y la duquesa, Nicolai y Gwendoline Wolfcang, planificaban todo para la huida de su pequeña hija, Wendy; así también como lo planeaban Riven y Sandra Blackzade, condes de Lincey, con su hija Kleia; y Timothy y Miranda Allemsaick, marqueses de Aris, con su hija Ciara.

Sabían que, después de oír la profecía de su querida amiga Lizbeth, Basil sería capaz de mandar a asesinar a todas las niñas recién nacidas del reino.

Y eso hizo, luego de la muerte de la hechicera, el Rey dio la orden de ejecutar a toda niña recién nacida.

Nicolai permaneció en la mansión, sabía que en el momento en que los guardias descubrieran que su esposa (antes encinta) no se encontraba por ninguna parte, descubrirían que la pequeña Wendy sería una de las libertadoras y prefería que lo llevasen a él a la ejecución, antes de ver morir a su amada mujer y a su única hija.

Gwendoline caminó hacia las afueras de su hogar, adentrándose en el bosque, al igual que Sandra de Lincey, y Miranda frente al gran río de Aris. A las tres las esperaba una representante de la Sagrada Orden, la organización religiosa más sagrada de todos los tiempos, la cual unía tanto a magos como a humanos normales.

Todo había sido planeado por las tres familias y Lizbeth, para la protección de las futuras Tres Guerreras, que ya de nacidas eran una leyenda. Las Consagradas eran las leales y devotas siervas de la Orden, consagradas a una fe muy similar a muchas, con un Dios sin nombre, representando todo lo vivo, visible e invisible; mientras que todo lo muerto pasaba a volver como otro ser, menos aquellos que debían pagar por sus actos o terminar algún asunto pendiente en su vida pasada.




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