Nizary

Cap III: El castillo nizariano

Nadie dormía, comía, salía o socializaba con sus vecinos por temor a unas criaturas denominadas “Gente Sombra”. Las personas desaparecían de las calles. Las casas se incendiaban misteriosamente e incluso había ciertos casos de desapariciones en los propios hogares de la noche a la mañana. Pero nadie veía nada, nadie sabía lo que pasaba y hacía oídos sordos y ojos ciegos a todo lo que ocurría en los hogares de sus vecinos, todo por temor a ser marcados. Desde niños, adolescentes, jóvenes y adultos llegaban a esfumarse de sus casas sin dejar ni un solo rastro; nadie escapaba de la gente sombra, una vez que tu puerta era marcada, no había escapatoria.

Las entradas de las casas eran señaladas con una marca notablemente peculiar, como si una persona se hubiese estrellado en la madera de la puerta, dejando plasmado una especie contorno negro y carbonizado, con salpicaduras del mismo color. Esa era “la marca de la sombra”, el sello que llevaba al desvanecimiento o a una muerte innegable.

 

Sobre las costas linceñas de Nizary, los recién llegados fueron recibidos por los carruajes del conde y la condesa de Lincey. Lord y lady Blackzade bajaron de la cabina de pasajeros acompañados por sus dos hijos adoptivos, para así poder observar al “Reina Zafrina” bajar su ancla en la suave arena, para así poder bajar el puente que sería estrenado primeramente por la tripulación, quienes bajaron las cosas de los invitados, para colocarlas en uno de los carruajes.

Lady Sandra prácticamente saltaba de la emoción abrasando el brazo de su esposo con fuerza, mientras que él mantenía una mirada de ansiedad, tratando de tranquilizarse; el pequeño Alan estaba igual que su madre, jamás había visto un barco, a pesar de vivir tan cerca del mar, puesto que jamás salía de la mansión; Ethan, en cambio, mantenía una mirada neutral, seria, desinteresada; sólo quería que todo ese protocolo pasara rápido para volver a entrenar.

La guardia real bajó para presentar a los príncipes Asger Adriel Froilán Giamonti y Selin Xiomara Livana Giamonti, del reino de Zirvia; quienes fueron recibidos por los condes con extrema cortesía y amabilidad.

 

  • Majestades… — saludó el conde mientras hacía una reverencia — Es un verdadero deleite poder estar ante su presencia y escoltarlos hacia el castillo. Permítanme presentarles a mi esposa lady Sandra y a mis protegidos Alan y Ethan.

 

Como muestra de su honradez y cordialidad, los tres hicieron una reverencia al ser nombrados, mientras que los príncipes los imitaron, agradecidos por su clase.

 

  • Lady Sandra, pero que espléndido gusto tiene para los vestidos. — exclamó la princesa, alagando a la dama frente a ella.

  • Muchas gracias, su alteza. Al igual que usted, no provengo de aquí, pero siempre me ha fascinado la alta costura nizariana.

 

La princesa sonrió, mientras que sus tres damas de compañía y la niña que venía con ellas bajaban del barco.

Kleia se detuvo antes de pisar tierra firme, puesto que pudo ver de lejos a la familia que ella tanto había deseado tener desde niña. No lo podía creer, eran sus padres, al fin. Estaba muy emocionada, tanto que los nervios no tardaron en llegar.

Le tomó algo de tiempo ver si estaba lo suficientemente bien vestida, asegurándose de que el fino y sobrio vestido color rosa pastel, el cual casi tocaba sus pies, se encontrase bien planchado debajo de su elegante abrigo que combinaba con el mismo; y armarse de valor y pisar la suave arena nizariana para seguir a sus amigas que ya le llevaban bastante ventaja. No sabía qué hacer más que seguir caminando, tratando de no tropezar con los tacones bajos de la princesa ¿qué les diría? ¿cómo los saludaría? Su mente estaba en blanco y eso que desde pequeña se había guardado tantas cosas para ese momento.

 

  • Les presento a mis damas: lady Arabeth Arslan; lady Davina Handall y…— calló al notar que Kleia venía detrás, apresurándose — lady Jennessa Serenia Keltz.

 

Estaba inmovilizada, sin saber qué demonios hacer. Su madre era una mujer hermosa, que la miraba con tanta ternura y paciencia que la hacían querer saltar a sus brazos para decirle “mamá” por primera vez; y su padre, tan gallardo como lo había imaginado siempre. Estuvo así por unos segundos, hasta que recobró la cordura e hizo una reverencia que carecía un poco de elegancia dada su rapidez.

 

  • Bienvenida, querida. — dijo lady Sandra con suavidad, luego miró a su hijo, quien había permanecido con la mirada hacia el suelo todo ese tiempo, negándose a ver a su prometido. — Ethan, saluda a tu futura esposa.

 

Kleia cerró sus ojos con disgusto, había olvidado por completo lo del presunto “compromiso”, pero se decidió por respirar profundo y abrirlos, enfrentando la realidad con la cabeza en alto.

El muchacho levantó la vista de mala gana y la miró, contemplando a la fastuosa joven parada a un metro de él, observándolo con curiosidad con esos ojos verdosos, mientras su dorada cabellera ondulada resplandecía con el atardecer, brillando como hilos de oro meciéndose con la brisa del mar; mientras que ella admiraba sus ojos color avellana, aquella tez tostada como si se hubiese dorado con el sol, los rasgos masculinos de su rostro y su cabello castaño, atado a una cinta detrás de su nuca.




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