Nizary

Cap V: Familia

Marchó tan veloz como un rayo hasta la mansión. No estaba frenética, pero sí fastidiada por la actitud de su presunto “hermano”; pues, bien, ahora lo liberaría de la tan pesada idea de vigilarla como a una niña. No iba a soportarlo cual fuese el tiempo que durara su travesía, no estaba de humor para soportar a nadie, mucho menos a ese niño malcriado y petulante.

Al ingresar a su casa, buscó a su padre por todos lados, hasta que una de las sirvientas le indicó que se encontraba en el primer piso, en su despacho. Estaba tan apresurada por subir las escaleras y encontrarlo que, cuando llegó al primer piso, se percató de que la joven empleada no le había dicho en qué puerta quedaba el estudio.

No era difícil de deducir que aquel pasillo tenía como mínimo treinta habitaciones, tal vez incluso más.

No había sirvientes por allí, así que no le quedaba otra que caminar por el amplio corredor, iluminado por la luz del sol que entraba por los ventanales de cristal, adornados por hermosas cortinas color verde esmeralda; buscando puerta por puerta.

No halló nada en las primeras diez, ni en la izquierda, ni en la derecha, sólo habitaciones para huéspedes y una inmensa biblioteca repleta de libros, mapas, cuadros; sabía que a Ciara le encantaría estar allí. Pero no podía distraerse, tenía que concentrarse en su búsqueda.

Se adentró más por el pasillo, hasta que notó unas puertas muy distintas a las demás, ésta era de un impecable color blanco y perillas de oro, con un hermoso detalle en cada una, una “B”.

Sin pensarlo dos veces, la abrió. Enseguida notó que no se trataba del despacho, sino de un magnífico salón de música, que contaba con elegantes sillones ubicados alrededor de un majestuoso piano de roble blanco, el cual era ejecutado en ese preciso instante por una hermosa dama de rubios cabellos y ojos tan grises como la luna, quien lucía un elegante y fino vestido verde que cubría sus pies.

Kleia se aproximó a su madre, pero no le advirtió de su presencia, sólo se quedó allí, escuchándola interpretar con su armoniosa voz una afligida y débil melodía.

 

El cielo llorará

La luna está en silencio

Pronto el mar te guiará

de nuevo a mí.

 

El sol no sale

en mis días sin consuelo

pero yo sé que mi recuerdo vive en ti.

 

Sagrado alivio

el saber que estás

a salvo.

Pues hoy mi alma no resiste más vivir.

 

Y hoy tu destino es salvarnos de este mundo

Sagrada fe que nos conserva aún aquí.”

 

 

La canción había culminado y Kleia se mantuvo inmóvil. La tristeza emanaba de ella en cada nota, en cada palabra, como si se la dedicase a un ser perdido. Su interpretación era tranquila, serena, como una canción de cuna; pero sin perder su tono nostálgico, delicado, débil. Rendido. 

 

  • La escribí días después de que te enviáramos a Zirvia…— exclamó Sandra, sorprendiéndola por completo. Había sido muy sigilosa, no había manera de que se hubiese dado cuenta de su presencia, sin embargo, no quiso expresar asombro alguno; estaba, más que nada, conmovida por la canción. — Y en honor a todas las madres que perdieron a sus hijas ese fatídico día.

  • No imagino el sufrimiento por el que han de pasar.

 

Sandra se volvió hacia ella, permaneciendo en su banquillo y respondió suavemente:

 

  • Nadie lo hace, nadie; no hasta que se lo vive en carne propia. — desvió la mirada, afligida con el recuerdo y relató: — Fue una masacre, un completo exterminio y una tortura oír cómo tan pequeñas vidas eran arrebatadas de las manos de sus padres, y escuchar los llantos desesperados de éstos mientras veían cómo se llevaban a sus hijas… Liquidaban a todo aquel que se metiese en su camino. Suelo tener visiones del futuro, lejano o cercano, desde que era una niña, la tortura más grande fue tener que presenciar algo así dos veces…

  • ¿Es verdad? ¿Asesinaron a todas las niñas?

  • Muchos dicen que sí… sin embargo, varias de las aprendices tienen rasgos muy similares a personas que tu padre y yo conocíamos; y parecen tener tu misma edad. Entre ellas… bien…

 

Parecía no saber cómo decirlo, y estaba algo nerviosa, cosa que a Kleia no dejó de llamarle cada vez más la atención. La frustración se le revelaba en sus claros ojos, y algo que ella no tardó en identificar como culpa, una culpa que parecía estar cargando desde hace tiempo, la cual la había dejado con tiempo de intranquilidad, y era evidente, ya que, aunque Sandra Blackzade se veía total y absolutamente joven, las noches de insomnio, malos ratos y disgustos se veían en su rostro, y en su manera tan apaciblemente templada.




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