Nizary

Cap VI: "Desordenes de Nizary"

Durante el transcurso del viaje hacia donde sea que el brujo la estuviese llevando, Wendy permaneció en silencio. Dos horas y media sin decir palabra alguna, sólo observar por la ventanilla del carruaje, mientras permanecía recostada en su asiento, tratando de no recordar su despedida y el rostro infante de la niña a la cual vio crecer y que ahora consideraba su hija, llorar y rogarle que se quedase junto a ella.

No quería ver al sujeto que tenía de frente, ni siquiera escuchar su voz. Aun así, tenía una de sus dagas escondidas en cada pierna por si se le ocurría intentar algo.

 

  • Se aproxima el momento… — exclamó observándola desde su posición, pero sin llamarle la atención. — Será mejor que me reveles tu nombre, o no me dejarás alternativa que averiguarlo por mí mismo.
  • Entonces ¿de qué sirve que te lo diga? — replicó, fría y cortante, mientras observaba el paisaje con ojos molestos.
  • Estoy consciente de que los Wolfcang son una raza bastante orgullosa, sólo pretendí brindarte la oportunidad de disfrutar de un instante honorable y te rindas ante mí de manera digna de una hembra de tu especie.

 

Wendy no pudo evitar dedicarle una fingida y corta mirada de sorpresa, arqueando sus cejas mientras devolvía su mirada hacia la ventanilla del carruaje; no le intimidaba para nada, sabía que debía mantenerse fuerte ante aquel ser. No le demostraría otra debilidad, aunque le resultase un ser desagradable y odioso. No le gustaba su tono tan soberbio y frívolo al hablar, no le gustaba la manera en que a ella se refería como si se tratase de un animal, no le gustaba absolutamente nada de ese ser inmundo.

 

  • Bien…— sonrió, soberbio — si así lo deseas; en el poco tiempo que me tomará saber quién eres, tendré que llamarte de alguna forma. Posiblemente hasta yo mismo te otorgue un nombre.

 

Ella lo miró ingenua y ofendida ¿Cómo se atrevía? ¿Ponerle un nombre como si fuera una mascota? ¿Quién se creía que era?

 

  • Además…— agregó volviendo a su dura y seca expresión — Además de tu reservada identidad, nadie sabe qué eres… ¿Estoy en lo cierto?

 

Esto sí la dejó impresionada, pero no quiso preguntar al respecto. Algo dentro suyo le decía que lo mejor ante aquel comentario sería callar. Temía que si decía algo el brujo podría jugarle en contra luego. No quería confiar en él tan repentinamente. No quería confiar en nadie de esa manera. No quería confiar en él.

 

  • Llámame Arabeth… limítate a eso.

 

De pronto, se hallaron frente a los espesos bosques de Isma, y el carruaje se detuvo.

Desconcertada, Wendy quiso asomar su cabeza por la ventanilla, ganada por la curiosidad.

 

— Yo no haría eso en tu lugar.

 

Desconfiada más por lo que dijo el brujo que por su impertinencia, decidió obedecer y se reincorporó lentamente en su asiento, mientras que el muchacho apartaba la mirada hacia la ventanilla.

 

— Y será mejor que te sientes a mi lado si no esperas perpetrar una escandalosa escena.

— ¿De qué estás…?

 

Ni siquiera pudo terminar de concretar su pregunta, ya que, como si la vida le hubiese pasado ante sus ojos, fue impulsada hacia adelante dada la increíble velocidad con la que arrancó el cochero. En una milésima de segundo, sacó sus dagas y las clavó en ambos extremos del rostro del brujo, a centímetros de su cuerpo, y se sujetó fuerte de ellas mientras intercambiaba una mirada de sorpresa con él, cuyos ojos amarillentos estaban fijos en los de ella, serios e inertes como los de un muerto.

El viento movía algunos mechones de su castaña peluca hacia todos lados, sintiendo en ella como pequeños látigos en su rostro, pero no cerró los ojos ni por un segundo, hasta que el carruaje disminuyó la velocidad bruscamente; por fortuna, sus dagas bien clavadas en el asiento impidieron que se cayera hacia atrás, pero con todo el movimiento y el lapso tan corto no se había percatado de que no sólo se encontraba a centímetros del brujo, sino que también estaba arrodillada en el sillón casi sobre él.

Casi como un rayo, se incorporó nuevamente a su lugar correspondiente; ahora no sólo lo odiaba a él, sino que se odiaba ella misma aún más debido a lo descuidada que había sido por el hecho de no verlo venir.




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