Nizary

Cap VII: Pensamientos ocultos

Kammet...

 

Me dirigí hacia mi despacho en cuanto me aseguré de que la sirvienta llevase a lady Arslan a su aposento. Me confiné allí y ordené a mis guardias que lo custodiaban que no dejaran ingresar a nadie en absoluto.

Caminé con rapidez hasta mi escritorio y apoyé mis manos en él, soportando casi todo el peso de mi cuerpo en ellas. No me encontraba debilitado, ni siquiera me sentía cansado, eso sería algo sencillamente inimaginable para mí.

Me encontraba mudo, pero por dentro no había persona a quien no le dedicara una maldición.

Calumniaba a mi padre, por haberme quitado al primer amor de mi vida, a Sephal por haberla engendrado y a mi madre por no hacerme sentir por ella lo mismo que concebí por esa Wolfcang en cuanto la vi por primera vez. Condenado hechizo el que mi madre realizó en mí en mi niñez. Y todavía sigo preguntándome por qué ¿Por qué hacerme sentir esto por ella? ¿Quién es ella?

Aparentemente, al cumplir mi mayoría de edad, hallaría a la mujer que me sucumbiría en un mundo de mil emociones. Siempre especulé que se trataba de Perséphone. Aún pienso en ella. No dejo de quererla, pero esta mujer… Arabeth Arslan ¡o como sea que se llame! Es muy extraña.

Mis fallidos intentos de leer su mente con el hechizo animis legere fracasaron por completo, un hechizo que yo mismo inventé, el cual nadie más que yo puedo realizar.

Mis padres me han condenado. Mi madre por querer obligarme a amar y mi padre por no permitirme hacerlo. Ambos hechizos habitan en mí, el amor predestinado y la oscuridad perpetua.

Amarla sólo sería arrastrarla a una muerte innegable, y el sólo hecho de imaginar que partiría hacia el mismo destino que Perséphone me estremece. Debo ocultar mis sentimientos por esa mujer, a ninguno de los dos nos convenía aproximarnos demasiado. Me detesta y eso es bueno. Le diré a mi padre que se trata de un matrimonio por conveniencia. No es de sangre real, pero tampoco es pobre, y tampoco es de Nizary; además, últimamente la reina ha insistido a su esposo con que me comprometiese con su hija, la intolerable y malcriada princesa Delaney, una persona a la cual simplemente no soporto. Así que mi padre ha estado pendiente de que no buscara ninguna prometida por el momento, aunque una embajadora zirviana podría sernos un gran beneficio. Sin embargo, hay algo en ella que me resulta muy familiar y tengo un muy mal augurio con respecto a presentarla a mi padre.

Esos ojos negros e hipnotizantemente peligrosos como la mismísima oscuridad, y ese osado y fiero carácter me vuelven loco de rabia y ambición. No abandona mis pensamientos ni por un sólo y miserable segundo, dejándome inquieto todo el tiempo ¿cómo puede ser que en tan sólo un día pueda percibir tantas emociones?

Pensar en ella es un tormento y estar cercano a su cuerpo, una agonía casi incontrolable. Como si la deseara a ella más que a ninguna otra cosa. Las demás mujeres eran entes minúsculos paralelamente a ella. Muy poca cosa.

Gracias a la maldición que mi padre colocó en mí para derrocar el hechizo de mi madre, cada gota de blandura en mí es una herida, una quemadura que arde en mi cuerpo, torturándome lenta y agonizantemente; lo cual hace que mi apetito hacia Arabeth Arslan sea cada vez más tormentoso.

Debo averiguar su verdadera identidad cuanto antes, pero no podré revelársela a mi padre.

Es ventaja para mí saber que Zirvia posee una antigua ley muy estricta en cuanto a mujeres se trataba, y es que ellas deben quedarse ocultas de toda visita días antes y meses después del matrimonio, hasta dar a luz a su primer hijo. Eso la mantendrá fuera del alcance tanto de mi padre, como de cualquier otro riesgo. Es una Wolfcang, y eso es, hasta ese momento, el único inconveniente. Debe haber una forma de reprimir sus poderes, algún embrujo, alguna poción, algo…

Fue entonces cuando se me ocurrió. Y me dirigí hacia el otro extremo de la habitación, donde tenía un extenso muro saciado de libros, libros prohibidos. Con magia tan ancestral que quizás ni siquiera mi padre podría conocer. Los había tomado de la vieja biblioteca de Sephal hace años, además, algunos los había hurtado de casa de mi padre, eran pertenecientes a Lizbeth Nollan, mi madre.

Los estudié uno por uno, hasta que, en uno de ellos, encontré lo que tanto deseaba hallar.

Rápidamente, tomé tinta y papel y empecé a escribir con toda la velocidad que mi puño me permitía, y así terminé toda una lista de ingredientes que luego se la di a uno de mis guardias para que los rastreara y me los trajera inmediatamente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.